martes, 14 de mayo de 2013

SKYPE


                                                                                                                Para Gabriel

A casi nadie, al menos conscientemente, le hablé de ti aquellos días. Creo que fue a una sola persona, a un primo algo mayor que yo que por entonces me instruía en el manejo avanzado del nuevo medio de comunicación que me permitía hablar contigo casi todas las noches por videoconferencia, un primo con el que las confidencias, desde hacía muchos años, se daban del modo más fluido, quizá no solo a causa de las afinidades electivas de nuestras respectivas sensibilidades sino también debido a esa extraña e indefinible conexión que perpetran en algunas personas los mismos parques compartidos en la adolescencia, los ritos familiares, las tardes vaporosas de la ciudad insular cuyo final se imponía de pronto como una señal ineludible de que debíamos regresar a nuestras casas, esa idéntica y demorada sensación de que el tiempo transcurría siempre en otro lugar inalcanzable para nuestras vidas de pasiones heridas, inconclusas, vanas. Así que fue solo a él, a ese primo con el que ni siquiera hablaba con demasiada frecuencia, a quien le hablé de ti una noche, unas semanas después de que empezáramos a comunicarnos a través del skype. Lo que le dije contenía ya algunas dudas, las dudas inevitables de lo que se labra a distancia sin participación de los sentidos más carnales, menos engañosos, sin una sola sensación del olfato o del gusto o del tacto en la que pudiera haber confiado para orientarme en la incierta nebulosa de unas imágenes captadas a través de una cámara y una voz registrada por un micrófono a miles de kilómetros de distancia. Ya entonces, en aquellas primeras semanas, no sabía muy bien a qué atenerme, cómo darle alguna veracidad a lo que carecía de la inequívoca autoridad de una piel, de un sudor, de una caricia intercambiada. Me dejaba llevar por lo que te escuchaba decir, por lo que creía leer en tus ojos, pero ni siquiera era a ti a quien escuchaba o a quien veía: escuchaba la distorsión de tu voz filtrada por un micrófono y unos auriculares, veía los píxeles detrás de los cuales se escondían, tenebrosos, pero hermosísimos, tus ojos. Y, sin embargo, la recurrencia de nuestros encuentros, la constancia de nuestras citas para conectarnos a determinada hora o, simplemente, el hecho de que no pasaran nunca más de dos días sin que me llamaras, me permitía albergar la esperanza de que lo que esos hechos, por muy virtuales que fueran, escondían era un interés verdadero de ti hacia mí —del interés en la otra dirección estaba ya seguro como casi nunca lo había estado antes de entonces. Quizá no deberíamos hablar nunca de lo que sentimos como más auténtico o frágil dentro de nosotros, pues ese vapor de las palabras, esa transmisión que no puede ser sino incompleta y espuria termina deshaciendo un nudo que se ha ido trenzando con nuestra más endeble y solitaria intimidad. Y, una vez deshecho ese nudo, todo lo que dependía de él comienza a desmoronarse hasta dar la impresión de que no hubiera existido nunca. Oh las noches de exaltación en la continuidad de las estancias, del salón a la cocina y de la cocina al dormitorio, del dormitorio al baño y del baño al cuarto de trabajo, oh los trasvases del frío intensísimo de enero a las habitaciones caldeadas, las tisanas de la medianoche y las estrellas entrevistas entre la neblina invisible. Oh los últimos pensamientos como un bálsamo antes de dormirme y los primeros pensamientos como una melodía nada más despertarme. Nada de eso podía confiarse o confesarse y, sin embargo, hablar me resultó necesario. De ti no le hablé a ninguna escritura perniciosa, a ninguno de los alguaciles que capitanean los cambios de guardia de la madrugada, a ningún fosilizado batallón de escrutadores ansiosos por conocer las últimas noticias referentes a la desolación de las quimeras. Solo a mi primo, que no conoce casi nada del resto, apenas lo que ha ido sabiendo en momentos fugaces, en cenas compartidas de tanto en tanto, entre viajes y estancias que han durado meses o años, pero que, sin embargo, sabe escuchar y domina a la perfección el arte del acompañamiento y del estímulo, le conté aquella noche, a través del skype, mis idas y venidas a través de lo que sentía inmenso en ti, tan inmenso que, por muy inabarcable que me pareciese, era el único lugar en este mundo en el que me parecía que merecía la pena intentar vivir. Es extraño, le dije, sentir próximo lo que está tan lejano, percibir como vivo lo que no es quizá más que un simulacro, dejarse arrastrar por lo que no posee sino la escasa fuerza de una simple pantalla interpuesta entre dos rostros o máscaras. Sus palabras me reclamaban paciencia, serenidad, confianza, entusiasmo, sensatez, espera. Creo recordar que mis dudas se debían aquella noche a tu primera ausencia de más de dos días: ausencia de la ausencia, se podría decir, pues todo se había resuelto hasta entonces en el terreno de la ausencia; y, ahora que te ausentabas de ella, yo me desesperaba porque no conseguía entender si de ese modo paradójico pretendías hacerte presente o si, por el contrario, los dos días durante los cuales no habíamos hablado significaban que la distancia había ganado la batalla. Contar este tipo de cosas a alguien que las conoce en ese mismo momento por nosotros, como si en ese instante se estuvieran creando y no hubieran existido hasta entonces, dota de una frescura a lo que quizá lleva demasiado tiempo viciado por la mohosa pesadumbre de nuestra soledad. Los días que siguieron a la conversación con mi primo confirmaron o desmintieron sus palabras, mis sensaciones, nuestros pensamientos. Nada se confirma o se desmiente nunca del todo cuando tratamos con sombras, con ilusiones o con máscaras. Acceder a la persona real, a la mansedumbre o a los chispazos de la piel, al rezumante venero de los poros, a la desgarradora intensidad de un olor presentido: es ahí, en esa frontera, donde todo podría comenzar o acabar. Lo que está más allá de las palabras, una vez franqueado lo inasible, en ese otro lugar que no conozco.     

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

NICOLÁS DORTA EN LOS 'DIÁLOGOS EN LA GRANJA'

 

ENTRADAS POPULARES