domingo, 23 de octubre de 2011

EN CUALQUIER OTRO SITIO EXCEPTO ALLÍ

Recuerda que al principio se propone montarse en la primera guagua que pase, pero que luego decide continuar caminando porque todas las líneas conducen a lugares que conoce y lo que le apetece es verse perdido en algún barrio alejado. Recuerda que va caminando por una avenida y que, al llegar a un cruce, mientras espera a que el semáforo cambie, ve a una mujer que parece perdida, con un papel en la mano y el mapa arrugado del metro, y que la mujer le pregunta, con acento extranjero, tal vez eslavo, por una calle cuyo nombre, mal escrito, lleva apuntado en el papel. Recuerda que en aquella avenida se fija en tres o cuatro edificios contiguos de viviendas, muy altos, que ostentan hacia la octava o novena planta unas terrazas como de áticos, en una de las cuales hay un chico que habla por el móvil y parece mirarlo o, al menos, fijarse en él. Recuerda que, en vez de continuar caminando por la avenida, se desvía por una calle perpendicular en la que unas casas bajas, alguna rodeada por un tupido jardín de árboles, le hacen pensar en una traslación, en un cambio instantáneo de lugar, como si entrara en otro territorio dentro o fuera de la ciudad por la que camina. Recuerda que a partir de ahí empieza a sentirse perdido, y que, al llegar a una calle cuyo nombre busca casi con ansiedad, el tiempo cambia y empieza a llover, saca de la mochila el paraguas, escucha a un chico que pasa a su lado hablando por el móvil decirle a su interlocutor que sí, que se pensará lo de pasar esa semana allí, que la idea le tienta. Recuerda que al final de esa calle desemboca en un parque sin nombre rodeado por una valla en la que descubre una puerta abierta por la que entra, y que se asombra de que no haya nadie en el parque excepto en el extremo opuesto, por el que sale a través de otra puerta también abierta en la valla, en el que un grupo de adolescentes está apiñado en un banco charlando con el ímpetu propio de la edad. Recuerda que, al salir del parque, se encuentra en una calle rodeada por inmensos edificios que podrían ser tanto de oficinas como de viviendas, y que, cosa extraña para sus costumbres, se introduce por un pasillo que parece llevar desde la calle, a través de zonas ajardinadas, hacia el portal de uno de esos edificios. Recuerda que, sin embargo, los pasillos empiezan a bifurcarse en un entramado interior que parece una zona común no se sabe bien si privada o si pública en la que, al atravesarla, no se tropieza con nadie. Recuerda que, siguiendo a un gato huidizo que parecía estar vigilándolo desde detrás de una columna, llega a una especie de plaza en el centro del entramado de jardineras y pasillos, una plaza vacía rodeada por cuatro o cinco moles extrañas, edificios irreales y a la vez casi vivos que parecen construidos con bloques de silencio. Recuerda que, en medio de esa plaza, siente algo extraño que no sabría bien cómo describir, una especie de ensoñación acribillada por infinitas instantáneas de vidas anteriores, de deseos extintos, de imágenes desamparadas, de proyecciones en mundos solo sugeridos, de países lejanos, miríadas que cruzan por su mente esos pocos instantes en que se va girando para mirar uno a uno los enormes edificios y le hacen sentirse allí más plenamente que en ningún otro sitio y, a la vez, en cualquier otro sitio excepto allí. Recuerda que abandona los recovecos interiores de esa especie de ciudad dentro de la ciudad hasta llegar a una calle que le resulta ya conocida porque por ella pasa una de las guaguas que suele tomar para volver a su casa desde el centro. Y recuerda, por último, que a partir de allí todo ingresa de nuevo en la normalidad.

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