martes, 7 de agosto de 2012

LOS CHICOS DE LA GASOLINERA

Yo no sabía que en lo alto de la montaña había un campamento de verano. Me lo dijeron los chicos de la gasolinera. “Hay dos maneras de llegar”, continuaron. “Las ventajas y las dificultades de ambos tipos de acceso son similares, pero las consecuencias son completamente distintas”. “Eso”, proseguí, “¿significa que, escoja la vía que escoja, el esfuerzo y el placer serán proporcionales, pero que, una vez que llegue a lo alto de la montaña, mi situación será radicalmente distinta dependiendo del camino que haya elegido?”. “Lo ha entendido usted bien, solo que no se trata de caminos”, respondieron los chicos de la gasolinera. Miré hacia lo alto de la montaña y vi un conjunto de luces muy próximas las unas a las otras. “Los caminos que podrían conducirle a la montaña fueron borrados a medida que los excursionistas los iban desbrozando para llegar al campamento”. “Y aun así”, inquirí, “existe un modo de llegar a lo alto de la montaña”. “Ya le hemos dicho que no existe un solo modo, sino dos”. “Es verdad, lo había olvidado. Por cierto, ¿aquellas luces que se ven allá arriba son las del campamento?” “Sí, aquellas luces son las luces del campamento. Se trata de fogatas que los campistas encienden después de cenar con la intención de ahuyentar a los depredadores”. “Pensaba que los únicos depredadores que había por aquí eran las corujas que atrapan entre horribles quejidos ratas y ratones”. Me equivocaba, al parecer, según los chicos de la gasolinera, pues “la montaña abunda en seres que se esconden en la oscuridad a la espera de una oportunidad para lanzarse contra sus víctimas”. Con las mangueras de los surtidores bien agarradas mientras servían gasolina a sendos clientes, los chicos me miraron con ese gesto a medias socarrón y a medias compasivo que les conocía de otras ocasiones. (Debo aclarar que si acudía a aquella gasolinera con más frecuencia de lo habitual era porque se trataba de la más cercana a mi domicilio; no desearía que ningún lector pensara en otras motivaciones menos transparentes o lógicas.) “¿Y no parecen más bien luces artificiales en vez de fogatas, no tienen como un aura de fluorescencia aquellos resplandores?”, me lancé a preguntarles, sobre todo por el prurito de llevarles la contraria. “Se equivoca”, me dijeron. “Además, esas fogatas están íntimamente relacionadas con uno de los dos modos de alcanzar lo alto de la montaña”. “Ah, ya comprendo, se trata de señales luminosas para el posible aterrizaje de helicópteros”. “No sea usted vulgar ni fantasioso”, me dijeron, cortantes. “No tergiverse ni un ápice nuestras palabras, pues ya le dijimos antes con meridiana claridad que las fogatas sirven para ahuyentar a los depredadores”. “Es verdad, lo había olvidado, me había armado un lío o quizá es que no acabo de creerme nada”. “Más le valdría creerse a pies juntillas todo lo que le decimos”. “¿Quiénes se encuentran en el campamento?” “Lo desconocemos”. “Bueno, menos mal que no lo sabéis todo”. Me miraron con una mezcla de asco y de insolencia. “Es que, como sabéis, la ignorancia es el único camino hacia el conocimiento”. “¿Y no será más bien que el conocimiento se alimenta de sí mismo?”, preguntaron, redichos, sin darme opción a réplica alguna. “Usted ha venido hoy aquí preguntando por esas luces que se ven en lo alto de la montaña y por la manera de llegar hasta allí; nosotros, armándonos de toda nuestra paciencia y empleando todas nuestras reservas de amabilidad, le hemos respondido lo que sabíamos. Y entonces usted, en agradecimiento, se permite cuestionar nuestras informaciones y nuestros consejos, insinúa que podemos estar equivocados y plantea sus propias hipótesis sobre lo que dejó claro que desconocía por completo”. No supe qué responderles. La gasolinera llevaba unos minutos sin recibir clientela. El viento arrastraba hojas, trozos de servilleta, mariposas y desconsuelo. Los chicos estaban sentados en unas sillas blancas de plástico tomándose unas cervezas. Hacía ya un rato que había repostado y creía estar en condiciones de emprender la exploración de aquella montaña. Me apasionaba llegar de noche a lo más alto de las montañas de la isla y llevarme algún recuerdo que luego clasificaba en las gavetas de mi escritorio con una etiquetita en la que figuraban el nombre de la montaña y la fecha de la visita. No era, desde luego, una colección muy original, pero para mí era única. Había objetos de lo más variopintos. Uno de los más extraños, creo, era una especie de homúnculo de arcilla de unos diez centímetros de largo con sendos alfileres clavados en la boca y en salva la parte. A veces, en momentos especiales, yo lo extraía del cajón, lo manoseaba, retiraba alguno de los alfileres y volvía a clavarlo en su lugar original. Sentí sed y compré una cerveza en la máquina expendedora. Les pregunté a los chicos de la gasolinera si querían otra, pero ambos, al unísono, contestaron que no. Sus miradas eran a estas alturas hoscas, arrogantes, incluso un poco desconfiadas. No había mucho más que hacer allí, así que me marché.     

2 comentarios:

  1. No tiene nada que ver con tu post. ¿Has visto la entrevista a os editores de Baile del Sol en El Perseguidor? Ángeles Alonso tiene la cara dura de decir que no reciben subvenciones, y en el presupuesto de Cultura del Gobierno de Canarias para este año figura una cantidad suculenta para la organización del Sila que hacen ellos. Se refiere, también, a un autor de por esos mundos de dios... ¿Serás tú?, que dice que ellos viven de las subvenciones. Perdona que no ponga mi nombre.

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  2. Caro comentarista: la verdad es que hace tiempo que no sigo ni persigo suplementos literarios, ni siquiera esas deslumbrantes, siempre sugerentes, excitantes y sabias páginas denominadas "El Perseguidor" y publicadas por el eximio "Diario de Avisos". Sabiduría doble, además, si a quien se entrevista es a la más notable de las editoras canarias, artífice de la editorial que mejor publica en nuestras islas (es conocida la extraordinaria calidad del diseño de sus libros). Esta editorial, como todo el mundo sabe, no ha recibido jamás ni un solo céntimo en subvenciones por parte de ninguna institución canaria. El SILA, como también todo el mundo sabe y reconoce, es el acontecimiento literario más importante de Canarias... ¿cómo no va a recibir unos cuantos eurillos, siempre escasos, de las arcas públicas? Por otra parte, vivir de las subvenciones es lo que toda editorial canaria que se precie tiene que intentar conseguir. "El Perseguidor", ese suplemento literario ante el que todos tendríamos que quitarnos el sombrero, hace bien en entrevistar a los responsables de editoriales como Aguere, Baile del Sol, Idea o Benchomo, pues de este modo aboga muy loablemente por la calidad y por la diversidad de las actuales propuestas literarias de las islas. Y un último asunto: ¿cree usted que para ser un caradura basta con tener la cara muy dura? Saludos.

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