domingo, 8 de noviembre de 2020

CARLOS RIVERO: CADA ORIFICIO ES PARA SU ARÚSPICE

Son cuerpos y no lo son.

Están desnudos y vestidos. Desvestidos.

Vestidos por dentro, desnudos por fuera. O viceversa.

Por dentro, ocupados. Por fuera, distraídos. Paridos y degenerados. Solícitos. Ilícitos.

Y solos. Como recién abandonados.

Solos e ilícitos. Desvirgados, revirados, raquíticos.

Puestos sobre una mesa que es una alacena que es una tarima, un escenario para bailar al borde de un precipicio.

Bailarinas con muchas valerianas encima.

Cuerpos de innumerables orificios por donde hurgar en el misterio.

Qué caretos. Caras que son retos. Caras retro.  

Y rectos. Vaselina en las manos para desentrañarlos.

Duerme, ángel de pánico y benzodiazepina. Duerme, niño. Pártete la cabeza en la almohada de hueso.

Lefa. Le fantôme. Fantasmas de leche negra. Toma, fantôme. Fantoche de toma y daca.

Indefensos y tensos. Cuerpos de no saber estar. Monadas que muestran sus muñones, sus mermas. Cuertos. Muerpos.

Curtidos y partidos. Perdidos.

Quemados y azotados.

El óxido les penetró las venas. La carcoma les envenenó los penes.

Emperifollados para el baile de difuntos.

Follamigos de sí mismos. Fugitivos del abismo.

No es fácil fijar la fuerza del silencio. Menos fácil aún es destruirla.

Cosas que ya no nos sirven pero nos sirvieron. Servidor se sirvió de su servicio y ahora se sirve prescindir de él.

Cada orificio da acceso a un punto G de destrucción del cuerpo.

Pero no todo el mundo sabe entrar.

Ni todo el mundo conoce el orificio adecuado.

Se puede saber entrar pero desconocer el orificio adecuado. Y viceversa.

Quien conoce ambas cosas accede a los surtidores de la gracia y la desgracia.

En ese lugar se refocila, carajea, se desfoga y se ensaña.

A más de una cara le han partido la cara y eso le ha dado doble cara.

O media cara: viceversa.

A la espera de la fusta y el cilicio, no está de más descoñetarse. Es decir: hacerse la puñeta de desplazar el coño hasta la parte posterior de la pelvis con la finalidad de alcanzar algún tipo de revelación.

Diseminar orificios a todo lo largo del cuerpo: sembrarlo de posibilidades.

Si una parte del cuerpo aparece pulverizada es porque el cuerpo se la estuvo machacando.

Las caras nos miran y miran que las miramos. No puede decirse lo mismo de los pies ni de las pollas.

En bandeja de plata: la luz en el alféizar. Noches transfiguradas. Fiebre. La enfermedad enseñó al cuerpo a darse luz y a sacársela (de dentro).

Cuerpos domésticos. Domesticados. Masticados. Astillados. Tiznados. Cuerpos izados.

La pataleta fervorosa. La pavorosa farándula.

Cada orificio es para su arúspice.

Oriflamas que arden bajo los soles negros de la peste.

Encajes desencajados, cabreadas cabriolas, pliés de pata de palo.

A Rilke le hubiera quemado las manos ese ángel dormido.

Con sigilo, sin esperanza, lo que no pudo decirse flota en el mar de lo irrecuperable.

Por eso aquí no hay palabras. Solo los estertores de una glosolalia.

Soplar en cada orificio es hacer del cuerpo una flauta.

El deseo es una flauta cuyos orificios yacen infinitamente lejos de cualquier boca imaginable.

Pero no todos saben tocar esa flauta.

Ni todos saben dónde encontrarla.

Algunos la encuentran y no saben tocarla. Y viceversa.

La cabeza en el lugar del corazón. ¿No es eso la locura?

Casi hemos olvidado que vinimos aquí con la desesperanza de los desvalidos.

Cuerpos casi nidos. Cuerpos cosidos. Cuerpos cocidos.

Perforarlos es forrarlos. Forrarlos es follárselos. Follárselos es despellejarlos.

Una lección de tinieblas tan dulces como los más mortíferos venenos.

Pero, en definitiva, ¿qué es lo que hay dentro de un cuerpo?

Nos fijaremos como meta entrar más adentro en la espesura.    

En el escozor de la espesura.*

* Carlos Rivero, Siempre hay una luz tintineando en mi ventana. Galería BIBLI, Santa Cruz de Tenerife. Del 18 de septiembre al 13 de noviembre de 2020. 

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