jueves, 19 de marzo de 2015

EL LETARGO

Han pasado muchos años.

Siente que quiere volver a escribir, pero tiene miedo de hacerlo.

Teme no acordarse ya de cómo se escribe.

Lo que en otra época, cuando escribía, le mandaba señales, le hablaba, aun desde la distancia, o correspondía de algún modo a su mirada, ahora no le dice nada o apenas si brilla. Pasa junto a las cosas y ni siquiera las siente.

Sin embargo, tiene miedo de que una mera ráfaga, un simple cruce de calles, el brillo de una ventana tras la que asoma el cuerpo reclinado de alguien, lo despierte de su largo letargo de incomunicación y silencio.

¿Puede volver a escribir en estas condiciones?

Siente que querría hacerlo, pero se resiste.

No sabe si se resiste por miedo a no saber ya o por miedo a volver a saber.

Conoce mejor los entramados, pero todo es mucho más evanescente.

Los rostros se disuelven uno tras otro en su palidez de desmemoria.

Las siluetas, desenfrenadas, no soportan más que cuerpos en permanente retirada.

Los jardines son sumideros por los que la noche evacua todos estos rostros, todos estos cuerpos.

Salir a escribir en estas condiciones no serviría ni siquiera para erradicar la apatía.

En las esquinas, en las fluctuantes aceras, siente la supresión de sí mismo como un paso que lo aboca a escribir aunque solo sea una frase final de despedida.

Pero no es fácil retirarse. O, al menos, saber cuál es el momento justo para hacerlo.

En eso se parecen retirarse y escribir: en que no es fácil saber el momento adecuado para hacerlo.

Porque en cualquier momento podría ser mejor practicar lo contrario.

Pero cómo saber si en ese preciso instante no era mejor escribir o marcharse. Con lo fácil que parece: un paso, una frase, un traspiés y ya está hecho.

Después de muchos años, sentía que tenía que volver a escribir.

Escribir sin recordar que alguna vez escribió.

O escribir para olvidar que alguna vez escribió.

Nunca se preguntó si entonces, aquel día en que escribió por primera vez, no hubiera sido mejor no hacerlo.

Tampoco se lo preguntaría ahora.

Lo que sí haría era esperar, detenerse el tiempo que hiciera falta por si en algún momento sentía que, a pesar de su intenso deseo de volver a escribir, era mejor no hacerlo.

En esa paciencia, se dijo, residía la clave de todo.


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