jueves, 24 de mayo de 2018
martes, 15 de mayo de 2018
jueves, 3 de mayo de 2018
LAS OTRAS CRUCES
No las cruces hechas con flores, burguesas, ostentosas. Las cruces cursis, no. Las cruces escondidas. Esas, las que casi no se ven. Las recordadas sólo por los deudos. O las cruces locas, trastornadas, anémicas, cruces con el síndrome de Diógenes, rodeadas de ladrillos y botellas de plástico. Esas sí.
O las cruces que alguien cuida en medio de huertas y aljibes. Junto a las cañerías. Tres cruces de madera como un gólgota de juguete o de entretierra. Siempre hay algún secreto junto a estas cruces. Nos dicen algo, hacen que nos detengamos, nos advierten en un cruce de caminos: por ahí no, por ahí sí.
Y cuando queremos mirar a lo lejos, otra cruz: la que forman el horizonte y las montañas. Alguien se va, pero al marcharse deja un estela que se cruzará con otra: cruces y más cruces sobre el mar. Escapar es aquí sustituir las cruces de madera por las de espuma. ¿Cuáles prefiere? Escoja.
Subiendo, subiendo, encontré este aljibe que reflejaba las nubes –o lo intentaba– y que parecía a punto de convertirse en cementerio, él también, por obra y gracia de la cruz que se obstinaban en formar un tronco y una cañería. ¿Las cruces abastecen, pues? ¿Alimentan, irrigan?
Y ahora, el cíclope. O el tuerto. Con la boca a un lado y la nariz partida. En menudas pendencias no se habrá metido este pájaro. La cruz la lleva por dentro, claro, pero nadie va a venir a sacársela. En las cuencas de los ojos anidan, dicen, los cernícalos, esos pájaros de mírame y no me toques.
Este es el momento en que el caminante, cual náufrago gongorino, se inmiscuye en un formidable bostezo de la tierra, móvil modo linterna en mano, y se encomienda a la luz del otro lado, al ruido del agua –que ya no corre, pero él escucha– por la atarjea y a la protección de las ánimas benditas.
Llega por fin al pueblo de las escaleras. No valen aquí las teorías escalonadas de Cortázar. Cualquier peldaño que se suba da lugar a dos peldaños más que quedan por subir. Imagínense cómo es la cosa. Y, sin embargo, he visto, lo confieso, he visto a ancianos encorvados subirlas como locuelos.
Sí, tú mimetízate, rey. Que para ti esto es como coser y cantar. Escalones a mí. Ya sé que no te gusto. Voy en busca de un secreto y resulta que eres tú quien lo atesoras. Acabo de descubrirlo. Podemos jugar al ratón y al gato en este laberinto de peldaños grises, pero ya sabes lo que quiero. Y ahora, a correr, minino.
Y cuando queremos mirar a lo lejos, otra cruz: la que forman el horizonte y las montañas. Alguien se va, pero al marcharse deja un estela que se cruzará con otra: cruces y más cruces sobre el mar. Escapar es aquí sustituir las cruces de madera por las de espuma. ¿Cuáles prefiere? Escoja.
Subiendo, subiendo, encontré este aljibe que reflejaba las nubes –o lo intentaba– y que parecía a punto de convertirse en cementerio, él también, por obra y gracia de la cruz que se obstinaban en formar un tronco y una cañería. ¿Las cruces abastecen, pues? ¿Alimentan, irrigan?
Y ahora, el cíclope. O el tuerto. Con la boca a un lado y la nariz partida. En menudas pendencias no se habrá metido este pájaro. La cruz la lleva por dentro, claro, pero nadie va a venir a sacársela. En las cuencas de los ojos anidan, dicen, los cernícalos, esos pájaros de mírame y no me toques.
Este es el momento en que el caminante, cual náufrago gongorino, se inmiscuye en un formidable bostezo de la tierra, móvil modo linterna en mano, y se encomienda a la luz del otro lado, al ruido del agua –que ya no corre, pero él escucha– por la atarjea y a la protección de las ánimas benditas.
Llega por fin al pueblo de las escaleras. No valen aquí las teorías escalonadas de Cortázar. Cualquier peldaño que se suba da lugar a dos peldaños más que quedan por subir. Imagínense cómo es la cosa. Y, sin embargo, he visto, lo confieso, he visto a ancianos encorvados subirlas como locuelos.
Sí, tú mimetízate, rey. Que para ti esto es como coser y cantar. Escalones a mí. Ya sé que no te gusto. Voy en busca de un secreto y resulta que eres tú quien lo atesoras. Acabo de descubrirlo. Podemos jugar al ratón y al gato en este laberinto de peldaños grises, pero ya sabes lo que quiero. Y ahora, a correr, minino.
martes, 1 de mayo de 2018
domingo, 15 de abril de 2018
miércoles, 11 de abril de 2018
miércoles, 14 de marzo de 2018
NODOS
FRENTE AL LLANO DE UCANCA
Ahora que,
por primera vez en todo el día,
ves un poco de azul
entreabierto en el cielo por encima
de las últimas nubes, después de
conducir
por curvas siempre iguales a través
de la niebla de abril ─en este
último
invierno de la isla sin inviernos─,
miras
todos esos caprichos que una vez
fueron dones,
el llano estremecido bajo el paso
de las nubes que viajan tenaces sin
destino,
las piruetas que traza,
equilibrista, la lava
desde hace milenios
o la pasividad de las retamas,
cuya fuerza reside en saberse estar
quietas cuando la niebla decide atravesarlas;
miras
lo que siempre has venido aquí a
mirar
y sientes, por primera vez,
que no hay nada que ver, que todo
lo mirado otras veces no fue acaso
mirado
o que un ojo que mira
es una forma de estar más cerca del
abismo
donde no hay ojo ni abismo
ni retamas ni nubes ni volcanes ni
nada.*
* "Frente al Llano de Ucanca" es uno de los cinco poemas míos que se han publicado en Nodos (Next Door Publishers, 2017), libro coordinado por Gustavo A. Schwartz y Víctor E. Bermúdez.
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