Pleno verano, tórrido,
insistente. Y yo pensando en el invierno. Obsesionado por las olas mansas de
una lengua de arena de la que pude haberme posesionado si fuera hombre de más
arrestos. (Hombre de arrestos como mis ancestros, combatientes en guerras
africanas e ibéricas, abuelos, tíos abuelos, conquistadores, guerreros y
gigantes de plácidas vejeces irascibles.) Pero como todo consiste en dejarse ir
y en no ganar sino calvicies de oportunidades que una vez ostentaron pobladas
cabelleras, el invierno regresa en pleno verano para intentar seducirme con sus
ensenadas solitarias, con su sol domesticado y con su balanceo en el más frío mar,
esa delicia. Hablaba de posesionarme en el sentido de aprehender, en el sentido
de incorporar al propio bagaje un espacio contemplado con seriedad y rigor. Las
montañas de agua o las montañas desde las que se divisaba el agua a lo lejos no
parecían haber sido nunca habitadas. Un sol perecedero, el sol de las tardes
del invierno, retozaba conmigo sobre la arena. Esa arena se transformaba hacia
el interior en rocas desgastadas que se entremezclaban con arbustos a medida
que la cala se iba convirtiendo en un inhóspito barranco. Al bañista de
invierno, o sea a mí, le parecía increíble poder disponer de ese lugar entero
solo para él y se dedicaba a caracolear
en la arena mojada, a tenderse en las lascas apenas rugosas de los riscos o a imprimir
las huellas de sus pies como fugaces remansos para los bocados del mar. Estaba
escondido allí en la contraluz de un atardecer de atardeceres y no expuesto
como ahora a las arremetidas de un sol descomunal. No practicaba la meditación
trascendental ni me comunicaba con los dioses mitológicos, sin duda por la ya
mencionada falta de arrestos, y perdía el tiempo reblandeciendo mi piel en un
mar desprovisto de prestigio, el invertido mar del contraluz de invierno, esa
delicia o esa aridez. Hay que ser un verdadero memo para quedarse en casa en
pleno verano estrujando la esponja de un día pisoteado por el resto de los días
del invierno, un día pequeñito al que ni siquiera el microscopio del recuerdo
preciso y obsesivo puede retrotraer o revivir. Retrotraernos hasta él es una
operación absurda que solo se explica como una manera (quizá válida como
cualesquiera otras) de vaciar el presente para apreciar mejor su tufillo de
nada, su insolvencia y su amargura. Pero así son las cosas en estas islas
infernales. El pleno verano no es, me temo, sino un remedo de la vaporosa
canícula de las sabelotodas sibilas; y el invierno, en cambio, es una gasa
apropiada para casi cualquier herida que no sea del cuerpo. No hay que pedirles
acaso a los momentos de máximo esplendor sino el hilo que los mantenga
milagrosamente unidos a cualquier momento del presente por insidioso que sea.
Se liberan entonces unas energías desconocidas, unas fuerzas de distanciamiento
y de retracción que nos dejan solos frente al vacío del tiempo: este instante
solo existe como sustento de aquel otro, este pensamiento no es más que el
sostén de una desaparición. No se trata de un desprecio consciente de la
cotidianidad en que se vive, sino de lo contrario: de la aceptación de que esa
cotidianidad no puede ofrecernos más que el vacío de que está hecha, un vacío
poblado de fantasmas, ectoplasmas y miasmas siempre demasiado locuaces.
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Es amor lo que siento en este texto vacío de la banalidad del lenguaje. Gracias por hacerme comprender la huella que deja la desaparición. Aunque sigo pensando que el tiempo real se nos escapa.
ResponderBorrarGracias también, Rafael por haber intentado llevarme "Hacia la orilla", por fin he podido ver " la flor amarilla detrás de la aulaga" de este admirable y deslumbrante poema tuyo.
En Tahíche, a 22 de julio,
José Luis Betancor Rodríguez,
aún sigo respirando ausente en el sueño de esta isla negra, descalzo en el silencio de piedra de la arena que no arrastra el tiempo.
Un abrazo.
¡Cuánta alegría saber de ti, amigo José Luis! No sé cuándo fue la última vez que nos encontramos en Isla Negra. ¿Estarán ahora florecidas las aulagas? Me alegra saber que estás bien, siempre en la brecha. Te mando un fuerte abrazo, y gracias por escribir.
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