El joven poeta venezolano Rafael Ayala Páez (Zaraza, Estado de Guárico, 1988) ha tenido a bien entrevistarme. Como algunos lectores malpensados sospecharán que se trata en realidad de una autoentrevista camuflada con seudónimo, diré que no es así, que Rafael Ayala Páez existe realmente y que en su página web está ya publicada la entrevista, con el añadido de una selección de poemas (la mayoría de los cuales refuta probablemente las disparatadas afirmaciones del entrevistado). He decidido colgarla aquí también por si algunos lectores de este blog quieren refocilarse sanamente. No todo van a ser parodias y profanaciones.
Rafael Ayala Páez: ¿Podría platicarnos un poco acerca de su
relación con la poesía?
Rafael-José Díaz: Sí, con mucho gusto. Se trata de una
relación visceral. Algunos poetas se jactan de escribir desde la más tierna
niñez (como si eso demostrara algo). En mi caso, intento olvidarme de cuándo
empecé a escribir y no me importa pensar que lo que escribo hoy pueda ser lo
último. La poesía a veces no es sino un lastre para vivir. Otras veces nos
endosa una careta de santones de la que tardamos años en desprendemos (si es
que lo logramos). A veces, muy raras veces, se escribe un poema como si se
diera un pasito para acceder a un mundo un poco distinto del nuestro. Entonces
hay que estar dispuesto a ver, a dejar de ver, a olvidar y, sobre todo, a no
arrodillarse ante ningún dios instantáneo.
R.A.P.: ¿Cuáles son sus influencias literarias?
¿Algún libro de poesía en particular ha tenido una decisiva importancia para
usted?
R.-J.D.: No reconozco ninguna influencia
literaria. Descreo de ese tipo de ansiedades. Fluencias, sí. Muchas fluencias,
flujos y reflujos literarios. Se puede pensar que mi primera afirmación
contiene una pizca de prepotencia. Que cada cual piense y sienta lo que en cada
momento le apetezca —siempre que no pretenda que los demás piensen y sientan lo
mismo. Cuando se escribe un poema —pero muy pocas veces se escribe un poema— se
está creando un mundo nuevo de la nada. Una vida dentro de la vida. Ahí no hay
influencias, dependencias o maestrías que valgan. Los maestros pretenden casi
siempre imprimir las marcas de sus fustas en los lomos de sus sufridos
discípulos. Estas relaciones sadomasoquistas en el seno de numerosas cortes
literarias me producen verdadera repugnancia. ¿Libros de poesía que haya leído
con agrado? Sobre todo aquellos que parten de la imposibilidad de decir y
terminan en la imposibilidad de decir. O aquellos que, sin pretender decir gran
cosa, dicen algo que en ese momento nos consuela, nos sana o nos enfurece.
R.A.P.: ¿Considera que el lenguaje, en particular
con respecto a su propia poesía, es un acto íntimo?
R.-J.D.: Bueno, desde luego no es tan íntimo como
otros actos… Y, por muy íntimo que sea, los poetas padecemos un exhibicionismo
contumaz, estamos permanentemente deseando mostrar nuestras intimidades. Un
lenguaje conservado en el desierto durante cuarenta días de soledad y de dolor
sí que sería un acto auténticamente íntimo. Desde luego, la poesía se vive en
una especie de clausura. Uno se emboza para alcanzar cierta separación de los
demás, una particular ausencia de miradas ajenas que nos permita fijarnos
exclusivamente en nosotros mismos. Entonces se saca lo que se pueda del
interior —casi siempre es muy poco lo que se saca— y lo que se obtiene es un
poema, es decir, un texto dotado del máximo grado posible de inutilidad.
R.A.P.: Usted ha traducido la obra de Arthur
Schopenhauer, Pierre Klossowski, Philippe Jaccottet, entre otros. ¿Puede
describirnos brevemente el oficio de un traductor literario?
R.-J.D.: El traductor literario es un señor que
siente cierta necesidad de leer textos literarios escritos en lenguas
extranjeras y que, en un momento determinado, se atrinchera como un valiente
entre diccionarios y gramáticas para ejercer uno de los pocos milagros que
existen en este mundo: el de trasladar o transformar o reescribir o transcrear
(dijo alguien) un libro escrito en esa lengua extranjera en la lengua propia
del traductor. Se trata de una actividad que en pocas ocasiones se lleva a cabo
con éxito rotundo. Es uno de los oficios más necesarios del mundo y, sin
embargo, es de los peor pagados y de los menos reconocidos.
R.A.P.: ¿Cree que el trabajo de los traductores a
veces se ignora? ¿Qué podemos hacer para
cambiar esto?
R.-J.D.: Creo que en la respuesta anterior
contesté ya en cierto modo a esta pregunta. Yo no sé qué se podría hacer para
mejorar las condiciones de vida de los traductores y la visión que se tiene de
su trabajo. Como en casi todo, imagino que habrá que resistir y que luchar
inventando permanentemente nuevas corazas y nuevas armas.
R.A.P.: ¿Cómo describiría la poesía contemporánea
española? En su opinión, ¿cuáles son sus limitaciones, sus profundidades con relación
a las generaciones anteriores?
R.-J.D.: A la poesía española contemporánea la
describiría como una señora con peineta vestida con un modelito de lo más
fashion que cuando saca a pasear a sus caniches les recita haikus, alejandrinos
o versos blancos para que mejoren en lo posible su forma de ladrar. A la
segunda parte de la pregunta no sabría responderle. Las limitaciones que pueda
padecer no le impedirán a esa señora, la poesía española contemporánea, seguir
haciendo de las suyas en todos los saraos. Y en cuando a profundidades, no creo
que disponga de ninguna, por lo que, pura superficie brillante como es, posee
la virtud de reflejar todo lo que se le ponga por delante.
R.A.P.: ¿Tiene usted algún consejo para los
jóvenes poetas?
R.-J.D.: Que se alejen de los poetas y de la
poesía tanto como puedan.
R.A.P.: ¿Actualmente en qué proyectos literarios
está trabajando?
R.-J.D.: En el ahora más inmediato, acabo de
terminar una entrevista que muy amablemente ha tenido a bien enviarme un joven
poeta venezolano y en la que casi nunca respondo a lo que me pregunta —quizá
porque es el único modo de responder realmente a algo. En otro orden de
cosas, tengo dos libros de poemas huérfanos de editor y que muy probablemente
enfermarán de falta de cariño paterno y terminarán sus tristes días en algún
orfanato. También van apareciendo textos diversos, sobre todo en prosa, en el
blog que desde hace dos años mantengo como un —discúlpeme la pedantería—
laboratorio de escritura. Publico ahí no solo textos con los que abofeteo ciertas
actitudes estéticas de lo más ridículas y pintorescas, sino también relatos,
apuntes, poemas en prosa o fragmentos que recomiendo a todos aquellos que
quieran comprobar el ruinoso laberinto en el que acaba convirtiéndose el jardín
en el que una vez se creyó vivir en amena armonía.
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