viernes, 30 de junio de 2017

EL CUMPLIDOR

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Son las dos y media de la tarde del viernes 30 de junio de 2017. El que fuera durante dieciséis años alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, apura su cigarro y tira la colilla al suelo. La colilla cae frente al portal de un edificio de la calle Sabino Berthelot. Después de rodar unos centímetros, desaparece en una alcantarilla situada en el centro de la calle. Esa colilla, que hace unos segundos humeaba todavía en la boca de Miguel Zerolo, y que era chupada ansiosamente por sus labios en pos de la última bocanada, se acaba de perder para siempre en el subsuelo. Antes de abrir el portal, Miguel Zerolo comprueba que la colilla ha caído entre las ranuras de la alcantarilla, lo que demuestra que se trata de un ciudadano con sentido cívico, con urbanidad, con conciencia ecológica, con un alto sentido de su responsabilidad como ciudadano. Miguel Zerolo, que también llegó a ser consejero del gobierno autonómico, diputado regional y senador, no es lo que se dice una persona intachable –varias causas judiciales jalonan su carrera y recientemente fue condenado a siete años de cárcel por prevaricación y malversación de fondos–, pero en lo que atañe a civismo nada puede reprochársele. Estaríamos dispuestos a asegurar que si, por alguna razón, la colilla no hubiera caído por sí sola en la alcantarilla, Miguel Zerolo la hubiera empujado con la punta del zapato, no la hubiera dejado, todavía humeante, allí, en plena calle, ¡por nada del mundo! Es verdad que esa colilla, que hace nada estuvo en contacto con la saliva de Miguel Zerolo, no es una colilla cualquiera. Por la forma casi desesperada con que el expolítico fumaba, se diría que no es la primera colilla que Miguel Zerolo tira al suelo hoy. Ha habido unas cuantas anteriores. Y estamos casi seguros de que todas han sido chupadas con la misma fruición, con la misma avidez de quien parece fumar para no ahogarse, fumar para huir del mundo, fumar para sobrevivir. Miguel Zerolo, que durante el breve trayecto en que lo hemos seguido entre la Plaza de Weyler y la calle Sabino Berthelot, vestía una ropa informal, descuidada, y que parecía, con sus gafas de sol y sus andares ágiles, querer pasar lo más desapercibido posible, se detiene, sin embargo, por un instante, a vigilar que la colilla haya caído, sin lugar a errores, en la alcantarilla de Sabino Berthelot. ¿Qué quiere decir esto? Vemos aquí, y acaso sea esta la explicación más plausible, la victoria de la urbanidad sobre el desasosiego, el gesto cívico de alguien que, a pesar de haber sido perseguido por la justicia con toda la saña de que esta es capaz, se muestra como un ciudadano de primera, cuidadoso con su entorno, íntegro. Es evidente que no está pasando por la mejor época de su vida, síntoma manifiesto de lo cual es su extrema delgadez, que, junto a la ropa descuidada y las gafas de sol, lo ayuda a pasar desapercibido en uno de los lugares más concurridos de la ciudad cuyo bastón de mando ostentó con firmeza durante década y media. Sin embargo, denota elegancia y hasta podría despertar en nosotros cierta simpatía esa atención suya por las pequeñas cosas, por los detalles. Cualquier otro, incluso los más rimbombantes defensores de la sostenibilidad, los ecologistas de boquilla o cualquier activista de medio pelo en favor del medio ambiente, tiraría una colilla al suelo y se despreocuparía de su destino, de cómo podría afectar a sus conciudadanos, de los perjuicios que generaría ese residuo no biodegradable en la diversidad ambiental de la ciudad. Miguel Zerolo, en cambio, hace todo lo contrario: antes de entrar en lo que no sabemos si es un piso suyo, una oficina, su más reciente guarida o el zulo donde guarda los millones que ganó jugando a la lotería, si es que aún le queda algo de ellos, cumple. Cumple como ciudadano, que es lo fundamental, en definitiva. ¿Debiera importarnos más lo que una persona hace con el dinero que gana que lo que es capaz de hacer como ciudadano, en lo que a todas luces parece un gesto espontáneo, hecho a solas, sin que el exsenador crea estar siendo observado por nadie, una acción sincera y salida de su lado más solidario y comprometido? Miguel Zerolo, su yo más íntimo, no el personaje público con sus bondades y defectos, no el exalcalde que amó como nadie a su ciudad y convirtió su amor en una locura que lo llevó al banquillo de los acusados, no el político, sino el hombre, no el que todos conocen, sino el desconocido, el ser-humano-de-carne-y-hueso, se nos ha revelado. No podemos quedar indiferentes ante esta revelación. A veces la verdad nos encandila, nos frotamos los ojos y no creemos posible haber visto determinadas cosas, pero en tales circunstancias debemos ser valientes para aceptar el vértigo de la revelación, por mucho que nuestros prejuicios y nuestras debilidades nos indiquen la dirección contraria. Miguel Zerolo cumple. Podrán ser mentiras deliberadamente maquinadas todos sus alegatos exculpatorios ante el tribunal que lo juzgó, podrá tener razón la justicia al condenarlo como líder de una mafia de especulación inmobiliaria capaz de saquear las arcas públicas en unos pocos años, podrá ser cierto que prevaricó, que malversó fondos, pero, en lo que a civismo se refiere, Miguel Zerolo es un auténtico dechado. Este señor, sépase bien, no va a dejar nunca una colilla tirada en plena calle. Atribúyase tal celo ciudadano a la educación esmerada que recibió en el seno de su familia o a la autenticidad de su amor por una ciudad que lo ha acabado tratando como a un apestado: lo cierto es que esa colilla da testimonio de una verdad oculta, subterránea. Una verdad que no podemos permitirnos menospreciar. En estos tiempos de posverdad en los que tan difícil resulta distinguir lo cierto de lo probable, lo verdadero de lo dudoso, lo sabido de lo sospechado y lo comprobado de meramente atribuido, una verdad tan palpable como esta, como la de que Miguel Zerolo, el exalcalde condenado a siete años de cárcel, es un ser humano cívico, alguien consciente de sus deberes para con los demás, no debe quedar relegada al olvido. Sirvan estas líneas como testimonio de que hoy, 30 de junio de 2017, a las 14.30 h., en Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo cumplió con sus deberes de ciudadano.

1 comentario:

  1. Querido Rafa: en realidad, puede comprobar si la colilla ha caido en la alcantarilla. Pero, no es mas civico ir con un cenicero de bolsillo y apagar la colilla como Dios manda? En el momento que una persona es sospechosa de un delito, todas sus acciones son puestas en duda. Por eso, nos parece tan ejemplar un acto civico, sin duda, pero una acto vulgar y sin mayor interes, al fin y al cabo. No se si reirme o echarme a llorar. Menos civismo, y mas vulgaridad. Porque el vulgo, somos todos. Un abrazo, querido primo.

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