lunes, 2 de enero de 2017

LA PINTURA COMO FRACASO: PEDRO GONZÁLEZ






Antes de empezar: prometo que lo intenté. Que puse toda la carne en el asador. Todo el entusiasmo de que soy capaz. Toda mi capacidad de asombro, de empatía, de admiración y de entrega. Pero fue en vano. Durante la hora larga que estuve recorriendo las salas del Espacio Cultural CajaCanarias intenté contener el aliento y mantener a raya cualquier prejuicio –¡qué cargados de prejuicios vamos casi siempre a cualquier parte!–. Lo único que conseguí fue aburrirme. No sé cuántas obras integran esta retrospectiva, quizá más de noventa, casi todas ellas de gran formato, algunas incluso gigantescas. Ni una sola consiguió emocionarme. La mayoría me desagradó. Es abrumadora la frustración con que uno intenta encontrar algún viso de genialidad en una exposición que es un descomunal himno al fracaso del artista. Un artista que ha buscado serlo –según afirma reiteradamente en la entrevista grabada que acompaña a la muestra–, pero que no lo ha conseguido. Y lo sabe. Creo que se trata de alguien que no tenía nada que decir. Alguien que creyó que tenía que decir algo, pero que en el fondo no tenía absolutamente nada que decir. Es más: alguien que, aunque hubiera tenido algo que decir, no hubiera podido hacerlo –al menos mediante el arte de la pintura–, pues no disponía de talento creativo. Es asombroso que instituciones "prestigiosas" como el Gobierno de Canarias, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, el Cabildo de Tenerife, la Universidad de La Laguna, el CAAM, el MIAC o el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife hayan adquirido durante décadas obras de un pintor tan claramente mediocre. O quizá no lo sea tanto y baste con tirar de los hilos –nunca lo suficientemente enmarañados en estas islas de bobo y baboso patriarcado– para entender qué presidentes, consejeros, viceconsejeros y directores generales, qué rectores, alcaldes, concejales y directores de centros de arte ordenaron o aconsejaron la compra de cuadros cuyo valor artístico es más que dudoso. Hay que decirlo con todas las letras: Pedro González es un mal pintor. No sabe dibujar, no sabe componer, no sabe pintar. Lo único que sabe hacer es abocetar unos muy gruesos trazos a medio camino entre las formas orgánicas y los volúmenes plásticos, trazos que posteriormente va rellenando con los colores de una paleta sin gracia, desteñida, basta: y podrá decirse que esta opacidad de sus colores está buscada voluntariamente, que es esa grisura de la paleta lo que caracteriza su "estilo", pero hay que estar muy ciego –o tener el gusto condicionado por criterios que nada tienen que ver con lo artístico– para afirmar, permítanme que imite a sus más conspicuos panegiristas, que se trata de una irisación magistralmente destemplada o que ese mundo de oscuras tonalidades expresa con solvencia la ingrata vida de aquellos años de plomo. Me parece evidente, como mero espectador de estos cuadros, que lo que hay aquí es falta de garra, ausencia de talento, pobreza de recursos plásticos para expresar la más mínima chispa de aliento espiritual. Uno deambula por las salas y lo que le sale al paso es el hastío, la sensación de estar perdiendo una hora de su tiempo ante un desmedido batiburrillo de lienzos compuestos por alguien que se propuso ser pintor y no lo consiguió.


 
       

Sin duda la decepción que he sentido se debe, también, al penoso trabajo desarrollado por el comisario, Carlos Díaz-Bertrana. No sólo su texto de presentación es lamentable, tanto por lo mal escrito que está como por su nula capacidad de ofrecerle al visitante algún tipo de armazón conceptual con el que enfrentarse a la retrospectiva. Además, la selección y el montaje de las piezas deja mucho que desear. Uno se va con la sensación de que Díaz-Bertrana prefirió tirar sobre todo de su colección particular o del fondo familiar del autor antes que hacer el esfuerzo de buscar concienzudamente en otras colecciones las piezas con las que debía montar esta retrospectiva. La representación de las tres últimas décadas de la pintura de González, con esa acumulación de series insustanciales dedicadas al mar, la ciudad, la bota, la silla, el bosque, el Teide, el cementerio, el coche (como si cada año, por Navidad, propusiese un tema nuevo para vender), no produce más que hartazgo. Me disgusta particularmente el caso de la serie La patera, en la que Pedro González practica una alarmante frivolización enmascarada de buenismo para alardear de su “fastuosa” paleta: su fracaso como pintor va unido aquí a un auténtico fracaso ético. En cuanto al montaje, una sola pincelada: hay en esta exposición obras de formato gigantesco que parecen estar apoyadas en el suelo y encajonadas bajo los techos de unas salas que, por su escasa altura, obviamente no están preparadas para albergarlas. ¿Treinta años capitaneando los destinos oficialistas del arte en Canarias no le han bastado a Carlos Díaz-Bertrana para aprender cuestiones tan elementales?




Para quienes hemos pasado nuestra infancia y adolescencia en el Archipiélago y tenemos algún tipo de relación con el mundo de la cultura, la pintura de Pedro González constituye algo así como una herencia genética consustancial a nuestra mirada: la conocemos aunque nunca la hayamos visto, la llevamos con nosotros aunque nunca nos haya interesado. Hay que alejarse de ella para poder verla y decirse con palabras nuevas y actuales, de algún modo maduras, por qué nos atrae o por qué nos repele. La pintura de Pedro González es algo que se da por hecho, es sinónimo de aquello que da valor a una época de nuestra vida colectiva y que, por ello, ha modelado nuestra forma de mirar y de apreciar otras pinturas, otros modos de mirar la realidad. Hay que realizar, por tanto, un gran esfuerzo para desprenderse de los prejuicios a favor o en contra que cada uno de nosotros lleva incorporados cuando se enfrenta a una de estas obras. Hay que intentar verlas con mirada disponible, abierta, desnuda. Y darse a uno mismo la respuesta más auténtica, la más cercana a la verdad íntima. En mi caso es esta: se trata de un inmenso fraude estético, una superchería perpetrada no tanto por el pintor –que en todo momento, me parece, es consciente de su falta de talento, pero que necesita creer que será capaz de alcanzarlo aunque para ello tenga que perder su vida entregándosela entera a la pintura–, sino por quienes han establecido la valía de esta obra como una verdad inapelable: críticos, gestores, periodistas, escritores, historiadores del arte, amigos, políticos (o todo ello junto y a la vez). No sin perplejidad escuché hace poco la grabación de una intervención parlamentaria del diputado regional Juan-Manuel García Ramos en la que reclamaba la creación de un centro de arte en La Laguna que expusiera de modo permanente una selección de obras de Pedro González. Se trata de una de esas propuestas que otorgan a quienes las enuncian la sublime condición de defensores de la cultura, tan "ignorada" por los canarios, el excelso papel, en fin, de próceres o patriarcas de las artes y las letras insulares. La intervención de García Ramos no era, en el fondo, sino una más de tantas reivindicaciones delirantes propias de cierta clase política ultranacionalista para la que la cultura se limita a las más rancias y consabidas manifestaciones "de lo nuestro de toda la vida". Este tipo de políticos son incapaces de proponer, por ejemplo, un centro cultural destinado a la experimentación, un sistema de becas de creación o de residencia dirigidas a creadores de las más variadas disciplinas; su “olfato” político se limita a los aromas más viejunos y a los nombres consagrados por ellos mismos hace décadas. En fin, me parece que el objetivo de una entidad como la Fundación CajaCanarias (presidida por el exviceconsejero de Cultura del Gobierno de Canarias, Alberto Delgado) debería ser no tanto atender a este tipo de ocurrencias del nacionalismo atlanticoide cuanto fomentar la creación contemporánea, bajo el exclusivo criterio de la excelencia.



·        * Pedro González, El espacio y el hombre. Exposición retrospectiva en el Espacio Cultural CajaCanarias (Plaza del Patriotismo, 1; Santa Cruz de Tenerife). Del 29 de noviembre de 2016 al 11 de febrero de 2017. Comisario: Carlos Díaz-Bertrana.

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