viernes, 29 de abril de 2011
PRIMER ALCOHOL
¿Por qué, de pronto, se le ocurrió mirarse en el espejo? Algo le había, sin duda, lanzado hacia fuera, al exterior de sí mismo. Pero era en vano: el único exterior era él mismo, una imagen de sí que, sin embargo, no había visto nunca, extraña, como si se hubiera puesto una careta de carnaval, un antifaz, una de aquellas máscaras guardadas en el armario de su abuela al que iba con sus primos una vez al año a buscar los disfraces, esos atavíos de otras épocas, esos rostros impostados, las carcajadas de cartón de unos payasos, las lágrimas de dolores fingidos desde siempre, los disfraces que los volvían otros como ese mismo espejo de la primera vez que bebió alcohol y quiso buscar lo que no conocía volviendo los ojos lo más fuera de sí que le permitieron las órbitas sin encontrar otra cosa que su propio rostro en el espejo. Y es que uno cae, sin duda, donde debe caer en cada instante. El imberbe que baila su torpeza ante el espejo del baño de un piso prestado y que una hora antes se ha bebido tres vasos de whisky sin hielo no sabe que el rostro, su rostro, en ese mismo instante, se está transformando de otro modo, en otra dirección o dimensión, más hacia adentro o más hacia afuera según se lo mire, en cualquier caso de un modo que él, ese joven incauto, tardará en comprender porque aún le quedan años por delante de cantos solitarios, hipnóticos, falsamente seguros de sí mismos antes de dar con la música herida del rostro que celebra cada año el carnaval de todas las ausencias. Así que: dejemos que disfrute ahora que puede, engañado, sonriente, sorprendido de verse como el rostro de otro en un espejo que es casi como el fondo del vaso en el que apura ya su quinto trago de whisky. Descubrirse a sí mismo, ¿no requiere soledad, pertenencia, inexperiencia, furor? Continuará toda esa tarde la feroz empresa de deshacerse de cuanto creía seguro y suyo hasta entonces. Tendrá tiempo luego, cuando vuelva a su casa, de vomitarlo todo y saber que lo único que le ha quedado dentro han sido las entrañas convulsas de cualquier animal, esa miseria.
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Vengo del blog de Fernando convencida de que me gustará lo que encuentre. Me alegra comprobar que no iba equivocada. Te felicito por la sensibilidad que rezuman tus textos, por esa forma de narrar y de hipnotizar al lector. Enhorabuena
ResponderBorrarMuchísimas gracias, Araceli, por este comentario y por el que has dejado en el blog de Fernando Valls. El narrador como hipnotizador: interesante idea. Ahora que, tristemente, ha habido un atentado terrorista en la plaza de Jema El Fna de Marraquech, ese lugar en el que realmente los narradores hipnotizan a su público lo mismo que los encantadores a sus serpientes, se me ocurre que, en efecto, hipnotizar debería ser una de las misiones de la escritura. Ojalá, como dices, yo lo consiguiera con algún texto. Un cordial saludo.
ResponderBorrarHe visto ese rostro sonriendo estúpidamente en los lavabos de un pub de La Laguna o de Santa Cruz de Tenerife a las cuatro de la madrugada, tantas veces ya que la simple acumulación implica una vaga tristeza por la recaída y la nostalgia de anhelar otras situaciones; pero en esos momentos, ese rostro que sonríe lleno de seguridad en ese pub no piensa que está en el lugar equivocado. Piensa que está en el centro de un precario paraíso o en el centro del mundo. El dueño del rostro está orinando mientras escucha al oído, quizá, una propuesta sexual que ya ha rechazado muchas otras veces en otras muchas noches. Luego el rostro y su dueño salen del lavabo y vuelven a la barra del pub para pedir otra copa sabiendo que alguien les espera o sabiendo que han perdido para siempre a quienes ellos llevan años esperando. Algunas noches se dan cuenta que no hay nadie, que todos se han ido poco a poco y sólo les queda volver a casa solos mientras comienza a amanecer. El amanecer entonces es lo más parecido que han visto al reproche, a la melancolía y a cierto arrepentimiento.El rostro y su dueño sienten que quieren y no quieren hablar con alguien; pero eso sí, no desean dormir solos. Importa entonces más la presencia y el calor de otro cuerpo, la escucha de otros oídos, que la voz. Un fuerte abrazo y enhorabuena por este texto que me ha gustado mucho.
ResponderBorrarGracias, Iván, por este comentario que es a su vez un relato en sí mismo. Eso tiene la noche: que uno se encuentra con bebedores sombríos o consigo mismo disfrazado de bebedor de madrugada. Y el alcohol tiene esa extraña capacidad de lanzarnos a la vez hacia afuera y hacia adentro. ¿Como la escritura? Un abrazo.
ResponderBorrarFelicidades por el post, Rafa
ResponderBorrar¡Un saludo!
Gracias por leerlo, amigo Nicolás. ¡Un abrazo!
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