sábado, 5 de noviembre de 2011

PARQUE DE LOS SUICIDIOS

Uno de los sábados de aquel mes silencioso me acerqué hasta la calle Chisperos, cerca de la Puerta del Ángel. Lo hice porque disponía de mucho tiempo libre —casi todos mis amigos habían muerto o habían emigrado, lo que era casi lo mismo en lo que concernía a la distribución de mi tiempo— y porque, además, recordaba haber estado, hacía casi medio año, en la época de los meses ruidosos, en un piso situado en esa misma calle en compañía de su inquilino tras una noche de fiesta. Recuerdo haber pensado ya entonces, cuando salimos del piso por la mañana y recorrimos juntos varias avenidas hasta la boca del metro, que un día podría volver para recorrer ese barrio. Me habían atraído cierta soledad, cierto desamparo que se correspondían bien, pensé, con lo que mi vida estaba a punto de depararme. 

Después de tomar un café con leche en un bar mugriento en el que la dueña, una mujer miope cuyas gafas, de culo de botella, no dejaban ningún resquicio para la sonrisa, llamaba por su nombre a todos los clientes y parecía saber lo que cada uno iba a consumir, atravesé la calle Chisperos, una de tantas calles insulsas de nuestra capital, e intenté recordar cuál era el edificio que había visitado, desde qué ventana había estado mirando hacia las viviendas de enfrente, después de hacer el amor, mientras pensaba que nunca más disfrutaría del concreto placer de aquella noche, de la compañía de un ser atento, delicado, viril y complaciente al que hubiera querido volver a ver pero al que estaba seguro de no volver a ver. No me detuve, miré hacia un par de balcones, repasé, en un diálogo imposible de mirada y memoria, dos o tres ventanas —pero qué distinta es una ventana si se la mira desde dentro o desde fuera— y acabé desembocando en una avenida bordeada por un parque elevado al que podía subirse por unas escaleras. 

Lo primero que me sorprendió fue la elevación del parque, desde cuyos senderos podían contemplarse las azoteas de los edificios que lo rodeaban. Parecía un parque elevado a modo de patíbulo, una ostentación o un aviso claramente visibles desde muchos lugares de la capital. Su nombre, sin embargo, solo figuraba en una placa de metal instalada en un muro al final de las escaleras, una placa discreta en la que, junto al nombre, Parque de los Suicidios, figuraban la fecha de su primitiva inauguración (se lo llamó entonces, en un alarde de topografía onomástica, Parque de la Cuña Verde de Latina) y la de su reciente remodelación. A todo lo largo del parque, decorado con árboles ralos de un verde grisáceo y atravesado por paseos de arena plagados de pedruscos, estaban instaladas las Plataformas de Autosupresión. Había oído hablar de este nuevo servicio municipal, pero nunca había sentido curiosidad por visitarlo. 

Las plataformas son unos trampolines de hierro, de una altura de aproximadamente cuarenta metros, rodeados por una escalera de caracol automática. Podría equivocarme, pues no recorrí el parque en su totalidad, pero creo que hay allí cinco plataformas. Cada una de ellas está rodeada por una verja circular de unos tres metros de altura. Un gran panel situado junto a la verja expone las instrucciones que cualquier usuario debe respetar cuando accede a una Plataforma de Autosupresión. El coste del servicio es de un euro. El ayuntamiento capitalino, según se informa, reinvierte la recaudación en programas de Educación para la Autosupresión Responsable, Segura y Sostenible, programas cuya eficacia, según la Concejalía de Parques y Jardines y la Concejalía de Bienestar Social, de las que depende el servicio, está fuera de toda duda. Una máquina de cobro automático que, al parecer, no proporciona cambio, permite, tras el pago correspondiente, el acceso a las instalaciones, que podrá realizarse, de manera exclusivamente individual, cada diez minutos (margen de tiempo previsto para el traslado del cuerpo del usuario autosuprimido hasta el llamado Punto de Depósito de Cuerpos Caídos). El acceso fraudulento a las instalaciones, es decir, el acceso no individual o la no comisión del Acto de Autosupresión, está penalizado con una multa de 3000 euros, lo mismo que cualquier intento de acceso fuera del horario de apertura (de 8 de la mañana a 8 de la tarde ininterrumpidamente). 

En el panel de instrucciones de uso figura también la obligatoriedad de lanzarse de espaldas desde la plataforma, pues, se añade a título informativo, la autosupresión es más rápida, segura e indolora de este modo y, además, el usuario, al no ver el suelo, la puede practicar con mayor tranquilidad. Es recomendable, aunque no obligatorio, según el panel de instrucciones de uso, dejar en los bolsillos de los pantalones o en los bolsos (en el caso de las mujeres) una escueta nota con los datos de algún familiar o amigo al que notificar la autosupresión. En el panel se informa, igualmente, de que el cuerpo caído será derivado, a través de una trampilla de apertura automática, a una cinta transportadora subterránea que lo trasladará al Punto de Depósito de Cuerpos Caídos, en donde será despojado de todas sus pertenencias inorgánicas; estas se derivarán al Punto de Redistribución y Aprovechamiento de Pertenencias Inorgánicas. Una vez accionada la trampilla de apertura automática se pondrá en funcionamiento un dispositivo de propulsión a chorro que limpiará de sangre y otras pertenencias orgánicas la superficie de recogida de los cuerpos caídos. 

A estos, a los cuerpos caídos, se les aplicarán los procedimientos habituales de tratamiento de residuos orgánicos hasta su total desaparición. Sus pertenencias inorgánicas serán clasificadas y posteriormente distribuidas a los Programas Municipales de Ayuda al Ciudadano Necesitado. Sombreros, zapatos, relojes, monederos, corbatas, bolsos, calcetines, marcapasos, pírsines, pintalabios, gafas, diademas, bragas, alargapenes, suspensorios, perfumes, peinetas, faldas, arneses, dientes de oro, chales, pulseras, dildos y sortijas serán así repartidos siguiendo los criterios aprobados de Redistribución Social de Pertenencias Inorgánicas. Si en alguna de las pertenencias inorgánicas se encontrara dinero en efectivo, este será derivado a los programas de Educación para la Autosupresión Responsable, Segura y Sostenible. La autosupresión les será comunicada a familiares o amigos en el caso de que entre las pertenencias inorgánicas del usuario autosuprimido se descubra una nota. 

No me quedó del todo claro qué ocurre si el cliente no logra consumar de manera efectiva el Acto de Autosupresión, es decir, si sigue con vida después de lanzarse. Imagino que esto ocurrirá en muy pocos casos y que existirá algún servicio de emergencias destinado a transportar al hospital más cercano a los usuarios que se encuentren en dicha situación. Me sorprendió que no hubiera cola alguna formada ante la máquina de cobro automático ni tampoco demasiados curiosos alrededor de la verja y que, sin embargo, por el parque pulularan muchísimas personas, casi todas solitarias, la mayoría jóvenes de ambos sexos, pensativos, abstraídos, algunos con libros o tabletas que consultaban sin demasiado entusiasmo, otros con una mascota entre los brazos, los menos en parejas, pero en parejas que no conversaban y parecían dejarse arrastrar hasta donde los pies las condujeran. 

Permanecí en el parque unas dos horas hasta que sentí hambre y busqué las escaleras para dirigirme al metro de regreso a mi casa. Me detuve un último instante y me giré. En lo alto de una de las plataformas una persona avanzaba. No logré distinguir si se trataba de un hombre o de una mujer, pero parecía joven. Cuando llegó al borde me pareció que se volvía de espaldas casi sin dudar, como un clavadista profesional. Empecé a bajar las escaleras. Era un sábado más de aquel mes silencioso.

4 comentarios:

  1. El suicidio como una de las bellas artes. Magnífico relato, Rafa. Leyéndolo, dan ganas de suicidarse: como me pasó cuando empecé a leer "En las cimas de la desesperación", de Cioran: es muy peligroso, nunca estuve más seducido por la posibilidad de la muerte; aunque luego me "curé" leyendo el poema de Caballero Bonald "Recado a Cioran", y pensé: sí, que don Emil (al que admiro muchísimo ojo) Se suicide antes "un poco"...Jajajajaja. Un abrazo muy grande, poeta.

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  2. No era mi intención, querido Iván, lanzar con mi texto ninguna invitación al "último viaje", así que haces bien en dejar que sea el otro, el autor, quien dé el primer paso... de clavadista desde la plataforma. El relato no es más que la triste consecuencia de un paseo solitario uno de estos últimos sábados de otoño. Gracias por leer y por "contraleer". Un gran abrazo.

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  3. Rafa, viendo lo que se cuece en Tenerife con respecto a vetos, permisos y neofascismo (cultural y literario), creo que sería pertinente reescribir aquel poema de Emeterio Gutiérrez Albelo ("El presentado sin el presentante") dándole un tono jocoso y satírico; el poema (o el texto en prosa) podría llamarse "El presentado, el presentante y un impresentable".¿Qué te parece? Abrazos.

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  4. Inquietante contrautopía, muy bien narrada. Además que muy oportuna, y más situándola en Madrid y en ese ambiente, casi parece más que verosímil.

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