viernes, 6 de julio de 2012

TARDE METÁLICA

Bajo a la ciudad y me compro un cuaderno. Las tinajas siguen donde siempre. Al gran hotel le han maquillado las fachadas y, es de suponer, le han revestido las entrañas de algún tipo de piedra extraída de canteras situadas en montañas protegidas por la ley.

Promete ser una tarde metálica, pues me dirijo a la inauguración de una exposición titulada Metales. Me intriga saber si se trata de metales pintados o de pinturas metalizadas. Por lo pronto, el nombre de la artista es prometedor: Maribel Nazco.

En el cuaderno escribiré lo que sigue. Unos apuntes como quien no quiere la cosa. Para no aburrirme demasiado mientras me tomo un barraquito en una terraza de la calle San José.

En la zona de chabolas ─o vestigios de chabolas─ que rodea el hotel, un barrio que algunos llaman Las Lavanderas, exactamente en una calle sin salida que desemboca en medio del barranco, unos pánfilos musculados estaban jugando a un deporte precursor del fútbol local y que consiste en emitir unos sonidos caprinos cada vez que se toca con los pies un balón del tamaño de un cráneo humano.

Al apuesto camarero que atiende en la terraza podría contarle, si me atreviera a darle conversación, lo que sé de la ciudad, de esta misma ciudad en la que ahora estamos aunque él no estuviera ─lo intuyo─ cuando estuve yo y yo solo esté de paso ahora que él vive aquí. Poco más podría contarle, teniendo en cuenta la diferencia de edad, el desconocimiento mutuo, mi incapacidad para avanzar temáticamente en las conversaciones y su aparente curiosidad por el mundo que lo rodea.

Al menos dos bares he visto ya con las persianas de metal bajadas hasta la mitad, como si estuvieran abriendo o cerrando en ese momento, supongo que para evitar que entre calor desde la calle.

Escucho ciertas voces masculinas genuinamente canarias que discuten alrededor de unos cubatas. Son las voces de tres presuntos padres de familia de edad avanzada. Voces gangosas ─iba a decir fangosas, cascadas por el tabaco y la bebida. Voces cavernosas escuchadas en esta gruta al aire libre que es la parte baja de la ciudad.

El templo masónico ─me animo a hacer un poco de turismo─ continúa cerrado, cada vez más ruinoso, sin placa alguna que lo identifique, encajonado entre edificios de viviendas multicolores quizá promocionadas por el primo o el hermano del alcalde anterior. Un templo más a la orilla del olvido. (Un día el actual alcalde ordenará demolerlo por la noche y al día siguiente nadie se dará cuenta de su ausencia.)

Peluquerías donde hubo restaurantes. Farmacias de diseño donde hubo tiendas de enmarcado de cuadros. Franquicias de asesoramiento de dietas eficaces donde hubo videoclubs o merenderos. Y todo vacío, a la espera de los clientes para los que se pensaron estos establecimientos que pasado mañana tendrán que ser desmantelados porque el mercado ha cambiado o porque triunfó la competencia.

La pareja formada por el escritor de inminente renombre y el cuarentón de aspecto siempre juvenil que lleva más de veinte años frecuentando sin pretensiones lo más chic de lo chic de la noche chicharrera.

La sensación de estar en una ciudad que se parece a otra nunca visitada, una ciudad rioplatense, pero con un desfase de décadas entre una y otra, como si el tiempo hubiera pasado aquí de otro modo o como si los desajustes se debieran no tanto al desorden de los tiempos como a la desquiciada visión de quien no es bienvenido a pesar de haber sido invitado.

Flamboyanes en las plazas, moscas en los bares. Las flores rojas conforman tras caer alfombras de ensueño en rotondas acondicionadas con bancos y columpios para solaz de las familias biempensantes. Las moscas se posan en las orejas de los borrachos tragaperras de los bares.

No hay demasiados poetas en la inauguración de Metales. Algún crítico de arte abotargado, pulcro y relamido a quien tuve que dejar de leer porque perdió por completo el criterio, es decir, la capacidad de discernir entre lo mediocre y lo brillante. Como no hay apenas poetas, pocos, si no ninguno, serán mañana los artículos sesudos que reflexionen en la prensa local sobre la metálica intriga de esta exposición: ¿cuadros hechos con metales o metales pintados? Yo no la he visto con demasiada paciencia y prefiero no opinar. Me gustaron más, eso sí lo diré, algunos cuadros en los que los metales buscaban sus orígenes terrestres hasta llegar a parecerse a una colada de lava ya fría que otros en los que los metales se erizaban intentando imitar la rozadura de dos cuerpos.  

El cuaderno ha cumplido su misión. Lo mejor sería arrancar las páginas en blanco, casi todas. Y, de paso, también las escritas. Pero no: sentimos la recalcitrante necesidad de decir y de decirnos. No sabemos simplemente dejarnos decir ─o dejar de decirnos.  

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