jueves, 16 de junio de 2011

BRICK BREAKER (BLOOMSDAY)

Con quién hablar de lo que no existe. De todo lo que por dentro nos roe y nos corroe sin que sepamos si es pura fantasía inconsciente o tenebrosa obsesión de solitarios giróvagos. El padre que se sentó frente a mí mientras su hijo de dos o tres años jugaba con una pelota —siempre esas pelotas tras las que corre un niño como si en ello le fuera la vida—, ese padre joven que hablaba por teléfono con algún compañero de trabajo, al que daba instrucciones sobre el acabado de no sé qué edificio, no me miró ni una vez. No es que yo quisiera que me hubiera mirado, pero no pude evitar pensar en la inmensa distancia que nos separaba a tan solo unos metros, en la extraña imposibilidad de que en el mundo en el que ambos vivíamos como seres de una misma especie se cruzara algún signo de comunicación entre los dos. Era muchísimo más fácil, pensé, pues lo veía una y otra vez, sentado como estaba en el banco de aquel parque al atardecer, que un perro se comunicara con un hombre, un hombre con un perro o un perro con otro perro. Este era mi bloomsday, un dieciséis de junio atrofiado por la molestia en el lado derecho de la cabeza que había perdurado durante todo el día —y eran ya varios los días en los que se había hecho notar, los suficientes como para empezar a pensar en algo más que migrañas, tensiones acumuladas, estrés o falta de sueño. Hacía unos cuantos días que no podía leer, no conseguía concentrarme, repetía como un autómata la misma rutina diaria y a lo sumo, para distraerme, recurría, como lo hacía ahora, a un juego que había descubierto en mi teléfono móvil. Una de las modalidades de ese juego era la contrarreloj: consistía en sobrevivir el máximo tiempo posible. Ese tiempo, en segundos, era consignado en la pantalla al final de cada partida. La absurda mecánica del juego, que consistía en ir destruyendo bloques o ladrillos con una pelotita que era golpeada con una especie de pala horizontal que había que desplazar a derecha e izquierda, conseguía, extrañamente, distraerme. Llegaba incluso a emocionarme jugando. Me propuse batir mi propio récord, que estaba en los 581 segundos. Cada vez que se lograba pasar a una pantalla superior se obtenían diez o treinta y cinco segundos extra, dependiendo de la dificultad de la pantalla. Sin embargo, no logré sino llegar a los doscientos y pico segundos en las varias partidas que jugué. Haber llegado al extremo de estar sentado en este banco, acurrucado casi, de espaldas a los árboles, desconectado del mundo, como una especie de neurótico, incapaz de ver nada a mi alrededor, como si cualquiera de mis miradas se hundiera en un agujero cavado en la propia imagen, haber llegado a este extremo, me dije, es, en cierto modo, como estar aproximándome al fin del mundo. Tenebroso era el cuerpo que no podía ya sino contemplar desde lejos otros cuerpos, ni siquiera olfatearlos, mucho menos tocarlos o saborearlos o incorporárselos. Cuántos segundos sobreviviría esta vez. Bloomsday era el día de los días, el día que es un viaje que es un libro que es una memoria que es una vida. Y desde ese día, como desde un promontorio irlandés elevado sobre el horizonte, podía contemplarse el propio pasado derretido, o a punto de derretirse para entrar a formar parte del mar de las tinieblas. Ahí dentro, aquí, en algún lugar indeterminado de mi cerebro, está pasando algo. Un bloque más, destrúyelo, ese que impide pasar a la siguiente pantalla, ese bloque que significa unos segundos más de vida. Afina tu puntería, pues de ella depende tu vida. Podría estar ahora mismo esperando a alguien sentado en este banco, me dije. Cuántas citas hubo similares a esta en la que no espero a nadie. Se acaba la cuenta atrás. Llega un momento en el que son más los obstáculos que los segundos restantes. Solo un golpe de suerte, uno de esos regalos en forma de granada que destruyen todos los ladrillos de una pantalla, puede salvarte. El último segundo es este.

2 comentarios:

  1. Qué curioso. La otra tarde había una mujer hablando por teléfono a mi lado. No sé ni quién era, no recuerdo ni dónde fue, pero su lejanía, su ensimismamiento, esa abstracción total al hablar, me produjo una súbita angustia.
    Beso Rafael.

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  2. Son, querida Yamily, esas cosas que ocurren junto a nosotros y a la vez muy lejos de nosotros. Lo bueno es que, al contrario, a veces lo que parece estar muy lejos está casi dentro de nosotros. Un beso.

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