martes, 10 de mayo de 2011

OTRO NOMBRE DE LA VIDA

Para Mario Martín Gijón

Alojada en la indeterminación del lugar que ocupo ahora mismo en el centro de la sala (pero ni esta tiene un centro ni yo ocupo un lugar, por muy indeterminado que pudiera ser, ni siquiera diría que existe dicha sala o un tiempo que nadie pueda llamar ahora), la angustia es un goteo sordo que daría igual denominar desesperación si no fuera porque al leer esta palabra se piensa enseguida en mechones de pelos arrancados, en golpes de la propia cabeza contra la pared, en frustrados intentos de suicidio. La angustia es una palabra más discreta, quizás demasiado eufónica, para un sentimiento que está más cerca del silencio que del grito, de la reclusión que de la errancia, de la mirada perdida que de las automutilaciones. Y aun así, no es la palabra justa. Giro en medio de la sala tres cuartos de circunferencia en un movimiento que despliega ante mí sucesivos momentos de la misma luz desgastada. Tal vez la clave esté en la luz, en su pobreza, en la desgana con que llega esta tarde hasta el lugar que ahora ocupo (sin que haya, repito, lugar ni ahora ningunos, ni ocupación ni tarde), pálida, desnutrida, anémica. Estoy quieto, o me dispongo a estarlo, frente al balcón cuya puerta he abierto con la vaga impresión de que la tarde espera un gesto, un chasquido cualquiera, un paso, una breve salida a contemplar el cielo. Pienso que no debería estar aquí. Me he quedado y lo pago con este goteo de negaciones indeterminadas. No sé qué quiero, no sé qué hacer, no sé hacia dónde mirar, no sé qué decir, no sé a quién llamar, no sé si sentarme o si quedarme de pie, no sé si salir al balcón o a la calle, no sé si sí o si no, si esto o si lo otro, si una y otra vez o si nunca jamás. Así que me detengo. Me quedo escuchando los nauseabundos chirridos de unos pájaros que parecen escupidos por otros mayores en su fuga del mundo. Luego, casi silencio. Aquí estoy, en la callada indeterminación de un lugar cualquiera abatido por una luz que cava cada vez más adentro en mis entrañas una oscuridad a la que aún no he podido darle nombre. No hay, como dijo alguien, ya para nosotros aventuras. La mirada no puede escapar de sí misma. Y todo seguirá así mientras yo no me mueva de este lugar no elegido como escenario de un dolor que no es sino otro nombre de la vida.

5 comentarios:

  1. Querido Rafa: tu texto me recordó de inmediato una de las más bellas intuiciones poéticas de uno de mis poetas preferidos, y dice así: "El dolor verdadero no hace ruido: / deja un susurro como el de las hojas / del álamo mecidas por el viento (...)" (Claudio Rodríguez, "Como el son de las hojas del álamo"). Un fuerte abrazo desde la nebbia primaveral que hoy disfruto en esta húmeda tarde.

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  2. No conocía, o no recordaba, querido Iván, esos versos tan hondos de Claudio Rodríguez. Sí, en cierto modo recojo en mi texto la sensación de que el dolor es una especie de caída en el silencio. La diferencia es que lo que Claudio Rodríguez logra decir en tres versos yo no soy capaz sino de balbucirlo en un excesivo y palabrero párrafo... Gracias por tu comentario y un saludo.

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  3. Tremendo texto, Rafael, lleno de frases que te empujan a releerlas inmediatamente para recuperar la emoción que despierta su lectura. ¿Cómo lo haces para describir con palabras lo que no se puede describir con palabras?
    Por cierto, tengo interés en comprar tu libro: Algunas de mis tumbas ¿cuál es la vía más rápida?
    Besos

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  4. Gracias, amigos Iván y Araceli, por los comentarios. Lo que Claudio Rodríguez logra decir en unos pocos versos, con unas pocas palabras sabias e intensas, lo malogro yo, me temo, en la palabrería de esta prosa renqueante. Ojalá, amiga Araceli, lograra un día describir con palabras lo que con palabras no puede describirse.

    En cuanto a "Algunas de mis tumbas", me temo que no tiene distribución nacional. Tal vez puedas conseguirlo enviando un correo a la editorial: correo@edicionesidea.com.

    Un saludo para los dos.

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  5. No seas tan duro contigo. Tu texto es muy hermoso, al igual que el poema de Claudio Rodríguez (quizá uno de los mejores que escribió). Creo que tu texto y el poema de Claudio no se excluyen ni piden juicio que pondere a uno sobre el otro; es mucho más sencillo, se complementan armoniosamente, al menos, en mis inevitables analogías y asociaciones mentales.

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