Para Carlos A. Schwartz
I
En este exacto punto del universo
donde el cuerpo no siente ahora mismo
ningún tipo de malestar
pese a los cincuenta y cuatro años
recién cumplidos que lleva sobre los hombros
la brisa ligera que sopla
lo envuelve como un gran abanico
invisible y el cuerpo por lo tanto
siente el deseo de que el tiempo no corra
como si la quietud pudiera volverse eternidad.
II
Pero la brisa se transformó en un viento
racheado que llevaba gotas de lluvia cejada
y el cuerpo empezó a estremecerse
con leves escalofríos y una sensación
de estar sin necesidad a la intemperie
pudiendo recogerse en cualquier lugar cerrado
como por ejemplo el centro comercial que había enfrente
donde un vestíbulo con unas escaleras
invitaba a transformarse en un posible cliente
dispuesto a comprar su bienestar en las rebajas.
III
Y quien escribe con buena letra “el cuerpo” y “la intemperie”
contempla lo que lo rodea como desde un lugar muy lejano
aunque al mismo tiempo se sienta en medio de las cosas
como el fotógrafo que se detiene frente a un escaparate
buscando que el reflejo contraponga a la ausencia
la figura de un cuerpo que prefigura su muerte
mientras los maniquíes muertos que desde dentro lo miran
lo invitan a su doble refugio imposible
así que el que escribe busca un estado intermedio
para el cuerpo que flota entre bienestar e intemperie.
Nota: Mientras, sentado en una terraza cercana a la Plaza del Príncipe, me encontraba escribiendo en unas servilletas de papel este poema --en concreto, en el momento exacto en que estaba terminando la segunda estrofa--, vi pasar a mi amigo el fotógrafo Carlos A. Schwartz. Se detuvo al comienzo de la calle Emilio Calzadilla y enfocó con su cámara el escaparate de una tienda de uniformes. Enseguida supe que esa imagen --la imagen de Carlos frente al escaparate-- debía incorporarse al poema. Y que, de este modo, se abrirían varias capas de miradas diversas que lo harían expandirse hacia el interior y el exterior de sí mismo. En aquel momento no quise saludar a Carlos para no distraerlo de su actividad fotográfica. Llegué a pensar que frente a aquel escaparate se había limitado a ensayar una fotografía, a enfocar, a representarse mentalmente cómo podría crearse la imagen en su cámara. Pero, cuando una hora después le mandé, fotografiadas, las servilletas en las que había escrito el poema (las incorporo también a este post), me respondió adjuntando la fotografía que de aquel escaparate había realizado. El círculo se cerraba, así, con esa imagen que el poema imagina y que, entre el bienestar y la intemperie, hace que el cuerpo, por un instante, se quede flotando.

Felicidades por esas servilletas de papel que se abren en varias capas.
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