I
Para Fabio Pusterla
Estar en un lugar, estar en otro,
ver el mar a lo lejos con el vago deseo
de sentirlo en la piel y preferir
seguir donde se está sin decidirse
a dar el paso decisivo, pues
es fácil darlo, lo sabemos,
es mucho más difícil
quedarse y resistir las embestidas
del vacío, del freno, de la soga
que nos atan a un sitio, que nos atan a otro,
y que tarde o temprano tirarán
con fuerza hasta que el cuerpo
quede colgando fuera de la vida.
II
Para Rafael Fombellida y Carlos Alcorta
A la hora de la siesta, gritos
de gaviotas altísimas irrumpen
en mi paseo solitario
por las calles vacías.
Qué anuncian, si es que algo
quieren decir aparte del estruendo
momentáneo que causan.
Voy cruzando de una acera a la otra,
siempre en busca de sombra,
siempre lejos del centro,
mirando los balcones taciturnos,
sus cristales tiznados, casi opacos,
tropezando con gente que parece
haber aparecido aquí ahora mismo,
como yo,
y, aunque había pensado llegar hasta una calle
donde, según las guías, está domiciliada
la única sauna que hay en la ciudad,
prefiero detenerme, me siento en un portal
y hago que el tiempo pase,
no sé si algo más lento,
entre algunas palabras
antes de proseguir.