Para Cristi, Víctor y Gabi, con todo cariño.
En aquella casa nunca jugábamos, para qué: si teníamos las huertas, los bancales, el bosquecillo hundido al final de la ladera, las estribaciones del barranco, los muros, las pencas, los hoyos que escarbaban los perros, la piscina de plástico, el tesoro del aire, que al final de la tarde, como un prestidigitador, mostraba sus sorpresas: la brisa del recogimiento y los tornasoles del ocaso. La casa parecía haber sido construida al modo de un cuarto de aperos en el que guardar, al llegar, nuestras mochilas, los bolsos con la comida, las chaquetas. Una sobria cocina, un dormitorio oscuro, un aseo minúsculo y un saloncito casi sin decoración constituían todo el espacio. Así lo habían querido mis tíos, sus dueños: todo para el exterior, nada o casi nada para el interior. Me recuerdo devorando unas lecturas para minutos refugiado en la cama, al margen de los juegos, casi escondido en el interior de la sombra, escuchando en la mente las palabras de Hermann Hesse, sus extraños consejos para una vida más plena. Pero eran solo eso: lecturas para minutos, pues enseguida salía a buscar lo leído en la razón de la tierra, en los corros trenzados de adultos y de niños.
Allí estaba mi prima, la pequeña, con sus trenzas al aire. Con el paso del tiempo se entregó a los demás como enfermera y como madre de dos niñas. Lloró mucho, lo sé, cuando uno de sus perros murió atacado por el perro de un vecino en aquellos mismos bancales. Allí quiso enterrarlo. Por lo demás, mi prima, que fue siempre el desvelo y la entrega absoluta a los demás, sigue conservando en los ojos una luz parecida a la que le recuerdo, tan pura, de entonces.
Allí estaba también mi primo el mediano, con su aspecto travieso de díscolo galán, en el fondo callado, introvertido, pero siempre dispuesto a una broma, bonachón, desprendido, un poco casquivano. Tuvo, con el paso del tiempo, una vida un tanto aventurera, unos cuantos trabajos, pero sentó luego cabeza, se casó, tuvo un hijo y hoy en día es, por lo que sé, un auténtico padrazo.
Y allí estaba, finalmente, mi primo mayor, con sus misterios. Yo lo admiraba y no sabía por qué. Tal vez porque pensaba de otro modo, siempre libre, diferente a cualquiera, independiente, insumiso, radical, ecologista. Con el tiempo estudiaría biología, pero desde hace muchos años fotografía el universo. Trabaja fotografiando cometas, astros, satélites, planetas, galaxias y constelaciones en uno de los mejores institutos astrofísicos del mundo. Sigo admirándolo, por esa y por otras muchas razones, pues, no en vano, es el mayor de mis primos.
Allí, a aquella casa escondida en los montes de Arafo, que no he vuelto a ver desde hace muchos años, íbamos algunos domingos de mi infancia. Acaso si recuerdo sobre todo los atardeceres es porque en aquellos instantes de la despedida luchaba interiormente por quedarme allí, o por retener al menos todos los momentos que allí había vivido. Y porque esa frontera, la del final de la tarde, nos regalaba su brisa y su luz tan especiales para enseguida quitárnoslas.
Rafael, sigo tu blog desde que lo descubrí, pero si cabe hoy he pasado más rápido de lo habitual impulsada por el título. Por tres razones fundamentales, la primera porque soy de Arafo, la segunda porque mi niñez y adolescencia (y en mi edad adulta también) está vinculada a una casa en los montes de Arafo y la tercera porque amo la buena literatura, leo y luego escribo y leo mucho de los demás. Me ha encantado ese tono melancólico y nostálgico acompasado con el lugar, porque arriba entre Izaña y la ladera de Araya, por el Pico del Valle o el Barranco de Añavingo rezuma melancolía y tiene una banda sonora: los alisios deslizándose entre los pinos.
ResponderBorrarSaludos
Coincido con Felicidad, aunque con algo menos de poesía, en que el Pico Cho Marcial junto a esa ladera desprenden melancolía, sobre todo cuando el sol termina de escondenrse cada tarde. Es un espectáculo que siempre me a gustado contemplar.
ResponderBorrarLo de ir a Arafo primo, tiene arreglo: la próxima visita que no sea tan relámpago, así podremos disfrutar de una comidita bajo el pino, ¿Qué te parece?
Un besote y gracias por estas palabras y por tenerme en tus recuerdos
Gracias, amiga Felicidad, por tus palabras y recuerdos. Arafo es una de esas comarcas mágicas que empiezan a no abundar ya en Canarias. El viento entre los pinos: de eso hubiera querido hablar mi texto. Creo que tú lo has dicho mejor que yo.
ResponderBorrarMi querida Cristi: gracias por leer el texto y mandar tus saludos. La melancolía de un lugar y la melancolía de un momento, el del final de la tarde, se unieron aquí con mi "morriña" de las islas desde que vivo en Madrid. Pronto, espero, podré ir de nuevo, y si lo hago con tiempo será un verdadero placer comer y charlar bajo los pinos. Hasta pronto, besos para todos.
Creo que después de leer este apunte voy a contratarte como mi Relaciones Públicas particular. Tu siéntete libre de invitar a todos los que quieran leer tu blog y, luego, te doy mi permiso para que les des mi número de móvil. Tu ya sabrás a quienes. Que me conoces.
ResponderBorrarEstá clara tu habilidad y maestría para jugar y hacer magia con las palabras. Todo un diseñador de historias. Felicidades por la calidad de tu trabajo.
Algunas licencias fantásticas te has tomado esta vez, pero como dicen: en el mundo habitan seis mil millones de otros. Así que habrá que respetar cómo la realidad impregnó tus recuerdos.
Y gracias por acordarte de nosotros. Aunque yo preferiría verte en persona más a menudo ¡Que eres un salvaje! y no recurrir a las nuevas y siempre menos sensitivas formas de comunicación social (creo que esta es la primera vez que escribo en un blog).
¡Hala! Yo dudaba si contestarte por esta vía o a través de un medio más privado, pero ... tú lo has querido :))
Y como respondas muy rápido voy a empezar a pensar que entre el ordenador y tú hay algo serio.
Besitos.
Querido Gabi: tienes toda la razón. Soy un salvaje. Prometido un café en mi próximo viaje a Tenerife. Muchas gracias por tus cariñosas líneas. Sí: la memoria nos juega a veces malas pasadas, sobre todo cuando las palabras se enredan en ella. Te mando besos, cumpliré mi palabra. Hasta pronto.
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