En menos de cinco minutos se les han caído al suelo dos monedas a dos personas distintas.
Decido tomar la línea circular en el sentido contrario al que había pensado después de comprobar que el recorrido será dos estaciones más corto.
El tiempo pasa de un modo diferente en el andén y en el vagón: más lento en uno que en otro. En el andén la gente se mueve, ansiosa, desesperada, impaciente. En el vagón se quedan quietos, entregados a un movimiento que no pueden dominar.
Está a punto de llegar el tren: la escritura sufrirá en cuanto me monte en él los vaivenes de un movimiento que tampoco ella podrá dominar.
Quería sentarme, pero me toca estar de pie.
Un sábado por la tarde la gente sale, en general, acompañada o para reunirse con su compañía: a quienes están solos o han salido en busca de acompañamiento pasajero se les nota en la cara.
Me siento. La chica sentada a mi derecha (tapo con los dedos lo que escribo para que no pueda leer que hablo de ella) se perfuma el cuello con un botecito que saca del bolso: el perfume es intenso, pues hasta yo, que tengo poco olfato, lo huelo.
Acaba de levantarse. Ya se han ido: su perfume y ella.
En estos trenes nuevos (rectifico aquí algo que dije antes) cuyos vagones están unidos, por lo que pueden considerarse, en cierto modo, como un único y larguísimo vagón, hay gente que pasea de un lado para otro: en ese doble movimiento pueden elegir caminar en la misma dirección del tren o a contracorriente.
Imagino que uno puede sentarse en un vagón de la línea circular y permanecer en él el tiempo que quiera mordiéndole constantemente la cola al tiempo.
Se podría incluso venir aquí a escribir, una vez por semana, por ejemplo: instalarse, con un termo de café con leche, en un asiento situado frente a una de las puertas, como ahora (y esta idea no es nueva: se me ocurrió hace tiempo), y escribir un relato cuyos protagonistas vayan adoptando los rostros de los pasajeros que entran y salen.
Los rostros significan las miradas; las miradas significan las palabras no dichas o los sueños; los sueños significan los deseos; los deseos significan las vidas no vividas; las vidas no vividas significan la vida o el relato.
Mi destino se acerca: he atravesado media ciudad en media hora. ¿Es esto, que todo acabara disipándose, lo que andaba buscando?
He dejado escapar cientos, quizás miles de oportunidades de desvíos, de encuentros, de experiencias, de rutas, de transformaciones. Pero, en cierto modo, todas esas oportunidades desperdiciadas se reúnen aquí, en esto que escribo como un mapa subterráneo, paralelo a la realidad.
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¡Cuánto estupendo azar cortazariano!
ResponderBorrarOrestes Doreste von Droste
Amigo Doreste von Droste: salvo el crepúsculo. Un saludo.
ResponderBorrarMuy buen post, Rafa.
ResponderBorrar"He dejado escapar cientos, quizás miles de oportunidades de desvíos, de encuentros, de experiencias, de rutas, de transformaciones".
Bueno, simplemente estabas ejecutando tu guión (¿fruto de un libre albedrío?) como actor del espacio-tiempo.
A ver si un día me encuentro contigo en la línea 5, que yo también la uso...
Un abrazo
Amigo Nicolás: actores en espacio-tiempo, exacto, eso somos. De un espacio-tiempo que es a la vez una amalgama de presente y de memoria, de lugares reales y lugares virtuales, y en el que nos vamos encontrando, como en un espejo, gente que ya no está junto a gente que está aunque no sea para nosotros más que un coro de sombras anónimas que entran y que salen de un vagón. Gracias por escribir aquí de nuevo y un fuerte abrazo.
ResponderBorrarQué gran melancolía producen las vidas no vividas, los sueños aplazados o frustrados; pero, en fin, ya todo es irrecuperable y vivir significa tomar decisiones, elegir: festejemos también los errores, ¿por qué no? Lo haremos por quienes lamentan nuestras equivocaciones, si es que es cierto que nos hemos equivocado.
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