Son las dos y media de la tarde del viernes 30 de junio de 2017. El que fuera durante dieciséis años alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, apura su cigarro y tira la colilla al suelo. La colilla cae frente al portal de un edificio de la calle Sabino Berthelot. Después de rodar unos centímetros, desaparece en una alcantarilla situada en el centro de la calle. Esa colilla, que hace unos segundos humeaba todavía en la boca de Miguel Zerolo, y que era chupada ansiosamente por sus labios en pos de la última bocanada, se acaba de perder para siempre en el subsuelo. Antes de abrir el portal, Miguel Zerolo comprueba que la colilla ha caído entre las ranuras de la alcantarilla, lo que demuestra que se trata de un ciudadano con sentido cívico, con urbanidad, con conciencia ecológica, con un alto sentido de su responsabilidad como ciudadano. Miguel Zerolo, que también llegó a ser consejero del gobierno autonómico, diputado regional y senador, no es lo que se dice una persona intachable –varias causas judiciales jalonan su carrera y recientemente fue condenado a siete años de cárcel por prevaricación y malversación de fondos–, pero en lo que atañe a civismo nada puede reprochársele. Estaríamos dispuestos a asegurar que si, por alguna razón, la colilla no hubiera caído por sí sola en la alcantarilla, Miguel Zerolo la hubiera empujado con la punta del zapato, no la hubiera dejado, todavía humeante, allí, en plena calle, ¡por nada del mundo! Es verdad que esa colilla, que hace nada estuvo en contacto con la saliva de Miguel Zerolo, no es una colilla cualquiera. Por la forma casi desesperada con que el expolítico fumaba, se diría que no es la primera colilla que Miguel Zerolo tira al suelo hoy. Ha habido unas cuantas anteriores. Y estamos casi seguros de que todas han sido chupadas con la misma fruición, con la misma avidez de quien parece fumar para no ahogarse, fumar para huir del mundo, fumar para sobrevivir. Miguel Zerolo, que durante el breve trayecto en que lo hemos seguido entre la Plaza de Weyler y la calle Sabino Berthelot, vestía una ropa informal, descuidada, y que parecía, con sus gafas de sol y sus andares ágiles, querer pasar lo más desapercibido posible, se detiene, sin embargo, por un instante, a vigilar que la colilla haya caído, sin lugar a errores, en la alcantarilla de Sabino Berthelot. ¿Qué quiere decir esto? Vemos aquí, y acaso sea esta la explicación más plausible, la victoria de la urbanidad sobre el desasosiego, el gesto cívico de alguien que, a pesar de haber sido perseguido por la justicia con toda la saña de que esta es capaz, se muestra como un ciudadano de primera, cuidadoso con su entorno, íntegro. Es evidente que no está pasando por la mejor época de su vida, síntoma manifiesto de lo cual es su extrema delgadez, que, junto a la ropa descuidada y las gafas de sol, lo ayuda a pasar desapercibido en uno de los lugares más concurridos de la ciudad cuyo bastón de mando ostentó con firmeza durante década y media. Sin embargo, denota elegancia y hasta podría despertar en nosotros cierta simpatía esa atención suya por las pequeñas cosas, por los detalles. Cualquier otro, incluso los más rimbombantes defensores de la sostenibilidad, los ecologistas de boquilla o cualquier activista de medio pelo en favor del medio ambiente, tiraría una colilla al suelo y se despreocuparía de su destino, de cómo podría afectar a sus conciudadanos, de los perjuicios que generaría ese residuo no biodegradable en la diversidad ambiental de la ciudad. Miguel Zerolo, en cambio, hace todo lo contrario: antes de entrar en lo que no sabemos si es un piso suyo, una oficina, su más reciente guarida o el zulo donde guarda los millones que ganó jugando a la lotería, si es que aún le queda algo de ellos, cumple. Cumple como ciudadano, que es lo fundamental, en definitiva. ¿Debiera importarnos más lo que una persona hace con el dinero que gana que lo que es capaz de hacer como ciudadano, en lo que a todas luces parece un gesto espontáneo, hecho a solas, sin que el exsenador crea estar siendo observado por nadie, una acción sincera y salida de su lado más solidario y comprometido? Miguel Zerolo, su yo más íntimo, no el personaje público con sus bondades y defectos, no el exalcalde que amó como nadie a su ciudad y convirtió su amor en una locura que lo llevó al banquillo de los acusados, no el político, sino el hombre, no el que todos conocen, sino el desconocido, el ser-humano-de-carne-y-hueso, se nos ha revelado. No podemos quedar indiferentes ante esta revelación. A veces la verdad nos encandila, nos frotamos los ojos y no creemos posible haber visto determinadas cosas, pero en tales circunstancias debemos ser valientes para aceptar el vértigo de la revelación, por mucho que nuestros prejuicios y nuestras debilidades nos indiquen la dirección contraria. Miguel Zerolo cumple. Podrán ser mentiras deliberadamente maquinadas todos sus alegatos exculpatorios ante el tribunal que lo juzgó, podrá tener razón la justicia al condenarlo como líder de una mafia de especulación inmobiliaria capaz de saquear las arcas públicas en unos pocos años, podrá ser cierto que prevaricó, que malversó fondos, pero, en lo que a civismo se refiere, Miguel Zerolo es un auténtico dechado. Este señor, sépase bien, no va a dejar nunca una colilla tirada en plena calle. Atribúyase tal celo ciudadano a la educación esmerada que recibió en el seno de su familia o a la autenticidad de su amor por una ciudad que lo ha acabado tratando como a un apestado: lo cierto es que esa colilla da testimonio de una verdad oculta, subterránea. Una verdad que no podemos permitirnos menospreciar. En estos tiempos de posverdad en los que tan difícil resulta distinguir lo cierto de lo probable, lo verdadero de lo dudoso, lo sabido de lo sospechado y lo comprobado de meramente atribuido, una verdad tan palpable como esta, como la de que Miguel Zerolo, el exalcalde condenado a siete años de cárcel, es un ser humano cívico, alguien consciente de sus deberes para con los demás, no debe quedar relegada al olvido. Sirvan estas líneas como testimonio de que hoy, 30 de junio de 2017, a las 14.30 h., en Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo cumplió con sus deberes de ciudadano.
viernes, 30 de junio de 2017
EL CUMPLIDOR
Son las dos y media de la tarde del viernes 30 de junio de 2017. El que fuera durante dieciséis años alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, apura su cigarro y tira la colilla al suelo. La colilla cae frente al portal de un edificio de la calle Sabino Berthelot. Después de rodar unos centímetros, desaparece en una alcantarilla situada en el centro de la calle. Esa colilla, que hace unos segundos humeaba todavía en la boca de Miguel Zerolo, y que era chupada ansiosamente por sus labios en pos de la última bocanada, se acaba de perder para siempre en el subsuelo. Antes de abrir el portal, Miguel Zerolo comprueba que la colilla ha caído entre las ranuras de la alcantarilla, lo que demuestra que se trata de un ciudadano con sentido cívico, con urbanidad, con conciencia ecológica, con un alto sentido de su responsabilidad como ciudadano. Miguel Zerolo, que también llegó a ser consejero del gobierno autonómico, diputado regional y senador, no es lo que se dice una persona intachable –varias causas judiciales jalonan su carrera y recientemente fue condenado a siete años de cárcel por prevaricación y malversación de fondos–, pero en lo que atañe a civismo nada puede reprochársele. Estaríamos dispuestos a asegurar que si, por alguna razón, la colilla no hubiera caído por sí sola en la alcantarilla, Miguel Zerolo la hubiera empujado con la punta del zapato, no la hubiera dejado, todavía humeante, allí, en plena calle, ¡por nada del mundo! Es verdad que esa colilla, que hace nada estuvo en contacto con la saliva de Miguel Zerolo, no es una colilla cualquiera. Por la forma casi desesperada con que el expolítico fumaba, se diría que no es la primera colilla que Miguel Zerolo tira al suelo hoy. Ha habido unas cuantas anteriores. Y estamos casi seguros de que todas han sido chupadas con la misma fruición, con la misma avidez de quien parece fumar para no ahogarse, fumar para huir del mundo, fumar para sobrevivir. Miguel Zerolo, que durante el breve trayecto en que lo hemos seguido entre la Plaza de Weyler y la calle Sabino Berthelot, vestía una ropa informal, descuidada, y que parecía, con sus gafas de sol y sus andares ágiles, querer pasar lo más desapercibido posible, se detiene, sin embargo, por un instante, a vigilar que la colilla haya caído, sin lugar a errores, en la alcantarilla de Sabino Berthelot. ¿Qué quiere decir esto? Vemos aquí, y acaso sea esta la explicación más plausible, la victoria de la urbanidad sobre el desasosiego, el gesto cívico de alguien que, a pesar de haber sido perseguido por la justicia con toda la saña de que esta es capaz, se muestra como un ciudadano de primera, cuidadoso con su entorno, íntegro. Es evidente que no está pasando por la mejor época de su vida, síntoma manifiesto de lo cual es su extrema delgadez, que, junto a la ropa descuidada y las gafas de sol, lo ayuda a pasar desapercibido en uno de los lugares más concurridos de la ciudad cuyo bastón de mando ostentó con firmeza durante década y media. Sin embargo, denota elegancia y hasta podría despertar en nosotros cierta simpatía esa atención suya por las pequeñas cosas, por los detalles. Cualquier otro, incluso los más rimbombantes defensores de la sostenibilidad, los ecologistas de boquilla o cualquier activista de medio pelo en favor del medio ambiente, tiraría una colilla al suelo y se despreocuparía de su destino, de cómo podría afectar a sus conciudadanos, de los perjuicios que generaría ese residuo no biodegradable en la diversidad ambiental de la ciudad. Miguel Zerolo, en cambio, hace todo lo contrario: antes de entrar en lo que no sabemos si es un piso suyo, una oficina, su más reciente guarida o el zulo donde guarda los millones que ganó jugando a la lotería, si es que aún le queda algo de ellos, cumple. Cumple como ciudadano, que es lo fundamental, en definitiva. ¿Debiera importarnos más lo que una persona hace con el dinero que gana que lo que es capaz de hacer como ciudadano, en lo que a todas luces parece un gesto espontáneo, hecho a solas, sin que el exsenador crea estar siendo observado por nadie, una acción sincera y salida de su lado más solidario y comprometido? Miguel Zerolo, su yo más íntimo, no el personaje público con sus bondades y defectos, no el exalcalde que amó como nadie a su ciudad y convirtió su amor en una locura que lo llevó al banquillo de los acusados, no el político, sino el hombre, no el que todos conocen, sino el desconocido, el ser-humano-de-carne-y-hueso, se nos ha revelado. No podemos quedar indiferentes ante esta revelación. A veces la verdad nos encandila, nos frotamos los ojos y no creemos posible haber visto determinadas cosas, pero en tales circunstancias debemos ser valientes para aceptar el vértigo de la revelación, por mucho que nuestros prejuicios y nuestras debilidades nos indiquen la dirección contraria. Miguel Zerolo cumple. Podrán ser mentiras deliberadamente maquinadas todos sus alegatos exculpatorios ante el tribunal que lo juzgó, podrá tener razón la justicia al condenarlo como líder de una mafia de especulación inmobiliaria capaz de saquear las arcas públicas en unos pocos años, podrá ser cierto que prevaricó, que malversó fondos, pero, en lo que a civismo se refiere, Miguel Zerolo es un auténtico dechado. Este señor, sépase bien, no va a dejar nunca una colilla tirada en plena calle. Atribúyase tal celo ciudadano a la educación esmerada que recibió en el seno de su familia o a la autenticidad de su amor por una ciudad que lo ha acabado tratando como a un apestado: lo cierto es que esa colilla da testimonio de una verdad oculta, subterránea. Una verdad que no podemos permitirnos menospreciar. En estos tiempos de posverdad en los que tan difícil resulta distinguir lo cierto de lo probable, lo verdadero de lo dudoso, lo sabido de lo sospechado y lo comprobado de meramente atribuido, una verdad tan palpable como esta, como la de que Miguel Zerolo, el exalcalde condenado a siete años de cárcel, es un ser humano cívico, alguien consciente de sus deberes para con los demás, no debe quedar relegada al olvido. Sirvan estas líneas como testimonio de que hoy, 30 de junio de 2017, a las 14.30 h., en Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo cumplió con sus deberes de ciudadano.
lunes, 26 de junio de 2017
BREVE DICCIONARIO DE POESÍA CANARIA ACTUAL
A
Aprendizaje:
lento proceso mediante el cual un poeta canario interioriza un idiolecto
procedente de otro poeta canario y lo transforma para adaptarlo a una realidad
que, una vez completado el proceso, afirmará ser suya y exclusivamente suya. El
aprendizaje en la poesía canaria termina siempre en una especie de ventriloquia:
sobre la voz que se escucha --la voz del aprendiz inconfeso-- planea siempre la sombra de la voz de otro poeta,
una voz superior e instigadora que, de alguna manera, dicta inconscientemente
las palabras o, cuando menos, la melodía que las une.
B
Baño:
proceso de purificación ejecutado durante el verano en alguna playa por el cual el cuerpo de un
poeta canario –no necesariamente atlético– se desmaterializa y se funde con la verdad
del instante como si escuchara la llamada de los númenes telúricos. Un baño se
realiza siempre al mediodía. Y el mediodía es siempre la morada de los
dioses.
Beneplácito:
acción mediante la cual un poeta canario concede a otro poeta canario el
permiso para utilizar determinados rasgos de estilo que a partir de entonces lo
identificarán como “miembro” de una determinada corriente. El poeta beneficiado
con un beneplácito sólo tiene que escribir una reseña al año sobre algún libro
del poeta benefactor; en algunos casos, basta con mencionarlo en una nota al
pie o con invitarlo a un congreso.
Bucle: espiral de sentido mediante la que un grupo de poetas canarios puede sostener durante décadas las mismas e inalterables majaderías. Los bucles tienen en esta microtradición algo de las cárceles de Piranesi: los personajes que las habitan son los reyes de las sombras y emanan una fosforescencia que sólo los conduce cada vez más hacia el interior de su tenebrosa y autocomplaciente telaraña.
Bucle: espiral de sentido mediante la que un grupo de poetas canarios puede sostener durante décadas las mismas e inalterables majaderías. Los bucles tienen en esta microtradición algo de las cárceles de Piranesi: los personajes que las habitan son los reyes de las sombras y emanan una fosforescencia que sólo los conduce cada vez más hacia el interior de su tenebrosa y autocomplaciente telaraña.
C
Can:
estatuilla con forma canina hecha de telurio a la que algunos poetas canarios adoran
a modo de ídolo y frente a la que, antes de escribir un poema, rezan una
breve plegaria. En algunas ocasiones esa plegaria ha pasado a convertirse en el
propio poema. A estos poemas prepóstumos se los denomina preces telúricas o cánones caninos.
Concreta
(poesía): estilo poético nacido en Brasil e imitado por poetas canarios de los
años noventa con desiguales resultados. En homenaje a las Galaxias de Haroldo de Campos --aunque sin que necesariamente hayan leído ese libro--, estos poetas produjeron en unos casos galaxias a
medianoche y, en otros, galaxias a mediodía. En algunos manuales se ha llegado a hablar de galaxitis. Lo más probable, en cualquier caso, es que el término galaxia sea para estos poetas una metáfora hiperbólica del archipiélago. Las islas serían, por tanto, soles, y los poetas, dioses generadores de la luz. Los autores de este tipo de textos son canarios concretos. Son entre tres y seis. Hay concretos mayores y concretos menores. Se considera barbarismo y no está aceptada por el Instituto de Estudios Canarios la expresión los concretos canarios.
Congreso:
encuentro de tres o cuatro mesas redondas a lo largo de una semana organizado
cada diez años –a veces cada veinte– por la sección de literatura de alguna
institución centenaria de San Cristóbal de La Laguna. A los poetas que participan se los escoge según criterios
contrastadamente objetivos y se busca en todo caso ofrecer la mayor pluralidad
posible. Hay quienes afirman, sin embargo, que para organizar un congreso de
poesía no hace falta saber una sola palabra de poesía ni media palabra de congresos. Los congresos de poesía canaria existen para que los poetas canarios se pongan finos los unos a los otros.
Coralidad:
subterfugio con el que los poetas menos dotados de una generación pretenden
camuflar su medianía aprovechándose del lustre de otros miembros de la misma.
En algunos casos, y con el paso del tiempo, la coralidad se ha revelado como un
sistema de complicidades que permite a los poetas medianos ayudarse los unos a
los otros a mantenerse a flote en los ambientes literarios.
Crítica: modalidad de escritura que en el caso de Canarias ha quedado reducida o bien al
más empalagoso de los halagos o bien a la parodia más soez. La crítica de
poesía es en esta comunidad autónoma especialmente repulsiva, pues ha elevado
al olimpo a poetas pésimos, ha ignorado a poetas buenos, ha ridiculizado a poetas óptimos y ha dado a conocer a
poetas que ni siquiera lo son.
D
Dios:
escrito en minúscula, entidad simbólica frecuentemente utilizada por algunos
poetas canarios para referirse a sí mismos como contempladores privilegiados de
la realidad o, según otras interpretaciones, para aludir a la realidad misma
transubstanciada por la mirada privilegiada del poeta. Completado a menudo con
el adjetivo “diurno”, el término supone la cristalización más acendrada de toda
una poética de la divinización del ser que constituye una de las líneas más radicales (o más radiantes, según otros manuales) de la poesía española actual.
E
Escritura: acto con el que la existencia cobra sentido y queda trascendida. Escribir no es simplemente emborronar unas cuartillas. Escribir es prometerse escribir. Escribir es proclamar que se escribe. Escribir es renunciar a escribir. Escribir en Canarias no es llorar: es, sobre todo, no escribir.
Escritura: acto con el que la existencia cobra sentido y queda trascendida. Escribir no es simplemente emborronar unas cuartillas. Escribir es prometerse escribir. Escribir es proclamar que se escribe. Escribir es renunciar a escribir. Escribir en Canarias no es llorar: es, sobre todo, no escribir.
F
Fiesta: revoltijo extático de luz o de palabras. Se usa casi siempre en las expresiones “fiesta del lenguaje”, “fiesta de la luz”, “fiesta de las palabras”. La poesía canaria es festiva por naturaleza. Es más, a veces ese gozo lumínico o verbal se denomina con el término aún más exultante de festín.
G
Genio: sinónimo de poeta en la poesía canaria actual. La genialidad se demuestra sobre todo publicando lo menos posible. Es más, si un poeta logra publicar sin ni siquiera escribir su genialidad se considerará absoluta.
H
Hornada: grupo de poetas que se reúnen en los bares de San Cristóbal de La Laguna para recitar delante de un micrófono. Se habla, así, de la "hornada" de El Siete o de la "hornada" de El Otro o incluso de la "hornada" de Los Nibelungos Tristes.
I
Isla:
en la poesía canaria actual, porción de materia divinizada elevada a residencia
mística de las potencias irradiadoras de verdad y protección. A la tautología
“Una isla es una isla” los poetas canarios han respondido con valentía solar: “La
isla soy yo”. A los habitantes de las islas puede llamárselos "isleños" o "insulares". La única diferencia entre un isleño y un insular es que el primero rezuma isla y el segundo ve islas donde no las hay.
J
Jefe:
dícese del ur-poeta, del poeta primordial del que derivan todas las temáticas y
estilemas. La poesía canaria actual constituye una estructura jerárquica en la
que las jefaturas se van distribuyendo según la cantidad de temas y recursos
que se es capaz de poner en circulación. En última instancia, el jefe o
ur-poeta de la poesía canaria actual es un griego llamado Odysséas Elýtis.
K
Kamikaze:
poeta que dispara contra sí mismo, poeta que se estrella contra su propio
destino, poeta que se lanza contra su propia sombra, poeta que desaparece en
los abismos de su propia nada, poeta que combate su mismísimo y mesmérico ser. Los
kamikazes afloran de vez en cuando en la poesía canaria, pero, por su propia
esencia y condición, no duran mucho. El lema de los kamikazes es: Hacia ninguna parte.
L
Levedad: sensación de ingravidez que el poeta canario debe sentir inmediatamente después
de la escritura de un poema. Se escribe para perder peso. Se escribe para
sentirse más cerca de los dioses. Un poeta canario que no se vuelva más leve al
escribir o no es poeta o no es canario. También puede ocurrir que sufra
sobrepeso y quede, por tanto, exceptuado del duro precepto de la levedad.
M
Mar: término que en la poesía canaria puede simbolizar la voz del inconsciente colectivo, la profunda imbricación coral de las mentes sintonizadas o el correlato objetivo de la conexión del poeta con las divinidades del fondo, oceánicas, tenebrosas. El mar es, de algún modo, el sueño eterno de los poetas-dioses canarios.
Metafísica: Preñez del ser acogotado por la luz, unción de soledad y de palabra, de una casa solitaria y de un desierto de juguete, misterio de la inconcebible materia encumbrada a puro perfil del aire por la pulverizada palabra de los poetas canarios. Metafísicas son la poesía, la pintura, la música, la fotografía, la danza, el cine, el teatro hechos en Canarias desde el momento en que las islas son también, por definición y sin remedio, entidades metafísicas.
Ñ
Ños: Interjección que algunos poetas canarios utilizan en sustitución de la canónica "ah" o incluso, a veces, del elegante "oh". Así, hay versos de la poesía canaria que suenan de un modo tan curioso como: "Ños, el horizonte límpido bendice nuestros besos" o "Supiste, ¡ños, dios!, del declinar del día".
O
Orilla:
lugar definitorio de la insularidad en el que los poetas canarios suelen
acampar en verano con el objetivo de escuchar lo que el mar viene a decirles al
oído. Hasta la orilla llegan a veces naranjas (cosa que la mar no tiene), pero
la mayor parte de las veces sólo llegan los pecios del gran buque naufragado de
la poesía canaria, que sería algo así como una nave de los locos, pero con poetas en vez de locos.
P
Pintura:
arte hermanado con la poesía que puede servirle a un poeta canario para una de las dos siguientes cosas: 1) Para practicarlo en los momentos en que no escribe poesía
(y en estos casos el resultado es lo de menos; para ellos, como para Leonardo,
la pintura es una “cosa mentale”); 2) Para escribir y conferenciar sobre arte, demostrando
que con sensibilidad, unos cuantos poemas publicados y unos buenos contactos se
puede ser el mejor crítico de arte de la isla aunque no se sepa casi nada de
pintura.
Plaquette: publicación de tirada corta que todo poeta canario debe publicar al menos una
vez en la vida y que algunos publican una vez al mes.
Poesía: género literario en el que las palabras surgen súbitas como chispas de una luz primordial y salvífica. Quienes nacen tocados por la magia de la poesía son seres iluminados, impolutos, sabios y silenciosos. Los "poetas", como se los conoce, son a veces tan silenciosos que se muestran incapaces de escribir absolutamente nada. Esa nada que no escriben pero que con frecuencia publican es un silencio precioso que debería ser admirado como la decantación más pura del lenguaje. El verdadero poeta es también, necesariamente, un excelente crítico de arte, de cine, de literatura. Puede ser también pintor, bailarín, músico. Puede ser lo que quiera, pues lo esencial ya lo lleva consigo: su capacidad de no decir nada sin por ello callarse nunca.
Poesía: género literario en el que las palabras surgen súbitas como chispas de una luz primordial y salvífica. Quienes nacen tocados por la magia de la poesía son seres iluminados, impolutos, sabios y silenciosos. Los "poetas", como se los conoce, son a veces tan silenciosos que se muestran incapaces de escribir absolutamente nada. Esa nada que no escriben pero que con frecuencia publican es un silencio precioso que debería ser admirado como la decantación más pura del lenguaje. El verdadero poeta es también, necesariamente, un excelente crítico de arte, de cine, de literatura. Puede ser también pintor, bailarín, músico. Puede ser lo que quiera, pues lo esencial ya lo lleva consigo: su capacidad de no decir nada sin por ello callarse nunca.
Q
Quietud:
estado místico alcanzado unas cuantas veces por dos o tres poetas canarios
inmediatamente después de escribir un poema. Logran estarse quietos, es decir, no escribir nada
a continuación. Nada de nada. En alguna ocasión la quietud ha sido total y han
dejado de escribir para siempre. Ese tipo de quietud es la meta más sublime que un
poeta canario puede ponerse a sí mismo.
R
Revista:
publicación colectiva y periódica cuya finalidad esencial es dotar de
pensamiento único, solidario, riguroso y coral a la poesía canaria, aunque para
ello haya que arruinarse enviando ejemplares a México o a Francia, pagando honorarios a los
colaboradores --que tienen derecho a cobrar por su trabajo, ¿o no?-- o supliendo con el propio bolsillo las subvenciones municipales
que no llegan o llegan tarde y mal (¡Ej que no pue habé perras pa' to', mi niño!). Todos contra uno y uno
contra todos: ese ha sido siempre el lema de las mejores revistas canarias.
S
Silencio:
mecanismo retórico que permite acumular la mayor cantidad de palabras posible para
decir lo mínimo imprescindible. La mejor poesía del silencio será, por tanto,
aquella que, con el más suntuoso de los discursos, sea capaz de no decir
absolutamente nada.
T
Támara:
véase “dios”. Canarismo en desuso que en algún libro se utiliza como epítome de
la incandescencia matricial de la materia, es decir, como nódulo del que
irradia la luz primordial del ser, del yo, del mundo y de la isla.
U
Ubicuidad:
método o capacidad que les permite a los poetas canarios actuales participar en tres
recitales al mismo tiempo sin que por eso se les eche de menos en ninguna
parte.
Umbral:
territorio difuso que algunos poetas canarios han confundido con no se sabe
bien qué estado del espíritu con la exclusiva finalidad de parecer sublimes y
apasionados. Quienes hablan de canto en
el umbral hacen, así, el ridículo ante sus semejantes al proponerse como seres transmisores,
iluminados y más sensibles que la mayoría.
V
Verdad:
Conciencia de la realidad del mundo que un poeta canario, por el mero hecho de
serlo, concibe en su mente y defiende a capa y espada por medio de su poesía.
La verdad es aquello que justifica el poema. Y un poema es la sede más visible
de la verdad. Poesía y verdad son, por tanto, en Canarias –ese otro “país donde
florece el limonero”, como cantaba Goethe–, una sola e indisoluble cosa.
W
Whisky:
bebida que algún poeta canario bebe antes de recitar para que su voz suene
borboteante, mística, irreverente y zafia.
X
Xilófono:
instrumento de percusión que un poeta canario menor identificó en una ocasión con el
brillo del sol repercutido en un acantilado a lo largo de todo un día. La majadería
de tal comparación, tanto más cuanto que el susodicho no sabía ni papa de música,
ha sido uno de los momentos más ridículamente sublimes de toda la historia de la poesía
canaria.
Y
Yoga:
conjunto de ejercicios que todo poeta canario debería realizar antes de
componer un poema. El poema es el doble del cuerpo, ¿no? Entonces habría que
disponer el cuerpo de un modo propicio antes de escribir. La incomprensión de
este principio ha llevado a muchos poetas canarios a escribir gran cantidad de
poemas sin cuerpo, sin eje, sin peso ni contrapeso. No en vano para algunos poetas canarios escribir una columna semanal es casi tan relajante como una asana.
Z
Zen: Estética oriental a la que se adscriben unos cuantos poetas canarios que, tras haber leído alguna antología del haiku japonés y las Sendas de Oku traducidas al castellano por Octavio Paz y tras haber visto sin comprender nada tres o cuatro películas de Ozu, se declaran poetas zen y escriben a partir de entonces poemas de incalculable brevedad capaces de transformar el mundo con la callada por respuesta. La imagen emblemática del zen canario es una roca a la que se llega desde otra roca por un puente colgante hecho de bambú: en medio del puente el poeta canario ve saltar una rana, croa un breve poema, se calla, reza a un can, pim, pam, pum.
martes, 13 de junio de 2017
LAS COSAS
Es cosa de decir las
cosas: las cosas que se ven, las cosas que se tocan, las cosas que se hacen,
las cosas que se dicen, las cosas que se sienten, todas las cosas que, sin
dejar de ser cosas, se transforman en otra cosa que cosas, en cosas que no son,
en cosas que no se ven, en cosas que no se tocan, en cosas que no se hacen, en cosas
que no se dicen, en cosas que no se sienten y, sin embargo, están ahí porque son cosas que
estuvieron a punto de no ser cosas, que están ahí porque no eran cosas, sino otra cosa: qué cosa, las cosas, qué
cosa, sí, qué cosa, y entonces intentamos aproximarnos a las cosas, verlas de
nuevo a la luz nueva que nace junto a ellas, la luz de cada cosa, la cosa con su
lumbre, la cosa con su orilla, su pátina de cosa, su transparencia, su certeza,
su sombra, su palidez y su silencio de cosa, ese sombrero, qué cosa, esa
lámpara, qué cosa, ese cojín, qué cosa, esa camisa, qué, qué cosa. Hay cosas en
la vida, hay cada cosa, hay cada cosa en esta vida, cada cosa, cada cosa, que
cada cosa que hacemos está sembrada de cosas, hay cosas de más y hay cosas de
menos, cosas enteras y cosas sin coser, cosas en orden y cosas agitadas. Y
cada cosa que dejamos de hacer por hacer otra cosa es una cosa que dice que las
cosas importan, que no podemos decirnos “a otra cosa, mariposa” sin dejar de
sentir la huella de esa cosa impresa en su cáscara, en su vacío de cosa no
hecha, en su reproche de cosa por hacer, qué cosa, saber que cada cosa ocupa su
lugar, cada cosa en su sitio y un sitio
para cada cosa, dice mi madre que decía mi abuelo, cosas, cosas, todas esas
cosas que quedan en el aire para que alguien las escuche mucho tiempo después,
cosas que no se dijeron en vano, cosas legadas, cosas de antes que llegan a ser
cosas de después, las cosas, sí, las cosas, eso tan importante que no sabemos
cómo se llama y por eso lo llamamos así, con la palabra cosa, que es una de las más importantes que tenemos, la palabra cosa y la palabra casa, sí, esas dos palabras juntas son toda nuestra vida, y la
palabra vida, la vida de las cosas de
la casa, esas tres palabras juntas y la palabra palabras, palabras para la vida de las cosas de la casa, esas
cuatro palabras juntas, qué palabras, qué cosas, qué vida la de esa casa de
palabras de cosas que son palabras que son cosas. Porque las cosas no siempre son
cosas. Las cosas son muchas veces el espejo de lo que no son. O el destello de
lo que fueron. Cosas de nada, se decía antes. Eso es una cosa de nada, decían
nuestros mayores para dar a entender las cosas que en su enorme importancia no
importaban nada, las cosas que podían dejarse pasar pero que debían tenerse en
cuenta si se quería mantener la vida en orden. Es cosa de pensar un poco las
cosas. Una cosa es una cosa es una cosa. Ser, sí, lo son, las cosas, pero, más
que ser, las cosas están, son porque están unas junto a otras. Esa cosa de ahí,
la silla, esa silla que está junto a la ventana, esa cosa que no es la ventana
ni la cama ni la pared ni la mano, esa cosa desnuda en forma de silla que no es
tampoco la silla ni una pared ni una cama ni una mano, y que es todas esas
cosas a la vez, cosa de silla, cosa de cama, cosa de mano, cosa de pared, ¿qué
es? ¿Qué es esa cosa que sufre, esa cosa que mira, esa cosa que siente? Esa
cosa de cosa, ¿qué es? ¿Qué es esa cosa de nada, esa cosa de mí, esa cosa de
aire, esa cosa del ojo, esa cosa de piel? Cosas, cosas, cosas entre las cosas,
cosas solitarias en medio de cosas solitarias, cosas dentro de cosas, cosas por
fuera de las cosas, cosas de ahora, cosas de siempre, cosas con cara, cosas sin
ayer. Las cosas nos miran y no sabemos qué decir. Miramos a las cosas y las
cosas ¿qué nos dicen? Cosas por aquí, cosas por allá, cosas en casa, cosas en
la calle, cosas dentro de mí, cosas olvidadas, cosas que recuerdo, cosas sin
lecho, cosas sin ahora, cosas con futuro, cosas desde cuándo, cosas sin porqué.
Más cosas no hay: sólo hay las cosas de ahora, de este mismo instante, cosas de
un segundo, cosas o burbujas, cosas en el aire, cosas sin perfil. Las cosas nos
circundan y las cosas nos hieren. Las cosas nos sobreviven y las cosas nos
matan. Las cosas nos embadurnan y las cosas nos desvisten. Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Las cosas del
querer. Cosas de dónde y de cuándo. Cosas de cómo y de por qué. Es cosa de
decir las cosas: esta mesa, ese lápiz, aquella baraja. Cada cosa es un mundo,
no hay cosa que no podamos ser. Es cosa de ser las cosas, cosa de dejarnos ser.
lunes, 12 de junio de 2017
POR LA GRACIA DE LA DESMESURA
Y así, un día descubrió un acceso de otro tipo. Llegó hasta
el final de una calle sin salida. El lugar era glamuroso, uno de esos barrios de las
partes altas de la ciudad desde donde el típico millonario local mira por
encima del hombro –desde arriba,
literalmente– al resto de sus conciudadanos. (Si fuera por esta gente, se dijo, privatizarían las calles, les pondrían cancelas y vigilantes, garitas y carteles de “Propiedad
privada y exclusiva”.) Le extrañaba que, a pesar del lujo circundante, el muro que taponaba
el final de la calle no estuviera revestido. Era una simple tapia de ladrillos
medio escondida detrás de una jardinera. Por unas escaleras que daban al
rellano de entrada del último edificio accedió a un pequeño pasillo exterior que se prolongaba hasta el lateral del muro. ¡Allí estaba, imprevista, la brecha! El pasillo
terminaba a pico en una esquina del muro que, por alguna razón, había
permanecido sin cerrar. Quizá los urbanistas hubieran debido obedecer una normativa municipal. Desde la esquina del muro en la que se encontraba vio la
otra calle: ¡estaba a un nivel distinto, mucho más abajo! Creyó comprender que lo que allí se había
planteado era un amago de comunicación, un principio de trasvase que
difícilmente podía cumplirse dado que las dos calles se encontraban a
diferentes niveles. Era extraño toparse con esa irregularidad: dos calles,
una al lado de la otra, separadas por un muro, pero a alturas distintas,
pertenecientes a sectores, a mundos radicalmente separados. No parecía que
aquella brecha hubiera sido abierta por nadie en particular, no se trataba de
una de esas aberturas practicadas por vándalos o por libertarios: era una
brecha creada a propósito, una comunicación prevista de antemano. Eso era quizá lo más
perturbador. Al asomarse a la otra calle tuvo que ser precavido: se encontraba casi
tres metros por debajo. De algún modo, era muy fácil bajar hasta ella, pues el
muro disponía de salientes mediante los que, con un par de zancadas, dejarse
caer sin mayores percances. Al menos, eso fue lo que pensó. Sin embargo, más
difícil parecía subir desde el otro lado: en el saliente más bajo no era fácil
montarse salvo que uno fuera impulsado por alguien o se ayudara de cuerdas o de otro tipo de instrumentos. Esta clase de brechas no eran frecuentes en la ciudad. La
compartimentación de los barrios se había llevado a cabo de modo que cada uno
estuviera perfectamente delimitado y separado de los demás. No entendía bien el
sentido de permitir el paso entre un sector y otro. Tampoco sabía si ese
paso era utilizado habitualmente por alguien, pero era de suponer que, por lo antes
mencionado, si lo era a la ida no lo sería a la vuelta, y viceversa. Todas
estas averiguaciones, con las que entretuvo la tarde, no conducían a ninguna
conclusión, se dijo, y mientras tanto observaba un coche que se había detenido
al final del aparcamiento –la calle se ensanchaba para ofrecer a los vecinos un
amplio aparcamiento que era casi privado; no cabía duda de que lo tenían todo muy bien
pensado. Un hombre de mediana edad parecía concentrado consultando el móvil. Mientras
estuvo detrás de la jardinera, en el margen izquierdo del muro, inspeccionando
la zona de comunicación entre las calles, permaneció fuera de la vista de
aquella persona. Si lo había visto llegar hasta allí, desaparecer en lo que
parecía la entrada del edificio para después continuar por el pasillo hasta
deslizarse en la brecha que unía las dos calles, habría pensado que se trataba
quizá de un perturbado, o de alguien que no albergaba buenas intenciones,
incluso, pensó, podría haber pensado que se trataba de algún tipo de inspector
municipal en el ejercicio de sus funciones pese a lo tardío de la hora (pues,
como todos sabemos, en este ayuntamiento no se descansa nunca). Al volver de
detrás del muro –si bien no era exactamente de “detrás” del muro de donde
volvía, sino de “al lado” del muro o incluso de “dentro” del muro–, tuvo la impresión
de que aquel señor lo había estado observando aunque continuara consultando concentradamente
el móvil. Volvió sobre sus pasos. Llegó al principio de la calle y se giró.
Desde allí nadie podría decir que todo aquello era cierto, que había una
posibilidad de asomarse a una calle que no se adivinaba, una calle de otro
mundo a tres metros por debajo de donde uno se encontraba; pensó que ese era
quizá el sentido de todo aquello: ofrecerle a alguien como él, un simple
paseante distraído, un hacedor de pasos, un mirón cualquiera sin intenciones sexuales, la
oportunidad de descubrir algo, aunque ese algo fuera tan baladí como una brecha
entre dos calles, algo nimio e inofensivo que, una vez descubierto, se
transformara, por la gracia de la desmesura, que es lo mismo que decir que por la
magia del arte, en un pequeño tesoro personal.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
ENTRADA DESTACADA
UNA INCURSIÓN INVERNAL EN LA CASA DE CAMPO
Me encantó estar allí, era como estar escondido para que nadie me viera, pero sin que nadie me estuviera buscando, o al menos eso creía. ...
ENTRADAS POPULARES
-
A una artista local le han publicado una monografía sobre su trabajo pictórico. Su trabajo pictórico no vale gran cosa, pero la artista es...
-
Curioseando un poco por la red --ahora que las noches, en esta región del Alto Valais donde me encuentro, son largas, frías y recogidas--, h...