Uno de los sábados de aquel mes
silencioso me acerqué hasta la calle Chisperos, cerca de la Puerta del Ángel.
Lo hice porque disponía de mucho tiempo libre —casi todos mis amigos habían
muerto o habían emigrado, lo que era casi lo mismo en lo que concernía a la
distribución de mi tiempo— y porque, además, recordaba haber estado, hacía casi medio año, en la época de los meses ruidosos, en un piso situado en esa misma calle
en compañía de su inquilino tras una noche de fiesta. Recuerdo haber pensado ya
entonces, cuando salimos del piso por la mañana y recorrimos juntos varias
avenidas hasta la boca del metro, que un día podría volver para recorrer ese
barrio. Me habían atraído cierta soledad, cierto desamparo que se correspondían
bien, pensé, con lo que mi vida estaba a punto de depararme.
Después
de tomar un café con leche en un bar mugriento en el que la dueña, una mujer
miope cuyas gafas, de culo de botella, no dejaban ningún resquicio para la
sonrisa, llamaba por su nombre a todos los clientes y parecía saber lo que cada
uno iba a consumir, atravesé la calle Chisperos, una de tantas calles insulsas
de nuestra capital, e intenté recordar cuál era el edificio que había visitado,
desde qué ventana había estado mirando hacia las viviendas de enfrente, después
de hacer el amor, mientras pensaba que nunca más disfrutaría del concreto
placer de aquella noche, de la compañía de un ser atento, delicado, viril y
complaciente al que hubiera querido volver a ver pero al que estaba seguro de
no volver a ver. No me detuve, miré hacia un par de balcones, repasé, en un
diálogo imposible de mirada y memoria, dos o tres ventanas —pero qué distinta
es una ventana si se la mira desde dentro o desde fuera— y acabé desembocando en una avenida
bordeada por un parque elevado al que podía subirse por unas escaleras.
Lo
primero que me sorprendió fue la elevación del parque, desde cuyos senderos
podían contemplarse las azoteas de los edificios que lo rodeaban. Parecía un
parque elevado a modo de patíbulo, una ostentación o un aviso claramente visibles
desde muchos lugares de la capital. Su nombre, sin embargo, solo figuraba en
una placa de metal instalada en un muro al final de las escaleras, una placa
discreta en la que, junto al nombre, Parque de los Suicidios, figuraban la
fecha de su primitiva inauguración (se lo llamó entonces, en un alarde de topografía onomástica, Parque de la Cuña
Verde de Latina) y la de su reciente remodelación. A todo lo largo del parque, decorado
con árboles ralos de un verde grisáceo y atravesado por paseos de arena
plagados de pedruscos, estaban instaladas las Plataformas de Autosupresión.
Había oído hablar de este nuevo servicio municipal, pero nunca había sentido
curiosidad por visitarlo.
Las
plataformas son unos trampolines de hierro, de una altura de aproximadamente cuarenta
metros, rodeados por una escalera de caracol automática. Podría equivocarme,
pues no recorrí el parque en su totalidad, pero creo que hay allí cinco
plataformas. Cada una de ellas está rodeada por una verja circular de unos tres
metros de altura. Un gran panel situado junto a la verja expone las
instrucciones que cualquier usuario debe respetar cuando accede a una
Plataforma de Autosupresión. El coste del servicio es de un euro. El
ayuntamiento capitalino, según se informa, reinvierte la recaudación en
programas de Educación para la Autosupresión Responsable, Segura y Sostenible,
programas cuya eficacia, según la Concejalía de Parques y Jardines y la
Concejalía de Bienestar Social, de las que depende el servicio, está fuera de
toda duda. Una máquina de cobro automático que, al parecer, no proporciona
cambio, permite, tras el pago correspondiente, el acceso a las instalaciones,
que podrá realizarse, de manera exclusivamente individual, cada diez minutos
(margen de tiempo previsto para el traslado del cuerpo del usuario
autosuprimido hasta el llamado Punto de Depósito de Cuerpos Caídos). El acceso
fraudulento a las instalaciones, es decir, el acceso no individual o la no
comisión del Acto de Autosupresión, está penalizado con una multa de 3000 euros, lo
mismo que cualquier intento de acceso fuera del horario de apertura (de 8 de la
mañana a 8 de la tarde ininterrumpidamente).
En el
panel de instrucciones de uso figura también la obligatoriedad de lanzarse de
espaldas desde la plataforma, pues, se añade a título informativo, la autosupresión
es más rápida, segura e indolora de este modo y, además, el usuario, al no ver
el suelo, la puede practicar con mayor tranquilidad. Es recomendable, aunque no
obligatorio, según el panel de instrucciones de uso, dejar en los bolsillos de
los pantalones o en los bolsos (en el caso de las mujeres) una escueta nota con
los datos de algún familiar o amigo al que notificar la autosupresión. En el
panel se informa, igualmente, de que el cuerpo caído será derivado, a través de
una trampilla de apertura automática, a una cinta transportadora subterránea
que lo trasladará al Punto de Depósito de Cuerpos Caídos, en donde será despojado
de todas sus pertenencias inorgánicas; estas se derivarán al Punto de Redistribución
y Aprovechamiento de Pertenencias Inorgánicas. Una vez accionada la trampilla
de apertura automática se pondrá en funcionamiento un dispositivo de propulsión
a chorro que limpiará de sangre y otras pertenencias orgánicas la superficie de
recogida de los cuerpos caídos.
A
estos, a los cuerpos caídos, se les aplicarán los procedimientos habituales de
tratamiento de residuos orgánicos hasta su total desaparición. Sus
pertenencias inorgánicas serán clasificadas y posteriormente distribuidas a los Programas Municipales de Ayuda al Ciudadano Necesitado. Sombreros, zapatos,
relojes, monederos, corbatas, bolsos, calcetines, marcapasos, pírsines, pintalabios,
gafas, diademas, bragas, alargapenes, suspensorios, perfumes, peinetas, faldas,
arneses, dientes de oro, chales, pulseras, dildos y sortijas serán así
repartidos siguiendo los criterios aprobados de Redistribución Social de Pertenencias
Inorgánicas. Si en alguna de las pertenencias inorgánicas se encontrara dinero en efectivo, este será derivado a los programas de Educación para la Autosupresión Responsable, Segura y Sostenible. La autosupresión les será comunicada a familiares o amigos en el
caso de que entre las pertenencias inorgánicas del usuario autosuprimido se descubra una nota.
No me
quedó del todo claro qué ocurre si el cliente no logra consumar de manera
efectiva el Acto de Autosupresión, es decir, si sigue con vida después de lanzarse.
Imagino que esto ocurrirá en muy pocos casos y que existirá algún servicio de
emergencias destinado a transportar al hospital más cercano a los usuarios que
se encuentren en dicha situación. Me sorprendió que no hubiera cola alguna
formada ante la máquina de cobro automático ni tampoco demasiados curiosos alrededor
de la verja y que, sin embargo, por el parque pulularan muchísimas personas,
casi todas solitarias, la mayoría jóvenes de ambos sexos, pensativos, abstraídos,
algunos con libros o tabletas que consultaban sin demasiado entusiasmo, otros con una mascota
entre los brazos, los menos en parejas, pero en parejas que no conversaban y
parecían dejarse arrastrar hasta donde los pies las condujeran.
Permanecí
en el parque unas dos horas hasta que sentí hambre y busqué las escaleras para
dirigirme al metro de regreso a mi casa. Me detuve un último instante y me
giré. En lo alto de una de las plataformas una persona avanzaba. No logré distinguir
si se trataba de un hombre o de una mujer, pero parecía joven. Cuando llegó al
borde me pareció que se volvía de espaldas casi sin dudar, como un clavadista
profesional. Empecé a bajar las escaleras. Era un sábado más de aquel mes
silencioso.
El suicidio como una de las bellas artes. Magnífico relato, Rafa. Leyéndolo, dan ganas de suicidarse: como me pasó cuando empecé a leer "En las cimas de la desesperación", de Cioran: es muy peligroso, nunca estuve más seducido por la posibilidad de la muerte; aunque luego me "curé" leyendo el poema de Caballero Bonald "Recado a Cioran", y pensé: sí, que don Emil (al que admiro muchísimo ojo) Se suicide antes "un poco"...Jajajajaja. Un abrazo muy grande, poeta.
ResponderBorrarNo era mi intención, querido Iván, lanzar con mi texto ninguna invitación al "último viaje", así que haces bien en dejar que sea el otro, el autor, quien dé el primer paso... de clavadista desde la plataforma. El relato no es más que la triste consecuencia de un paseo solitario uno de estos últimos sábados de otoño. Gracias por leer y por "contraleer". Un gran abrazo.
ResponderBorrarRafa, viendo lo que se cuece en Tenerife con respecto a vetos, permisos y neofascismo (cultural y literario), creo que sería pertinente reescribir aquel poema de Emeterio Gutiérrez Albelo ("El presentado sin el presentante") dándole un tono jocoso y satírico; el poema (o el texto en prosa) podría llamarse "El presentado, el presentante y un impresentable".¿Qué te parece? Abrazos.
ResponderBorrarInquietante contrautopía, muy bien narrada. Además que muy oportuna, y más situándola en Madrid y en ese ambiente, casi parece más que verosímil.
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