sábado, 21 de agosto de 2010

EL TABLERO

Como un cuaderno de mediciones topográficas, siempre abierto en razón de la constante necesidad de medir los diferentes terrenos con que vamos encontrando: así el cuaderno de escritura, del que las simples notas, los apuntes, los trazos, las medidas, los bosquejos y las cifras pasarán algún día, ojalá, a un territorio más amplio, quizá igual de ordenado, limpio y transparente como el enorme tablero verde en el que mi padre, cuando «aún se hacía todo a mano», es decir, cuando aún no existían los programas de ordenador que luego tanto le facilitarían el trabajo, trasladaba los resultados de sus mediciones, de todo aquello que traía de allá, de su enigmático trabajo a pie de obra, en los solares, en terrenos baldíos que iban a ser urbanizados, en fincas como aquella a la que una vez me llevó y en la que le ayudé a medir —o más bien, supongo, me hizo sentir que le ayudaba a medir—, un terreno en las medianías del norte de la isla, rodeado de zarzas y sobre el que pasaban, recuerdo, chillando, unos pájaros, acaso golondrinas, a media tarde, con el mar no demasiado lejos para la mirada, allá abajo, y la autopista que nos conduciría de vuelta a casa un poco más arriba. Aquel tablero verde ocupó luego durante muchos años el salón de un piso acondicionado a modo de estudio. Lo recuerdo siempre cubierto por papeles vegetales, transparentes, en los que múltiples líneas trazaban figuras que representaban edificios, calles, habitaciones, muebles. Luego, como decía, dejó de usarse, pero siguió allí, en aquel piso que acabó por venderse. Si no me equivoco, mi padre aún lo conserva, acaso como un recuerdo de todas aquellas tardes que destinó a acudir a las obras de urbanizaciones del norte, de los trabajos extra con los que completó, durante años, su salario oficial, de los miles de kilómetros recorridos en idas y venidas, de las largas supervisiones de obras, de los cálculos hasta altas horas de la noche, del desgaste continuo del cuerpo frente a la imperturbable honestidad del espíritu. Y se conserva, pienso, un tablero así porque uno se lo ha ganado día a día a lo largo de la vida, con el propio sudor, por amor de los suyos.

2 comentarios:

  1. Estoy leyéndote con bastante placer estas perlss evocadoras. Son breves pero con capacidad de trasladarte en el tiempo.

    Un saludo.

    ResponderBorrar
  2. Gracias, amigo Eduardo, por tus lecturas y por el comentario. Escribir es muchas veces viajar, aunque casi nunca sepamos adónde nos llevan las palabras. Ojalá pronto me lleven a Gran Canaria, a sus sures de viento. Un abrazo. Rafael.

    ResponderBorrar

ENTRADA DESTACADA

UNA INCURSIÓN INVERNAL EN LA CASA DE CAMPO

Me encantó estar allí, era como estar escondido para que nadie me viera, pero sin que nadie me estuviera buscando, o al menos eso creía. ...

ENTRADAS POPULARES