lunes, 23 de mayo de 2011

POEMA DE LOS CUERPOS EN VERANO

En una noche así, noche de junio, los cuerpos se abandonan
al aire del verano, y la mirada los sigue
desde lejos, sinuosa como ellos,
retenida en el cuenco de los ojos
como un agua que nunca, aunque quisiera,
pudiera desbordarse.
Cruzan, en una noche así, los cuerpos
en torno a la mirada que intenta capturarlos,
deambulan sin saberse deseados,
se detienen en grupos junto a un banco
o pasan, desafiantes, solitarios,
mientras alguien les lanza una red invisible
y los caza un instante para luego soltarlos,
pero no porque sienta piedad de su belleza,
sino porque la red es frágil además de invisible
y enseguida se rompe bajo el peso de un cuerpo.
Las capturas fugaces, las ganancias y pérdidas
que en una noche así no dejan nunca
de sucederse dan a la mirada
un poder que no es más que una miseria,
y ese aroma volátil que es un cuerpo que pasa
cava un poco más hondo el agujero abierto
al principio del tiempo
por aquel primer cuerpo que perdimos
en el preciso instante en que creímos ganarlo.
Las ropas del verano, camisetas sin mangas,
bermudas y sandalias,
pantalones de lino, e incluso, a veces,
unos torsos desnudos con la playera al hombro
consiguen detenernos al borde de la acera,
o nos obligan
a acelerar el paso
o a desviar nuestro rumbo por calles de otros barrios.
Por un tiempo
vamos en pos del cuerpo que irradia desde lejos
su gracia o su tersura, su escultórica
silueta o, simplemente, la danza de sus pasos.
Dejamos que se aleje en su mundo no nuestro,
que regrese al lugar del que salió esa noche,
es decir, a todo
lo que no es nuestra mirada,
y acaso alguna vez nos atrevemos
a imaginar su vida allí, su cuarto, su familia, su cama, sus deseos,
y entonces somos ya algo más que mirada,
somos como demiurgos que creamos homúnculos
y no nos atrevemos a soplar en su frente
para que cobren vida porque estamos seguros
de que caerían convertidos
en polvo a nuestros pies.
Preferimos, entonces, no imaginar ya nada,
limitarnos al goce de su paso incorpóreo,
como si fueran simples
figuras que desfilan
por algún escenario al que se nos hubiera
prohibido acceder,
meras sombras que afloran en medio de la noche,
a las que no podríamos hablarles
porque no pueden escucharnos,
sombras de un inframundo que se hubiera instalado
por poco tiempo aquí, en nuestro mundo,
semidioses que portan la alegría
y también la desgracia, la presencia y la ausencia
en el instante de su aparición.

3 comentarios:

  1. Como nadie ha escrito nada, seré yo otra vez quien te felicite por este bellísimo poema, que tanto sabe del verano, sus tentaciones y su libro secreto, como Eric Rohmer en su "Cuento de verano". Tanto la película como tu poema nos hacen desearlo, esperarlo, y prepararnos para recibirlo como se merece: avanzando un poco más en sus páginas luminosas. Un abrazo.

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  2. Muchas gracias, querido Iván. El poema lo escribí el verano pasado, pero he querido que pasara un año y publicarlo ahora. Me alegra que te guste. Un día habría que pensar en una antología de poemas "sobre el verano". Cada verano de la vida (y de cada vida) es distinto. Rohmer, claro, lo sabía. Un abrazo.

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  3. Es una gran idea, sería un libro muy bello. Un abrazo.

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