domingo, 5 de noviembre de 2023

ALGO MÁS SOBRE LA TACHADURA INSULAR

* Alejandro Krawietz, “Ensayo para una poética insular”, 2023. Dirección de arte: Francisco León. Producción: Isidro Hernández, Régulo Hernández, Vanessa Rosa Serafín, Sergio Barreto. Piezas/obras originales: Jun, Carlos Schwartz, Ángel Padrón, Maribel Nazco, Juan Gopar. Obra incluida en la exposición Volumen, o cómo pensar el mundo desde aquí, Sala de Arte Contemporáneo del Gobierno de Canarias. Del 8 de septiembre al 26 de octubre de 2023. Comisarias: Lola Barrena Delgado y Dalia de la Rosa.  

Tras mi primer artículo al respecto que figura en este mismo blog y cuya lectura recomiendo vivamente, es útil, me parece, seguir reflexionando sobre algunas cuestiones suscitadas por la visita a la exposición Volumen, o cómo pensar el mundo desde aquí. Limitaré de nuevo mis anotaciones a la pieza “Ensayo para una poética insular”, de Alejandro Krawietz, incluida en esa muestra. Conste esta aclaración para que mis palabras no se extrapolen a ninguna de las otras obras integrantes de la exposición, ni tampoco al trabajo de las comisarias, cuya responsabilidad en relación con la citada pieza, imagino, no va más allá del hecho de haber invitado a su autor a participar.

Lo primero que cabe preguntarse es el propósito de “Ensayo para una poética insular”. Imagine que lo invitan a usted a participar como artista en una exposición. Usted, sin embargo, no es artista. Lo sabe, lo asume, quizá lo lamenta, pero lo reconoce y lo manifiesta: lo siento, mis niñas, pero yo no soy artista y, por tanto, no puedo participar en la exposición a la que tan generosamente me invitan.

Sin embargo, sabemos que los límites entre la literatura y el arte son hoy en día difusos. Imagine usted que es un escritor y que, en sus ratos libres, dibuja, hace fotografías, crea vídeos. Usted sabe que escribe –y cree hacerlo medianamente bien, considera que lo que escribe está por encima de la media, pues usted ha asumido el proyecto moderno, usted ha renunciado al uso pragmático del lenguaje, usted se considera deudor de las poéticas de la ruptura y la transgresión, y bla bla bla–; sin embargo, usted, que también se considera y se ha desempeñado como crítico de arte y comisario de exposiciones, conoce, medianamente al menos, o eso se le supone, qué es el arte contemporáneo. Y eso que conoce lo lleva a reconocer que sus pinitos de dibujante, sus tanteos de fotógrafo y sus esbozos de cineasta no están a la altura, es decir, que son obra de un aficionado, productos caseros que no deberían traspasar el espacio íntimo del hogar. Ese umbral. (¿Cómo? Sí, sí, ha leído bien: ese umbral.)

Sin embargo, ah, sin embargo, usted, pese a reconocer todo eso, acepta el reto y decide participar en la exposición. Se le asigna un espacio de unos cuatro por cinco metros en el interior de la sala. Y entonces, ah, entonces se abren ante usted las puertas del abismo. ¿Con qué voy a contribuir? ¿Qué puedo inventar para estar a la altura? ¿Ponerme a dibujar ahora? ¿Crear un vídeo ex profeso? ¡No, no y no! Sabe que en la exposición participarán pintores, escultores, fotógrafos y videocreadores de prestigio. Pero, por suerte, no será visitada por demasiada gente –eso también lo sabe–, pues la sala donde se montará no recibe tanto público como debería. Lee de nuevo el título de la exposición: Volumen, o cómo pensar el mundo desde aquí. Y piensa (ensayo). Desde aquí (insular). Volumen (poética). Ya lo tiene. ¿El qué? El título, al menos: “Ensayo para una poética insular”.

Claro que un título no es una obra, lo mismo que un rectángulo marcado en una sala de arte tampoco es una obra. Hay un vacío que lo llena todo. Una poética que requiere de poemas, textos, imágenes. Volumen. Ah, claro, montemos un diorama. (¿Que qué es un diorama? Búsquelo en Wikipedia, si lo tiene a bien.) De momento, voy a llamar a mis amigos, piensa usted. Uno será director de arte (¿y eso qué es?; yo tampoco lo sé); otros cuatro serán productores (¿como los de una película?; ¿pero… y el dinero de toda esta broma no lo aporta el Gobierno de Canarias, de quien depende la sala de exposiciones? Ah, misterios. Por cierto, ¿habrán cobrado estas personas por su trabajo?)

Los amigos aceptan el reto, proponen ideas, se frotan las manos. Usted tiene una idea vaga de lo que quiere. Su propósito es a la vez historiográfico, arqueológico, poético, mitológico, sociológico y artístico. Quiere crear una pieza en la que se articule un panorama lo más completo posible de su dilatada contribución personal a la poética de lo insular. Las revistas, los suplementos, los libros, los festivales, las exposiciones, los ciclos de lecturas, las revistas, los suplementos, los libros, los festivales, las exposiciones, los ciclos de lecturas, las revistas, los suplementos, etc. ¡Chicos, tráiganlo todo! ¿El qué es todo? ¡Todo lo que tengan en casa!, clama el director de arte. Levantaremos unos paneles y lo pegaremos todo en ellos, propone uno de los productores. Hasta que un día, de pronto, aquel rectángulo se convierte en el baúl de los recuerdos. ¿Para qué han traído aquí todo eso?, pregunta la vigilante de la sala. Es un ensayo para una poética insular, le contestan.

Los seis –el artista, el director de arte y los cuatro productores– empiezan a pegarlo todo en los paneles. El presupuesto, por suerte, contemplaba muchos metros de cinta adhesiva. ¿Sólo por fuera? ¡Por dentro y por fuera!, ordena el director de arte. ¿Al fondo también? ¡Al fondo sobre todo!, susurra el artista. La emoción les hace temblar de emoción (¿y de qué iban a temblar?, preguntará usted con toda razón). ¡Hacía tanto tiempo que queríamos ver todo esto junto! ¿Eres tú el de esa foto? Sí, en aquella época me había dejado el pelo a lo Kurt Cobain. ¡Anda, o a lo Félix Francisco Casanova! Pero esto último no le hace a usted la menor gracia. ¿Y estos quiénes son? Este soy yo con veinte años junto al miglior fabbro, dice uno de los productores. ¿Y este señor de aquí? Este es el mejor amigo de nuestro maestro, un poeta de apellido francés, por nada del mundo se les ocurra ponerle la tilde sobre la o. ¿Y este de aquí? Ah, no, a este hay que recortarlo. Menudo es. Trae acá la tijera. Pero sólo tengo un cúter... ¡Pues el cúter, leñe! Vaya un careto, con esas gafotas, como si no fuera a romper un plato en su vida. ¡Zas!

¿Y tienes enmarcado ese poema manuscrito de Manuel González Sosa? ¡Sí, claro! Me gusta enmarcar los poemas manuscritos. ¿Incluso los de los poetas que no han escrito nunca un libro? Sobre todo esos, pues se trata del preciado testimonio de autores que han querido borrarse y desaparecer. ¡Qué pasada, tío! ¿Y este cuadro de unas casas de quién es? ¡De Jun, como si no fuera obvio! ¿Y quién es Jun? Jun soy yo. Jun somos todos. Jun no es nadie. Jun es Jun. Jun-tos. Juntos todos. Yo pensé que era un Oramas, o un Salvo, o un Palmero, o un Padrón, o un Beltrán. ¡No: es un Jun, un Jun, un Jun! Ponlo aquí y no se hable más.

El artista revisa lo montado hasta entonces. Ha quedado mucho mejor de lo que esperaba. La gente va a flipar. Él y el director de arte aparecen en al menos seis fotografías de diversas épocas. El treinta por ciento de los textos, manuscritos o impresos, es de ellos. El resto es de poetas amigos o de inspiradores y precursores de la poética insular: Nelly Sachs, Sophia de Mello (¡necesitamos mujeres, director!), Haroldo de Campos, poetas todos, como se sabe, insulares a rabiar. Alonso Quesada mira al horizonte desde una fotografía. Basil Bunting inspira desde un recorte de periódico el fresquito del Valle de la Orotava. Un grupo de poetas iluminados posa frente a los acantilados de Teno. “Vamos a menos”, dice Juan Goytisolo en un artículo, como si propusiera un título alternativo –mise en abîme– a la piecita.

¡Exlibris! ¡Trasluz! ¡El agua y el fuego! ¡El mirador! ¡Vulcanes! ¡Oh piedra, oh cielos! La poética del espacio, si lo consideran bien, dice uno de los productores, no es sino una nota al pie de la poética insular. Es posible que Bachelard viera en sueños las Canarias y se inspirara en ellas para sus visionarias reflexiones. ¿Y dónde está Breton? ¿Pero cómo han podido olvidarse de Breton, carajo?

¿Qué ponemos aquí en medio? ¡Un Juan Gopar! ¿Uno cualquiera? No, el mío, el mío. ¿Y en aquel fondo? Un Ángel Padrón. ¿Pero ese artista no participa ya en la muestra? Sí, pero lo mismo da. Irá aquí y rodearemos su carretera pintada de carreteras fotografiadas por mí, por todos, por nadie. Carreteras y casas y fincas y páramos. Iremos a menos, cada vez más abajo, como espeleólogos que somos de las simas insulares. Bajaremos hasta el fondo. Nos hundiremos en un mar de… luz.

¿Pero y ese recorte qué pinta ahí? ¿Donde pone “Para Rafael”? Sí, ¿no habíamos quedado en que ni una sola mención, que mutis por el foro, que como si nunca hubiera existido? Bueno, déjalo, ahí no le hace mal a nadie. Así no nos acusarán de ninguneo. Y de paso lo ponemos en su sitio. ¿Qué ha aportado ese señor a la poética insular? Mecachis, siempre parodiando, dinamitando, menospreciando, ridiculizando nuestras iniciativas. ¿Quién se habrá creído que es? Déjalo ahí, proscrito, pobrecito.

Y no tacharon su nombre. Recortaron fotografías, ¿y por qué no iban a recortarlas? Este es nuestro collage de recortes insulares, dijo el artista. Sólo están los que se lo merecen, dijo el director de arte. Los que han hecho méritos. Los socios numerarios. Los que pagamos religiosamente las mensualidades. Los que nos hemos lanzado, intrépidos, a las corrientes syntácticas. 

 

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