Para Fernando Gómez Aguilera
I
Una palabra, pájaro, a ti yo
no puedo darte. Nunca
aprendí a hablar, lo he olvidado o solo
conozco algunas sílabas que intento
a veces ordenar
sin conseguirlo. Tú
no eres un prisionero como yo
(que no conoce el día ni tampoco
cuándo las noches son)
y te es fácil decir lo que no sabes:
te basta un poco de aire
que estremezca la rama en que te posas
o la presencia inquieta de otros pájaros
o el deseo de amar (a tu manera)
o cualquier otro nudo misterioso
que tu canto enseguida
desata en la garganta.
No pido que me enseñes, pero
no me exijas que te hable,
pues no sé.
(Caleta de Famara)
II
Cantos de apareamiento porque ya es febrero. Allí, hace unas horas, en el mirador abandonado que cuelga sobre el valle de las mil palmeras, sobre el pueblo blanco que serpentea entre ellas. Lo dijo el amigo, y entonces los pájaros desaparecieron, tal vez asustados o acaso presurosos por cumplir sus rituales o incluso quizá simplemente agotados de cantar hacia (o desde) un deseo que casi nunca obtiene respuesta. Cantos de apareamiento: el amigo lo sabía y nos lo dijo, y en el instante mismo de decirlo supimos ―supe― que allí, junto a nosotros, en ese mismo instante, se abría un abismo de una naturaleza distinta a la del precipicio, no excesivo en cualquier caso, al que nos asomábamos. Ese otro abismo era el de un tiempo paralelo al nuestro, no contaminado por palabras o discursos inútiles, el abismo de un alborozo impronunciable que agonizaba al borde de su propia plenitud, aún dentro de su propia plenitud pero ya a punto de abandonarla. Saber, como el amigo, no acercaba a ese tiempo que corría a otro ritmo, pero al menos –pensé― era como quien puede escuchar el arroyo escondido en el bosque aunque sepa que nunca se bañará en él. No saber, como yo, como tantos, se parecía a ir paseando por un bosque como atolondrados excursionistas parlanchines que no se detendrían nunca a escuchar un murmullo que ni siquiera pueden oír. Y fue algo brusco, no, no exactamente brusco, pues eso implicaría un punto de violencia o de rudeza, sino algo más bien fugaz, imperceptible o perceptible solo en un brevísimo instante, un aleteo, un gorjeo, una nota casi ahogada aunque en ella estuviera contenida la indomable raíz de toda vida, el furor del deseo, el ansia de la entrega, la garra que nos lleva a fundirnos con aquello que no somos. Quedó, hundido en el aire que circulaba por el barranco bajo el mirador, el recuerdo de lo que creíamos haber oído, el hueco que había contenido un canto de apareamiento, ese simple milagro que se cruzó con nosotros, allí, en el punto más elevado de la isla (o muy cerca), a uno seiscientos metros sobre el nivel del mar. ¿Y qué pájaros eran? Esa fue la pregunta que formulé para mis adentros, pero la conversación debió de haberse desviado por otros derroteros y allí quedó, impronunciada hasta ahora mismo. ¿Lo que una vez quiso decirse acaba siempre por decirse? Sí y no. Cuando es que no, algo se desgarra por el mismo lugar o hueco que formaban esas palabras maniatadas. Pero si unos pájaros, en el calor de la temprana primavera del febrero insular, cantan o gorjean es porque quieren aparearse, y si quieren aparearse entonces cantan. No piensan antes de cantar si van a cantar, pues no saben pensar, y no podrían nunca no cantar. No se entretienen ni pierden en los preliminares del canto, ni se quedan atontados en la nostalgia del canto que ha pasado. Cantan y echan a volar, baten sus alas con la misma pureza, con el mismo frescor con que dicen su canto, y luego están ya posados en otro muro, en otra roca, en otra rama, vivos, libres, puros y renacidos en la eterna persuasión del instante.
(Mirador de Haría)
III
Podéis volar como si no os viera,
huir juntos los dos al tiempo que la luz,
pero ver o no ver no es tanto algo del ojo
como de un borde, de ese instante
de nada entre una luz
y otra luz.
(Los Hervideros)
"Me pregunto qué se oye en esa llamada inaudible, cuál será la textura de la voz del fuego".
ResponderBorrarR.J. Díaz
"El incendio"
Es curioso cómo la alineación de tres fragmentos de textos distintos y no contiguos en principio, crean, por su nueva contiguidad buscada en esta nueva alineación ad hoc, un nuevo significado y evocan conexiones que, en principio, no eran ni quizá sean aún ahora evidentes.
Muchas gracias por esta entrada.
M.
Gracias a ti, anónimo M., por tus palabras que, creo, dan en la diana al dilucidar esa contigüidad como la fuente de la que brotan nuevos sentidos en la lectura de estos tres textos escritos en lugares y momentos distintos. En los tres son los pájaros los que generan la palabra y los que, en cierto modo, se la llevan consigo a su mundo más pleno. Un saludo.
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