jueves, 27 de agosto de 2015

CHISPAZO

Se trata tan sólo de una de esas cosas que uno entrevé al pasar, casi siempre en un cruce de calles, de un rápido vistazo, por medio quizá de la cruz que forman la calzada y un bloque de viviendas, uno de esos chispazos que se quedan luego revoloteando en la mente, reconcomiéndose en el interior de sí mismos, como si un chispazo pudiera tener bordes y todo un laberinto de capas que se superponen y como si, en esos pocos instantes en los que el chispazo se prolonga en nuestra mente, esta recorriera muchas de esas capas en busca de un ilusorio origen, en pos del núcleo original de ese chispazo, un núcleo que no existe, un fondo que no es más que un abismo, como esa trastienda desvencijada en la que acaban cayendo todos los recuerdos, tarde o temprano, para descomponerse y desaparecer: una de esas cosas que se entrevén al pasar y que contienen acaso mucha más verdad que todo lo que vemos con claridad en los momentos plenos de la vida, pues esa verdad, por frágil que sea, por inasible que nos parezca –pues enseguida se disipa y nos quedamos tan sólo con la sensación de haber vivido un mero escarceo con la verdad y no un auténtico encuentro con ella–, nos reconforta y nos suspende, nos conmueve y nos turba como no consiguen hacerlo tantos momentos aparentemente verdaderos que no son, a poco que se raspe su engañosa superficie, sino un mero, prescindible relleno. Se trata, digo, de una de esas cosas que la vida nos brinda como con desgana, a hurtadillas, clandestinamente, en un momento de iluminación que no acabamos de comprender porque entendemos que algo así no ocurre en un mundo como el nuestro, o porque creemos que no lo merecemos o simplemente porque no nos sentíamos preparados para recibirlo. No se trata, sin embargo, de nada extraordinario, de nada que no podamos encajar sin apenas notarlo y seguir caminando como si tal cosa, de nada definitivo o insoportable, de nada brusco o peligroso. O quizá sí, quizá se trate de algo definitivo, insoportable, brusco y peligroso pero no nos damos cuenta en ese momento, es decir, de algo que se dulcifica en el instante de darse, de algo que esconde su lado menos amable para que lo acojamos como un regalo que nos conviene y nos emociona. Se trata tan sólo de una de esas cosas, fundamentalmente paradójicas, que ocurren pasado mucho tiempo, como si para darse hubieran tenido que tejerse durante años las telas de múltiples arañas y entonces, en un momento preciso que hubiera podido no llegar, zas, la conjunción insólita de todas esas telas en una posición concreta en la que el sol incide solo un segundo para obtener un súbito reflejo procura, zas, que ocurra algo, zas, que algo se revele, zas, el prístino instante de la revelación inesperada. Se trata, creo saber ahora, de algo que ocurre una sola vez en la vida, de algo que puede dejarse pasar para que la vida continúe como estaba previsto que lo hiciera o de algo que puede capturarse al vuelo, como con un cazamariposas, para dejar que continúe luego su viaje después de habernos impregnado el alma con su maravillosa y turbadora y obsesiva y letal pigmentación. Se trata de algo así, de algo que se cruza con nosotros cuando vamos, por ejemplo, a comprar unos tornillos a la ferretería, o cualquier otra cosa en cualquier otro negocio, algo que, por haber girado la cabeza en el momento oportuno, se adelanta y nos dice que sí, que en ese mismo lugar que ahora ocupamos  –con la leve y efímera manera de ocupar un lugar que es propia de los hombres–, podemos asistir, desde el otro lado del tiempo, a lo que fuimos, a lo que éramos cuando aún no había tenido tiempo el tiempo de perseguirnos hasta aquí, asomarnos como desde una ventana repentina, espiar como a través de una mirilla horadada en las puertas del tiempo el tiempo sin tiempo que nos fue dado vivir ahí mismo, unas pocas calles más allá, en el mismo barrio, y sentir cómo era todo lo perdido y cómo, si lo perdimos, fue para llegar a sentirlo perdido como ahora y poder, no recuperarlo, sino precisamente sentirlo perdido y, de algún modo, recobrarlo. Se trata de algo así, de algo entre la sumisión y la revuelta, entre la pérdida y la gloria, entre el desconocimiento y la iluminación, una de esas cosas que uno entrevé al pasar y luego, casi siempre, termina olvidando. 

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