miércoles, 18 de agosto de 2010

INTERVALO

Para Goretti Ramírez, en señal de bienvenida

Intervalo entre abismo y abismo: como si a veces reflotara el cuerpo que se ahoga y pudiera así aspirar un poco de aire tal vez únicamente para volver a hundirse. El ruido del ventilador del techo, al principio casi inaudible y luego ya del todo incorporado al espeso silencio de la habitación. La cama arrimada a la pared, como un cuerpo suave y flexible sobre el que me tumbo para descansar. El agua de colonia que refresca la piel bajo el aire propulsado por el ventilador del techo. La comida que preparo para que dure unos días, algo sencillo como un gazpacho o unas lentejas, pero que requiere haber bajado hace un rato a comprar los productos, disponerlos en orden sobre el poyo, limpiarlos y cortarlos, una cierta atención, un cierto ánimo, y proporciona a cambio una especie de calma, como un intervalo entre abismos. La tarde de lectura indolente, sin ganas de vestirme para salir, parcialmente engañado el calor por la casi total desnudez del cuerpo dentro de la casa, por el aire que genera el ventilador del techo, por el agua de colonia, engañada la desgana por la preparación de un par de platos sencillos, engañado el abismo precedente por una calma sin ánimo, conjurado el abismo futuro por la intención de prolongar esta misma calma. Avanzar así de la cocina a la cama, a través del pasillo, y viceversa, con visitas periódicas al baño, pues no puede engañarse del todo al calor, y el cuerpo va deshidratándose, exigiendo constantemente agua que el propio cuerpo expulsa cuando ya no la necesita. Tarde de aparente existencia entre la inexistencia de un abismo y la inexistencia de otro, o tarde de inexistencia revelada por las existencias aparentes que la precedieron y la sucedieron. Es difícil saber a qué atenerse. Si atenerse a esta calma aunque su voz sea tan débil que apenas sirva para mantener el cuerpo en pie, o atenerse al estruendo abismal en que el cuerpo se ha agitado delirante entre espasmos. Mientras tanto, el sonido apagado del ventilador del techo parece haber reducido, absorbiéndolo, el alboroto de estos últimos días. Bajo él se tiende el cuerpo en un silencio que desearía preñado de algo más que el silencio. Un silencio de vida, como el de sábanas frotadas por cuerpos en lenta cadencia de abrazos incansables. Algo así, apacible, tierno, descansado, pero vivo.

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