miércoles, 26 de enero de 2011

PARA LIZA LIM

Y, en cambio, esos sonidos se quedan aferrados al borde de ese lugar interior del oído por el que pasan y acaban esfumándose todos los demás… no sé si ya muy cerca del corazón o de una memoria que recuerda lo que no se oyó nunca, una canción ancestral, un llanto de mujer atormentada por su propio hijo en el momento de alumbrarlo, un retorcido nudo del viento en el que una vez se encontraron la voz del padre que llamaba y la del hijo que se alejaba para siempre, un martilleo, una fisura, el ulular de la noche en la llanura infinita, el quejido de una iguana hembra en el momento de la cópula… todo aquello que nunca pudo oírse pero que siempre está ahí… en esos sonidos de instrumentos heridos, maltratados, en los que vuelven a escucharse, transformados, los ruidos antiguos de las cosas, los que van unidos a ellas desde siempre, los ruidos casi inaudibles, los que el oído casi no soporta, los inimaginables, los que ningún silencio puede hacer olvidar, los sumergidos, los que nacen en la fuente misma del aire, los corpóreos, los que siembra el sol en el aire aún no respirado, los cavernosos, los ácidos, los ciegos, los ruidos ciegos que circulan por el mundo como recién nacidos o como nunca extinguidos. No es fácil escucharlos. Uno quisiera a veces taparse los oídos. Pero ellos insisten, lamen o taladran las membranas innúmeras que conforman la escucha hasta llegar a ese lugar profundo, mucho más adentro del tímpano, a cuyo borde se aferran. En sueños, luego, o cuando de pronto nos encontramos desamparados, abandonados en alguno de nuestros páramos o laberintos, desgastados por la vida, ateridos, sucios, culpables, heridos o brutales, volvemos a escucharlos, de pronto, como una luz punzante que se clava en los ojos, los escuchamos para dejar de vernos o de oírnos, regresan a nosotros como un cuerpo apartado que siguiera deseándonos, como las sensaciones de un miembro amputado hace mucho tiempo, y resuenan en la escabrosa melodía de nuestras vidas como una melodía mucho más pura o más atroz. Entonces, a veces, logramos dormir, como acunados.

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