viernes, 28 de octubre de 2011

EL BESO MÁS EXTRAÑO

Conservo la imagen del beso más extraño, la imagen de un beso en un portal de la calle Viera y Clavijo de Santa Cruz de Tenerife, un día de febrero —o de marzo— de 1994. Mucho después supe que en esa calle se había cometido, varias décadas atrás, el que fue quizá el crimen más extraño de la historia de nuestra ciudad: un adolescente había matado a su madre y a sus hermanas y había expuesto en las paredes del salón sus vísceras, sobre todo las más íntimas, en obediencia a desconocidos rituales, a purgaciones llevadas a los extremos más drásticos, los de extirpar, cancelar, aniquilar, descuartizar a las portadoras del pecado. Un par de bocacalles, acaso, más abajo, durante unos carnavales que serían los terceros o cuartos que vivía, sostenía yo, con muy distintas intenciones, un cuerpo en el umbral de un portal: el cuerpo se caía, se derrumbaba en mis brazos, se deslizaba como un garabato hasta la acera, y una y otra vez yo lo subía, lo incorporaba y lo mantenía de pie. Era un amigo —nunca diré quién. En aquellos carnavales, que serían para él los primeros o segundos, mi amigo bebía todas las noches como un poseso, podía acabar derrumbado, chinesco, orinado en cualquier esquina al relente de la mañana, que, en febrero —o en marzo— en Santa Cruz de Tenerife, es húmedo y peligroso. Bebía porque sí, por no poder decir que no, porque era muy joven y porque la fiesta era bárbara. (He oído decir a algún petimetre en estos días vendidos que, en vez de gastar el dinero en carnavales, en esas fiestas importadas e impostadas —lo ha dicho así, el muy fresco—, nuestros gobernantes tendrían que seguir apoyando los festivales de música, las bienales de arte, los salones del libro africano o japonés, los festivales de cine, las exposiciones de artistas canarios en el exterior, las piruetas grotescas de nuestros mejores bailarines en teatros de provincia filipinos o checos: no sabe lo que dice, no sabe que son precisamente los carnavales, esa mezcolanza de merengue y marabunta, ese maravilloso travestismo total de una ciudad entera, esa fiesta invertida en la que, de pronto, puedes, por ejemplo, encontrarte, entre las sombras de los contenedores de una dársena del puerto, a los dos boxeadores más machos del gimnasio de tu barrio no justamente partiéndose las caras sino uno de ellos partiéndole al otro el culo como un perro a otro perro; no sabe, ese sabelotodo, que son los carnavales lo más valioso de nuestra cultura, la flor y la nata de lo que somos, pues, ¿qué somos sino islas sin identidad, un batiburrillo de huellas que no han podido ponerse de acuerdo para fundar nada, una faz doblegada, ni siquiera el revés de un rostro o de una sombra?) Tanto había bebido mi amigo aquella noche que, cuando me lo encontré, en medio de un flujo de máscaras que podía arrastrarnos hacia cualquier rincón de la ciudad, se tambaleaba, no enhebraba dos palabras seguidas, me miraba con asombro como si no me conociera, me preguntaba cosas incoherentes y proponía ir a beber otra “garimba” a alguno de los chiringuitos de las facultades universitarias, en los que (alguna vez lo pensé) se aprendía más que en muchas de las clases de nuestros insignes catedráticos. Con mis mejores modales me negué a eso último, a seguir bebiendo, me refiero, y le sugerí a mi amigo volver poco a poco a nuestras casas —vivíamos entonces cerca el uno del otro, “así que vamos en la misma dirección”, le dije. Parecía haberlo convencido y comenzamos un lento regreso a través de calles abarrotadas, dos máscaras de nadie, agazapadas la una tras la otra, intentando pasar por entre huecos casi imposibles, rozándonos con telas de múltiples colores, de inverosímiles tactos, fijando en cada instante muecas que serían luego olvidadas, miles y miles de posturas y gestos y balanceos y diálogos y gritos a lo largo de unas pocas calles. Conseguimos salir de la zona candente. La ciudad continuaba cuesta arriba, calles más estrechas se abrían como venas en las que nos íbamos encontrando restos entumecidos, un gorro por aquí, un orín por allá, cintas, confetis, serpentinas, chales, arrojaduras, gasas, lentejuelas, pecios, pecios inmundos de la gran marabunta. Al llegar a la calle Viera y Clavijo  —cuyo nombre es injusto y bastaría para relegar al olvido a quienes tuvieron la osadía de emponzoñar así la memoria de tan ilustre erudito—, mi amigo se plantó. “No puedo seguir”, me dijo. Pretendía, supongo, permanecer tumbado un buen rato en el portal en el que se detuvo, pues lo vi recostarse, estirar las piernas y cerrar sin pudor alguno los ojos. Yo lo sacudí: aquello era innecesario. Con un último esfuerzo estaría ricamente acostado en su cama, en casa de sus padres, arropado, limpito e incluso entregado a algún sueño glorioso, memorable. Lo levanté, lo sostuve contra la puerta de madera, casi en peso, pues él no colaboraba, sus fuerzas no lo acompañaban, se dejaba caer, reclamaba insistente ser abandonado allí, que se le permitiera quedarse en aquel portal cualquiera a dormir un rato la mona. Pero yo no podía permitirlo. Así que entonces, sin previo aviso, mientras lo tenía agarrado con mis brazos bajo los suyos para que no se cayera, lo besé. Quiero decir que coloqué mis labios sobre los suyos solo un instante, no sé muy bien por qué, quizá porque no encontraba otra manera de hablarle o porque quería que reaccionara de algún modo o tal vez porque sin saberlo estaba enamorado de él o, seguramente, porque también yo estaba un poco borracho e intuí que era esa la única ocasión que tendría en toda mi vida para besarlo —como así ocurrió. Lo cierto es que aquel beso fue como palo de santo. Mi amigo, después de quedarse alelado durante unos segundos, con la mirada perdida, recobró las fuerzas, volvió a incorporarse, se giró hacia la parte superior de la calle y dijo: “Continuemos”. Un rato después lo ayudaba a abrir el portal de su casa y lo contemplaba, aliviado —y quizá también algo triste—, subir las escaleras.

11 comentarios:

  1. qué buena historia, genial! me trasladaste a cualquier noche de carnaval. sensaciones ambiguas, mucho contraste. me gustó mucho.

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  2. Me alegrá saber, amigo/a, que el texto logró "trasladarte" en el tiempo a sensaciones ambiguas, tal vez a algo parecido a lo que cruzaba por mi mente mientras lo escribía. Gracias por tus palabras y por tu lectura. Un saludo.

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  3. No me gustan nada los carnavales o yo ne les gusto a ellos, pero la historia me suena. Ese beso me recuerda el del príncipe azul a la princesa de los cuentos: más que extraño, parece el beso de la resurrección. Un fuerte abrazo.

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  4. Entre la barahúnda y la embriaguez del carnaval, inesperadamente, surge un beso. Un beso que infunde una bocanada de aliento vital, que le dice “levántate y anda” a quien se derrumba de cansancio, a quien ya no puede más. Hermosa evocación de vivencias personales.

    Un abrazo.

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  5. Amigos Ramiro e Iván: gracias por sus lecturas e impresiones. Es curioso que coincidan en la idea de la resurrección. Un fuerte abrazo para los dos.

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  6. Qué bueno... Me alegraste la tarde
    Paco León
    Post. Y me leí toda la polémica SILA con Jerez, que se la tiene merecida. Y fíjate que lo leo y a menudo lo aplaudo, aunque a veces, muchas veces, se le sube el lúpulo estilístico a la cabeza, desbarra, despotrica, extralimita y se cree puro y poseedor de la verdad.
    Abrazos

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  7. Gracias, Paco querido. Me alegra que te haya gustado. En cuanto a las polémicas: casi todas acaban convirtiéndose en un diálogo de sordos. A veces lo que más cuesta no es defender las propias opiniones sino escuchar como se merecen las opiniones de los demás. No estoy seguro de que ni González Jerez ni yo lo hayamos conseguido. Un abrazo.

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  8. Que bueno eres Rafa

    Paco León

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  9. Rafa, si me permites, te sugiero un tema para un próximo texto: el primer centenario, este mismo mes de noviembre, del nacimiento de Odysseas Elytis. Un fuerte abrazo, amigo.

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  10. Amigo Iván: parece que me leíste el pensamiento... en cuanto a lo del centenario, no concretamente de Elytis, cuya obra leí hace tiempo y merecería, sin duda, una relectura (que ojalá me dé pie a algún texto), sino de otro escritor, muy diferente, cuyo centenario se cumple justamente mañana, 5 de noviembre, y será objeto de un pequeño homenaje en este blog. Lo tengo ya preparado y lo cuelgo dentro de unas horas... tachán, tachán... Un fuerte abrazo.

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