domingo, 9 de noviembre de 2025

UNA CONVERSACIÓN

Que sí era posible hablar como con un lenguaje desprovisto de materia, dijiste. Y yo te miraba sorprendido, pues acababa de escuchar la Sinfonía Pastoral, de Beethoven, al menos sus tres últimos movimientos (ya estaba empezada cuando sintonicé el programa de radio que la emitía); y me decía, mientras me hablabas, que incluso aquellas notas casi susurradas, aquellas cadencias, aquellos pizzicatos que me habían evocado, mientras conducía, el ondear del viento sobre campos de colza o de lavanda (Jena, Grignan) no podían formarse sin una materia sonora. Y tú insistías (¿quién eras tú?) en que podía existir un lenguaje tan puro que partiera de los cerebros o las almas y llegara a otros cerebros u otras almas sin necesidad de un soporte físico, una especie de telepatía que, aclarabas, tan solo era posible en el terreno de la poesía, y no de cualquier poesía. Yo, que me había quedado unos minutos dentro del coche, en el garaje, esperando a que finalizara la Sinfonía Pastoral, a la que le siguieron unos aplausos tímidos, sobrecogidos, te escuchaba ahora en la calle, antes de dirigirme a casa, e intentaba imaginarme a qué te estabas refiriendo. Recordé que, si era verdad que el sol se convertiría dentro de cinco mil millones de años en una enana blanca, nada de cuanto creáramos, escribiéramos, grabáramos o dibujáramos quedaría como testimonio de nuestra existencia en el universo. ¿Era aquel lenguaje, aquella inscripción en el vacío, aquel conjunto de signos silenciosos pero reales lo que nos permitiría sobrevivir como especie? Me preguntaba de qué modo podríamos hacer viajar a través de las infinitas galaxias un habla de esas características, y si era posible que esa especie de lenguaje incorpóreo fuera universalmente comprensible. Pero para esto no tenías respuestas. Tu voz se había callado. Pasé junto al supermercado, donde un perro atado a la barandilla de la escalera lanzaba lastimeros gemidos mientras miraba hacia el resplandeciente interior del negocio. Continué por la siguiente calle: habían renovado el comedor de un viejo hotel y a través de las nuevas cristaleras podía verse, como en una pecera, a los comensales que ocupaban las mesas y se comunicaban en distintas lenguas que solo un políglota capaz de leer los labios podría comprender. Cerca ya de mi casa miré hacia una de las ventanas del edificio de enfrente y vi, a través de unas cortinas transparentes, los movimientos, como de danza, de lo que parecían una madre y su hija. Ya en el zaguán, justo antes de encender la luz, escuché en la vivienda del bajo el crujido de unos pasos que cruzaban regularmente un pasillo en ambas direcciones: parecía que alguien estuviera hablando consigo mismo de ese modo taciturno, obsesivo. Tú ya habías desaparecido. Te habías marchado sin despedirte, imagino que aprovechando el momento en que me peleaba con el mando para conseguir cerrar la puerta automática del garaje. O quizá entraste, sin darme cuenta, en el supermercado. “Es posible hablar como con un lenguaje desprovisto de materia”: tus palabras se habían quedado resonando en mi mente como un lenguaje desprovisto de materia. Pensaba también que ese hipotético lenguaje –pues nada confirmaba que existiera– debía de ser tan frágil como un conjunto de neuronas que está a punto de sufrir un proceso degenerativo y que, antes de apagarse para siempre, emiten una última luz, una chispa final, como un canto de cisne silencioso; tan frágil como algo así, y al mismo tiempo tan poderoso como para atravesar, a través de un hilo infinito, la entera longitud del universo para llegar hasta algún oído capaz de captarlo. Cuando encendí la luz, el zaguán quedó iluminado y me dije que ese era el lugar que atravesaba mi cuerpo cada mañana para ir al trabajo, o para dar un paseo por la tarde. Sentí que algún tipo de herrumbre o de excrecencia que los poros de la piel acaso habían soltado en todos estos años podría haberse depositado en los revoques de las paredes, o incluso quedado flotando en el aire a pesar de la ventilación que el zaguán sufría cada vez que se abría la puerta de la calle. Pero no eran sino fantasías de un pensamiento apocalíptico. El cuerpo volvía a subir los escalones que lo conducían a la primera planta en que estaba ubicada mi vivienda, y, aunque pasara la mano por el pasamanos de madera, aunque suspirara levemente al llegar al rellano, aunque rozara con el cabello la pared, nada suyo iba a convertirse en ese lenguaje sin palabras capaz de trasladarlo a otra dimensión a través del tiempo y el espacio. El cuerpo, me dije, ¿o volvía a ser tu voz la que me hablaba?, estaba encerrado en el drama de su propia finitud, y por mucho que se volcara en el mundo, incluso en otros cuerpos, por mucho que esos otros cuerpos recibieran –lo que yo jamás había intentado practicar– una semilla suya capaz de engendrar vida, nunca lograría escapar de ese encierro, salir de sí mismo transformado en otra cosa, acaso en ese lenguaje incorpóreo que tú declarabas como posible. La llave abrió la puerta con un clic y el mundo de la vivienda apareció ante mis ojos. Libros en el sofá, libros bajo el televisor, libros sobre la cómoda, libros, libros, libros. Objetos que eran como talismanes, como si en una etapa desconocida de mi vida me hubiera convertido a una religión sincrética en la que el pensamiento mágico paliara la ausencia de los dioses. Esos libros se transformarían un día en polvo –y dudo mucho que en polvo estelar–, pero ahora formaban parte del mundo en el que mi cuerpo vivía. Jugaba con ellos como si fueran naipes a juegos a vida o muerte –aquí, estoy seguro, eras tú quien me hablabas, siempre tan pomposo y funesto–, los cambiaba de lugar, los colocaba unos sobre otros, probaba diversas combinaciones, diversas alturas para las montañas de dudoso equilibrio que abarrotaban la cheslón. Y luego, tarde o temprano, ese cuerpo se sentaba para escribir. Podía ser, como ahora, antes de cenar, al recordar las palabras que me dijiste aquel día, mientras volvíamos del norte de la isla y en la radio había empezado a sonar el tercer movimiento de la Sinfonía Pastoral. Un lenguaje desprovisto de materia: ¿era eso lo que querías que buscara mediante la escritura? Yo no soy un explorador de los polos; tampoco un alpinista. Los únicos extremos, los únicos límites que puedo traspasar son los que me separan de mí mismo. ¿Querías decirme entonces que la muerte es ese poema que escribimos con un lenguaje incorpóreo?  


martes, 4 de noviembre de 2025

CARTA ABIERTA A LA SUBCOMISIÓN DE LA PAU DE LENGUA ESPAÑOLA Y LITERATURA II (COMUNIDAD AUTÓNOMA DE CANARIAS)

Como algunos lectores sabrán, las pruebas PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) de todas las materias han sido modificadas para la convocatoria de 2026 con el objetivo de avanzar hacia un modelo homogéneo de examen en todo el estado español.

Si escribo esta carta abierta y la publico en mi blog y en mis redes sociales es porque ya planteé en el foro correspondiente (la reunión de junio de la Subcomisión) algunas de estas cuestiones, sin que la respuesta que se me diera entonces me resultara en absoluto satisfactoria.

Lo que escribo a continuación lo hago a título individual y no en representación de ningún colectivo.

Me centraré en el tercer bloque de la prueba de Lengua castellana y Literatura II, “Educación literaria”, pues me parece el que peor resuelto ha quedado por parte de la Subcomisión en la nueva estructura de la prueba.

En primer lugar, me parece absolutamente inadmisible que en junio se propusiera un conjunto de relatos por cada uno de los tres periodos como lectura obligatoria seleccionable por los departamentos, y que, sin embargo, en septiembre esa selección haya pasado a ser “material complementario”.

Pasaré ahora a comentar algunos asuntos sobre la pregunta 7, es decir, el bloque de diez cuestiones teóricas que “abarcan los principales hitos de la historiografía literaria de los tres períodos”, según la Subcomisión. Esta pomposa descripción es más que discutible. Las diez cuestiones son estas:

1. Indica las características de la generación del 98,

2. Comenta el tema del España en la generación del 98.

3. Enuncia y explica las características de la generación del 27,

4. Señala y describe las etapas de la generación del 27.

5. Señala los elementos más destacados de la poesía social de posguerra.

6. Comenta las características del teatro o la narrativa social de posguerra (con ayuda de las lecturas en el aula, si se considera necesario).

7. Señala los rasgos temáticos y formales del realismo mágico.

8. Explica las innovaciones técnicas que aparecen en la novela o el teatro de los años 60 y 70 (con ayuda de las lecturas en el aula, si se considera necesario).

9. Menciona y explica las tendencias narrativas o teatrales actuales (con ayuda de las lecturas en el aula, si se considera necesario).

10. Comenta los rasgos de la poesía de la experiencia.

En primer lugar, no aparece por ninguna parte el modernismo, a pesar de haber sido el primer movimiento verdaderamente moderno (de ahí su nombre) de la literatura en lengua española (sin embargo, hay dos preguntas sobre la generación del 98). En segundo lugar, en vez de incluir dos preguntas sobre la generación del 27, ¿por qué no se dedicó una de ellas a los movimientos de vanguardia, algunos de los cuales tanta importancia tuvieron en Canarias? En tercer lugar, ¿por qué toda la literatura de posguerra se limita a la literatura social, nada menos que en dos cuestiones, la quinta y la sexta? ¿Qué ocurre con el postismo, con Cirlot, con Fetasa, con los poetas del mediosiglo, etc., etc.? Seguimos: ¿cómo es posible que la única de las diez preguntas dedicada a la literatura hispanoamericana sea la referida al realismo mágico? ¿Y el resto de la literatura hispanoamericana?

Pero el delirio se manifiesta sobre todo en las tres últimas preguntas. La octava, que no se sabe si se refiere a la literatura española o a la hispanoamericana, o a ambas, pretende que se expliquen las “innovaciones técnicas que aparecen en la novela o el teatro de los años 60 y 70 (con ayuda de las lecturas en el aula, si se considera necesario)”. Fíjense en primer lugar en esa “o”: novela o teatro. Pero es que, entre las obras de narrativa y teatro propuestas por la Subcomisión, las únicas escritas en ese periodo son Los cachorros (1967), de Mario Vargas Llosa, y, con suerte, Pic-nic, de Fernando Arrabal, compuesta entre 1952 y 1961. En cuanto a la penúltima pregunta, que es casi un calco de la anterior, pero situada en el presente, reza: “Menciona y explica las tendencias narrativas o teatrales actuales (con ayuda de las lecturas en el aula, si se considera necesario).” Definan ustedes “actuales”, por favor. ¿Se han dado cuenta de que la Subcomisión se ha cargado cuatro décadas de un plumazo: los 80, los 90, la década de 2000 y la de 2010? ¡Décadas prodigiosas, eh! Porque lo “actual” no va más allá (más atrás) de 2020, digo yo.

El colmo del disparate, sin embargo, lo reserva la Subcomisión para la última pregunta: “Comenta los rasgos de la poesía de la experiencia.” Es decir, que, en cuanto a poesía (recuerden que la última pregunta de este género fue la número 5: poesía social de posguerra, es decir, años 50 y 60), la Subcomisión obvia la poesía del mediosiglo (Valente, Brines, Atencia, Gamoneda, Manuel Padorno, Luis Feria, Arturo Maccanti) y pasa directamente a una de tantas corrientes surgidas en los años 80: la poesía de la experiencia. ¿Pero por qué la poesía de la experiencia, que no tuvo representación en Canarias, y no los novísimos, justamente anteriores, o la poesía del silencio, que tan buenos ejemplos dio en Canarias? ¿Y la poesía actual, por qué se la destierra de todo esto, mientras que sí se atiende a la narrativa y el teatro actuales? Con este cúmulo de arbitrariedades, incoherencias y despropósitos tendrá que enfrentarse el alumnado que se presente este año a la PAU en Canarias.

Pero el desaguisado no termina aquí. Si pasamos a la tercera pregunta (dejaré para el final la segunda), nos encontramos con que la Subcomisión da a elegir, pero no demasiado. Es decir, determina una serie de libros (cuatro en concreto: dos novelas y dos obras teatrales por cada periodo) de entre los cuales cada centro (o cada docente) debe seleccionar uno por cada periodo. Es decir, que los alumnos leerán tres libros a lo largo del curso. No se sabe cuál es el criterio que se ha seguido para la selección de los títulos (ni falta que hace, dirá alguno; pese a lo cual, yo creo que algún criterio debió de haberse seguido y, por qué no, explicado en los foros oportunos).

La selección en cuestión es esta:

 

Primer período: desde finales del XIX hasta 1936

 

Novela

 

Él, de Mercedes Pinto

Crimen, de Agustín Espinosa

 

Segundo período: desde la Posguerra hasta 1975


Nada, de Carmen Laforet

Los cachorros, de Mario Vargas Llosa

 

Tercer período: desde 1975 hasta la actualidad


Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez

Panza de burro, de Andrea Abreu

 

Teatro

 

Primer período: desde finales del XIX hasta 1936

 

Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán

La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca

 

Segundo período: desde la Posguerra hasta 1975

 

Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo

Pic-nic, de Fernando Arrabal

 

Tercer período: desde 1975 hasta la actualidad


La piedra oscura, de Alberto Conejero

Primera sangre, de María Velasco

 

Basta leer esta lista detenidamente para llevarse las manos a la cabeza. Empecemos por el primer periodo. ¿Desde cuándo es Crimen una novela y a qué alumno de 2º de Bachillerato puede interesarle? ¿Qué alumno de 2º de Bachillerato puede comprender y disfrutar uno de los textos más complejos de la literatura española de vanguardia? En cuanto a las obras teatrales, se ha pisado terreno firme: bien.

Si avanzamos al segundo periodo, uno se pregunta qué interés puede tener Nada, de Carmen Laforet, para un alumno del Bachillerato actual. Nada de nada. En cuanto a Los cachorros, ninguna objeción, salvo que sea la única obra hispanoamericana elegida. ¿Por cierto, no se ha escrito teatro en Hispanoamérica a lo largo de los siglos XX y XXI? ¡Ni una sola obra de teatro hispanoamericano elegida!

En fin, como casi siempre, el delirio se deja para el final. Los girasoles ciegos (se verán la película); Panza de burro: una primera novela notable, atrevida y estilísticamente innovadora, pero ¿quién la elevó a los altares de las obras maestras y del canon insular? ¿Los 100.000 ejemplares vendidos? De resto, dos obras de teatro, de las cuales Primera sangre es un batiburrillo de fragmentos bastante infumable y La piedra oscura es quizá la obra más atractiva de este periodo para el alumnado, sin que la obra sea gran cosa.

Por lo visto, no hay teatro canario escrito en ninguna época que haya merecido ser incluido en la selección. Grave la cosa, ¿verdad?

En fin, llegamos ya al final de esta carta, que tiene que ver con la pregunta 8, es decir, una cuestión sobre uno de los treinta y seis poemas seleccionados. Ya dije en la reunión de junio que me parecía una barbaridad pasar de tres poemas (los de las convocatorias anteriores) a treinta y seis; que si se quería “fomentar el gusto por la lectura”, como allí afirmaron, podían haberse seleccionado cinco de cada periodo, es decir, quince poemas en total. Pero ni caso.

Lo que ocurre es que el problema no es solo la cantidad de los poemas, sino también qué poemas se han elegido. Y de quiénes. Y de quiénes no. Algunos de ustedes ya habrán leído las cartas que envié a los maestros Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda y Gabriela Mistral solidarizándome con su malestar por no haber sido tenidos en cuenta por la Subcomisión. Pero otras ausencias son igualmente flagrantes: José Lezama Lima, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Ida Vitale, Luis Feria, Manuel Padorno o tantos otros.

Pero lo peor no son las ausencias, que haberlas siempre habrá de haberlas, sino algunos de los poetas y poemas seleccionados. Enumero los casos que me parecen más inverosímiles:

1. El poema de Unamuno, “¡Ay, triste España de Caín!”, es probablemente uno de los peores que escribió, con términos abstrusos como “regüeldo” o “chafarote”. ¡Si tendrá grandes poemas Unamuno! ¡Y hasta poemas vinculados con Canarias!

2. El poema de Alonso Quesada me parece una auténtica pesadilla para el alumnado de Bachillerato: no solamente es complejo, imposible de entender sin cierto contexto (que el profesorado no podrá ofrecer por no disponer de tiempo material), sino que no es nada representativo de su obra. ¡Si tendrá poemas maravillosos Alonso Quesada! Lo que han hecho con él es imperdonable.

3. No menos imperdonable me parece el poema escogido de Lorca, “Infancia y muerte”, que no está recogido en ningún libro suyo sino que se publicó póstumamente. ¿No valía con alguno de los maravillosos romances gitanos, con alguno de los bellísimos poemas de Nueva York, con un estremecedor fragmento del “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, con alguno de los sublimes sonetos del amor oscuro? No: había que rizar el rizo. En fin.

4. El poema de Ernestina de Champourcin: ¿de verdad, señores? ¿Teniendo a Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Julia de Burgos?

5. Lo de Gloria Fuertes no es un poema: es una venganza.

6. El poema de José Hierro me parece el mejor ejemplo de lo que debe ofrecerse a un adolescente para que odie para siempre la poesía.

7. Los “Grafitti”, de Félix Francisco Casanova: siendo el poeta con el que mejor podrían conectar los adolescentes canarios actuales, han elegido un poema poco menos que infumable (en cualquiera de los sentidos de la palabra).

8. El poema de José Luis García Martín es como haber dejado en blanco ese lugar en la página.

9. El poema siguiente, de Begoña Abad: lo mismo que el anterior.

10. En el poema escogido de Gata Cattana, la malograda autora maldice a Machado, a Federico, etc. Lo enarbolarán los alumnos cuando les hagamos leer a Machado, a Federico, etc. Por cierto: ¿el rap es poesía? Lo pregunto por ignorancia.

11. En el poema “Encuentro con Ezra Pound”, de Antonio Colinas, se habla, lógicamente, de Ezra Pound, un autor con el que el alumnado canario lleva mucho tiempo familiarizado. Lo mismo que con todas las referencias topográficas de Venecia. ¡Chapeau, Subcomisión!

12. El poema de Natalia Sosa Ayala, bastante aceptable, implica, sin embargo, referencias biográficas que el profesorado, querida Subcomisión, no está en condiciones materiales –temporales—de abordar.

13. El poema de Camila Sosa Villada es el cuarto y último de los poemas hispanoamericanos incluidos. Es decir: Rubén Darío, César Vallejo, Clemente Padín (con un poema visual) y Camila Sosa Villada. ¡Agüita!

También hay algunos poemas emblemáticos, faltaría más: “Donde habite el olvido”, de Cernuda; “Se querían”, de Aleixandre; “Insomnio”, de Dámaso Alonso; “Apología y petición”, de Jaime Gil de Biedma. Poemas de esos que algún alumno aventajado se aprenderá incluso de memoria.

Para cada poema la Subcomisión ha preparado tres preguntas. En la pregunta 8 del examen caerá uno de estos treinta y seis poemas con una de las preguntas. ¡Lancen sus apuestas!

Y mi planteamiento final ante todo este panorama es el siguiente: teniendo en cuenta los avances tecnológicos actuales, las posibilidades de crear documentos compartidos y las nubes virtuales, ¿no podía haberse planteado toda esta selección de un modo mucho más democrático y participativo? ¿Tan complicado era darle al profesorado que imparte Lengua castellana y Literatura II la posibilidad de opinar, intervenir, proponer?

Un saludo,

Rafael-José Díaz, profesor de instituto.

martes, 7 de octubre de 2025

UNOS CUANTOS AFORISMOS

BENEFICIOS DE LOS FESTIVALES LITERARIOS

El único beneficio de los festivales literarios es que, mientras se celebran, sus directores, por lo increíblemente ocupados que están, no tienen tiempo de lanzar a las redes sociales sus pasmosas perogrulladas.

 

LEGADO

Su afán por permanecer en la memoria de sus contemporáneos no contó con la galopante desmemoria de sus contemporáneos.

 

FACEBOOK 

Llegó un momento en que tenía más amigos muertos que vivos.

 

CADUCIDAD

En el museo le impidieron fotografiar unas fotografías en las que aparecía de joven; protestó alegando que no le habían pedido permiso para exhibir su imagen. La directora del museo le dijo que esa imagen de hacía treinta años ya no le pertenecía. 

 

AVISO

No son despistes: son pistas. 

 

ELOCUENCIA

Se atragantó con la primera palabra y vomitó un poema infinito elaborado con los restos de su desmoronado ser. 

 

ACICALARSE

Le dijeron que al escribir se despojara de todo ornamento: acudió desnudo a la entrega del premio. 

 

FAMILIA NUMEROSA O EL AMOR INTERESADO

Los únicos hijos que lo quisieron fueron sus hijos literarios.

 

ESTATUTOS (1)

"Esta fundación apoyará con entusiasmo la cultura local, para lo cual cobrará nada más que 2000 euros a los escritores que deseen presentar su nuevo libro en nuestra sede (excepto en el caso de los escritores afines a la fundación, que quedan exentos de pago)."

 

ACICATE

Un editor le dijo que incuestionablemente debía seguir escribiendo. Cuando le envió el libro terminado, el editor le contestó que indudablemente debía seguir corrigiéndolo.  

 

POLLUELO

Quiso probar sus alas, pero con un afilado manifiesto coral se las cortaron

 

AUTOFICCIÓN

Decidió convertirse en el protagonanista de su propia novela.  

 

DESPARPAJO

Cayó en desgracia, se levantó, estornudó unos versos, escupió unas prosas, visitó a un pope, publicó unos artículos, se probó mil disfraces, se casó con su editor, montó una agencia literaria, se divorció de su editor, ganó pasta con concursos, ponencias y recitales, se compró un ático en el centro, se suicidó tirándose a la calle.  

 

CANCIÓN DE CUNA

Duérmete para siempre, sueño de inmortal vanagloria. 

 

SENTIDO DEL RIDÍCULO

Cuando le ofrecieron salir a recitar un poema suyo, declinó la invitación con el siguiente argumento: "Preferiría recitar cinco". 

 

PAREJA DE EDITORES

¿Y si nos hiciéramos de oro publicando los libros escritos por quienes conceden las subvenciones?  

 

CORAZA

Dícese de lo que rodea el corazón enamorado de un poeta. 

 

ESTATUTOS (2)

"Los jurados de los premios que convoca esta fundación estarán compuestos por especialistas de reconocido prestigio, es decir, que el premio de novela será fallado por destacados cuentistas; el premio de cuentos, por insignes poetas; y el premio de poesía, por celebrados autores de novela rosa." 

 

AQUÍ MANDO YO

--¡No va a participar, repito, no va a participar, al menos mientras yo esté con vida, y pienso vivir muchos años! ¡Si participa lo hará por encima de mi cadáver! ¡Te digo y te repito que ustedes no lo van a invitar aunque se comprometa por escrito a dedicarme una oda de arrepentimiento cada día, leñe! ¡Y me importa un pepino si a esto lo llaman veto, censura o cancelación!

 

RUEDA DE PRENSA

Aunque le escribieron lo que tenía que decir, se empeñó en improvisar su discurso. Afirmó que "el arte, sin duda, eleva las almas", que "la música está escrita con mucho amor" y que "la producción de esta ópera está casi al nivel de La Scala de Nueva York".  

 

UN ESCRITOR CABAL

Nunca publicó nada, pero no dejó de escribir hasta el penúltimo día de su vida; el último, por fin, lo destruyó todo. 

lunes, 22 de septiembre de 2025

LA CASA DE TAIDÍA

Para Acerina Cruz.

 

Oh, si yo pudiera regresar a entonces, a aquella casa de Taidía que estuve a punto de comprar. La recuerdo solitaria, engastada en un recodo de la ladera, como si la hubieran abandonado allí desde hacía un tiempo inmemorial. Era una casa como para atrincherarse en ella. Nada más verla, cuando el agente inmobiliario me estaba esperando en lo alto del camino, me dije que alguien que se dispusiera a comprar aquella casa, alguien como yo –o como el futuro comprador que finalmente acabara comprándola– debía de estar hastiado del mundo y sus apariencias, desencantado con todas las agitaciones, convencido de la necesidad de dejarse caer en la inmensidad de la inexistencia; alguien así debía de estar o bien loco o bien desesperado, quiero decir absolutamente ávido de aislamiento y de una paz duradera para sus turbadoras visiones. Oh, supongo que si al final no compré la casa de Taidía es porque creí que mi caso podía resolverse de otro modo. Yo iba con mucha frecuencia por aquella carretera solitaria y me perdía por los barrancos. No sabía gran cosa de aquella isla y adoraba permanecer en aquella ignorancia, es decir, encontrarme con cada lugar como si fuera la primera vez. Cuando salía del trabajo, compraba la comida en un negocio que me la preparaba para llevar, con cubiertos de plástico y todo. Paraba el coche en cualquier apartadero y descendía o subía por el primer camino que encontraba hasta que llegaba a alguna rala arboleda o a algún resquicio de sombra entre los riscos y me sentaba a comer. Era con frecuencia un pollo asado, pero otras veces comía sancocho de pescado o judías compuestas. Oh, recuerdo que, cuando el agente inmobiliario, tras la visita de rigor, me permitió quedarme unos instantes a solas en el interior de la casa, me imaginé sentado en un sofá, acechando a los improbables visitantes que vendrían subiendo por el camino, tras haber preparado un café turbio que no tendría sentido ofrecerles, perdido en ensoñaciones relacionadas con los recovecos de los alrededores. Ese era yo en Taidía. O ese era el yo que allí me imaginaba. ¿Podría suceder que todo aquello lo haya imaginado después, o esté imaginándolo ahora, y que mi visita a la casa hubiera sido una de tantas que hice por entonces? Oh, siempre pensé que fue un error rechazarla para comprarme la otra, aquella en la que durante una temporada fui tan poco feliz. Y es que la casa de Taidía no se andaba con bromas. Lo supe cuando la recorrí de afuera adentro, desde la cocina hasta el patio, atravesando las habitaciones, rodeándola hasta llegar al cubículo trasero, en el que me imaginé colocando estanterías con cráneos y húmeros de animales que me iría encontrando en mis paseos por los barrancos. Había dos ventanas, una a cada lado de la puerta delantera. Era como una casa dotada de un rostro. Y ese rostro no sonreía nunca, se fruncía en un gesto de inveterada amargura o, hacia el atardecer –que fue el momento de mi visita–, adoptaba más bien un rictus de insegura nostalgia. Era como si la casa estuviera siempre recordando algo.  Oh, la soledad que allí se sentía estaba cargada de presencias. Si se miraba hacia lo alto, hacia el más elevado de los riscos, se sentía con un estremecimiento la posibilidad de que una enorme piedra rodara un día por la ladera y aplastara la casa junto con su solitario habitante. En aquella época no había teléfonos móviles con cámaras, por lo que no conservo imágenes del lugar. Tampoco he vuelto a pasar nunca por allí. Quizá ni siquiera daría hoy con la entrada a la propiedad. La casa no estaba rodeada por jardines ni por nada que se le pareciera, sino que ocupaba el centro de una especie de terraplén erigido a media altura hasta el que subía un único camino perteneciente a la propiedad; apenas si había unas pocas macetas con algún cactus reseco rodeando la casa. En invierno, imaginaba, debía de ser fría, pues se encontraba a considerable altura. Desde la casa, si no recuerdo mal, se podía contemplar el Risco Blanco, que era como una cara sin ojos, sin nariz y sin boca, que, sin embargo, nos miraba desde lejos, parecía susurrarnos mensajes incomprensibles y, como un animal prehistórico, olfateaba a través del viento nuestras ínfimas presencias, por lejos que estuviéramos. Oh, ninguno de mis amigos supo nunca que estuve a punto de comprar aquella casa de Taidía. Podrían haberse celebrado allí las fiestas más extravagantes, los rituales más atípicos, las orgías más sabrosas, pues el aislamiento del lugar era total. Los únicos vecinos eran las cabras que caracoleaban por las laderas. Cuando terminó la visita, tras despedirme del agente inmobiliario, descendí por la carretera hasta la costa –donde entonces vivía– soñando con el día en que estaría instalado allí, en aquella atalaya destartalada, insalubre, probablemente infestada de piojos y frecuentada por las ratas de campo, pero feliz, oh, de haber dejado atrás todo lo que por entonces se me hacía tan difícil de sobrellevar.    

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