Recuerda que al principio se
propone montarse en la primera guagua que pase, pero que luego decide continuar
caminando porque todas las líneas conducen a lugares que conoce y lo que le
apetece es verse perdido en algún barrio alejado. Recuerda que va caminando por
una avenida y que, al llegar a un cruce, mientras espera a que el semáforo cambie,
ve a una mujer que parece perdida, con un papel en la mano y el mapa arrugado del metro,
y que la mujer le pregunta, con acento extranjero, tal vez eslavo, por una
calle cuyo nombre, mal escrito, lleva apuntado en el papel. Recuerda que en
aquella avenida se fija en tres o cuatro edificios contiguos de viviendas, muy
altos, que ostentan hacia la octava o novena planta unas terrazas como de
áticos, en una de las cuales hay un chico que habla por el móvil y parece
mirarlo o, al menos, fijarse en él. Recuerda que, en vez de continuar caminando
por la avenida, se desvía por una calle perpendicular en la que unas casas
bajas, alguna rodeada por un tupido jardín de árboles, le hacen pensar en una
traslación, en un cambio instantáneo de lugar, como si entrara en otro
territorio dentro o fuera de la ciudad por la que camina. Recuerda que a partir
de ahí empieza a sentirse perdido, y que, al llegar a una calle cuyo nombre
busca casi con ansiedad, el tiempo cambia y empieza a llover, saca de la
mochila el paraguas, escucha a un chico que pasa a su lado hablando por el
móvil decirle a su interlocutor que sí, que se pensará lo de pasar esa semana
allí, que la idea le tienta. Recuerda que al final de esa calle desemboca en
un parque sin nombre rodeado por una valla en la que descubre una puerta
abierta por la que entra, y que se asombra de que no haya nadie en el parque
excepto en el extremo opuesto, por el que sale a través de otra puerta
también abierta en la valla, en el que un grupo de adolescentes está apiñado en un
banco charlando con el ímpetu propio de la edad. Recuerda que, al salir del
parque, se encuentra en una calle rodeada por inmensos edificios que podrían
ser tanto de oficinas como de viviendas, y que, cosa extraña para sus
costumbres, se introduce por un pasillo que parece llevar desde la calle, a
través de zonas ajardinadas, hacia el portal de uno de esos edificios. Recuerda
que, sin embargo, los pasillos empiezan a bifurcarse en un entramado interior
que parece una zona común no se sabe bien si privada o si pública en la que, al
atravesarla, no se tropieza con nadie. Recuerda que, siguiendo a un gato
huidizo que parecía estar vigilándolo desde detrás de una columna, llega a una
especie de plaza en el centro del entramado de jardineras y pasillos, una plaza
vacía rodeada por cuatro o cinco moles extrañas, edificios irreales y a la vez casi vivos que parecen
construidos con bloques de silencio. Recuerda que, en medio de esa plaza,
siente algo extraño que no sabría bien cómo describir, una especie de
ensoñación acribillada por infinitas instantáneas de vidas anteriores, de
deseos extintos, de imágenes desamparadas, de proyecciones en mundos solo
sugeridos, de países lejanos, miríadas que cruzan por su mente esos pocos
instantes en que se va girando para mirar uno a uno los enormes edificios y le hacen sentirse allí
más plenamente que en ningún otro sitio y, a la vez, en cualquier otro sitio
excepto allí. Recuerda que abandona los recovecos interiores de esa especie de
ciudad dentro de la ciudad hasta llegar a una calle que le resulta ya conocida
porque por ella pasa una de las guaguas que suele tomar para volver a su casa
desde el centro. Y recuerda, por último, que a partir de allí todo ingresa de
nuevo en la normalidad.
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