martes, 20 de febrero de 2024

DUPLICACIONES COTIDIANAS

Lo que lo singulariza, pero él no lo sabe, es la capacidad que tiene para introducirse en un lugar que está viendo desde cierta distancia. Esto ocurre especialmente cuando lleva mucho tiempo encerrado en su casa. Ha estado trajinando con prendas de ropa, artículos de aseo, ingredientes de recetas nuevas o libros, aunque no todos los lee, pues hay libros que no han sido escritos para ser leídos sino para ser olfateados o apenas rozados con las yemas de los dedos, libros que basta contemplar cada día en el mismo lugar de la biblioteca para que confieran cierta sensación de estabilidad que sabe inconscientemente ilusoria pero que le genera la calma que casi nada es capaz de despertar en él. Entonces, tras unas cuantas horas de encierro voluntario, determina abandonar su casa sin un motivo concreto, y sin dejar de pensar que es en casa donde mejor está, pero que, lógicamente, no puede quedarse allí dentro más tiempo del aconsejable, y entonces, entonces, sale a la calle. Y lo primero que ve, pues a algún sitio hay que mirar una vez puesto el pie en la acera, tras pelearse —es un decir— con la manilla de la puerta de entrada, pues, oxidada o envejecida, se resiste a girar, chirría y casi se le queda colgando en la mano —y qué sería una puerta sin su manilla, es decir, sin la herramienta giratoria que permite que tiremos de ella una vez inclinada hacia abajo y retraído el resbalón que la mantenía cerrada—, lo primero que ve al poner el pie en la acera es una tienda a lo lejos, una tienda nueva de muebles de cocina con una cristalera que ocupa toda la fachada y que permite ver el interior como si la tienda formara parte de la calle. Pasea la vista por los muebles de cocina, por esa inmensa cocina artificial compuesta de muchos muebles de distintos colores, formas y tamaños, hasta que ve a una pareja que los atraviesa lentamente, como si estuvieran soñando que caminan por un cementerio de muebles de cocina, como si cada mueble fuese una tumba y cada tumba estuviera allí para convivir con las demás, pues el vacío es insoportable, sobre todo después de haber muerto, y es necesario llenarlo con encimeras, fregaderos, vitrocerámicas y estantes, los atraviesa lentamente también él con una mirada que hubiera activado una especie de zoom y se encontrara ahora a un metro por detrás de la pareja que ya no se ve ni siquiera desde la calle, y él sigue sin moverse del lugar de la acera en que se encuentra, pues esa mirada, esa forma de introducirse en un lugar que está viendo desde cierta distancia le produce una especie de trance. Está allí, ya dentro de la tienda de muebles de cocina, escuchando las explicaciones de un empleado al que todavía no ve, pues se encuentra detrás de una nevera, pero lo oye elogiar la calidad de cada mueble, la eficacia de cada aparato, la necesidad de cada espacio, y la pareja sigue introduciéndose más adentro en la tienda, como si esta no tuviera fin, y él no cree que lo tenga, pues, aunque conoce los límites del edificio en que se encuentra, su percepción ahora es completamente distinta: no está dentro de la tienda, sino incorporado a ella a través de una mirada extática, y las dimensiones de la realidad que transita no son las reales, sino las imaginarias que le permiten estar al mismo tiempo parado en la acera y dentro de la tienda. Si ha conseguido abolir la distancia que separa una de otra, tampoco puede decirse que el tiempo siga siendo como era antes de salir de casa. En primer lugar, no es consciente de la hora que es. Lo era cuando estaba en su dormitorio arreglando su ropa interior o cuando estaba en su despacho leyendo un cuento de Amparo Dávila, pero no ahora que ha salido. Además, tendría que llevar la cuenta de dos tiempos distintos que se entrecruzan pese a haberse bifurcado: el de su permanencia en la acera, de pie, pegado a la pared por si quisiera pasar algún otro viandante; y el de su incorporación a la tienda de muebles de cocina, que coincide más o menos con el de la pareja de novios —o lo que quiera que sean— que visitan la tienda con la intención de comprarse una cocina nueva. Así, vive al menos dos tiempos que pasan a una velocidad distinta, que conducen a distintos futuros y que proceden de muy diversos pasados. Todo esto se da de manera natural en él, y sin que lo sepa de ninguna manera. No se trata de una aventura de la imaginación ni del reflujo de un sueño. No es tampoco una proyección de su deseo ni una alucinación. No es lo que algunos han denominado un viaje astral ni una teletransportación. Su caso es singular porque él está realmente en los dos sitios al mismo tiempo, pero para que eso ocurra tiene que haber una conexión entre su cuerpo y cada lugar, una conexión que se establece mediante la mirada, gracias a una solvencia escópica fuera de lo común, aún no estudiada. No ha probado nunca a intentar interactuar con las personas que lo acompañan en el interior de los lugares que visita de este extraño modo. Está casi seguro de que es invisible para ellos. No tiene muchas dudas de que no podrían ni siquiera oír su voz si llegara a decir algo. Pero no sabe a ciencia cierta si su presencia allí puede percibirse de algún otro modo. Ahora mismo, por ejemplo, ha decidido dejar atrás a la pareja de incautos compradores —la tienda es carísima y ni uno solo de los muebles vale lo que piden por ellos— y se ha adentrado en el interior del negocio, en una especie de trastienda ocupada por muebles de oficina donde unos pocos empleados parecen dedicarse a labores de contabilidad. Más adentro aún hay una serie de habitaciones con productos de recambio. Todavía más allá hay unos baños en un estado bastante deplorable, cuartos de limpieza, grupos electrógenos. Si siguiera penetrando cada vez más adentro no sabe con qué se encontraría. Pero cada vez está más oscuro y en algún momento habrá de regresar. No puede quedarse todo el día en el interior de la tienda, parado en la acera. Así que echa a andar. Ve los árboles del parque. Uno de ellos, de tronco nudoso y raíces que sobresalen como sierpes aterrorizadas, presenta una abertura producida acaso por un rayo. Enfoca su mirada allí. Camina ahora junto a una fila de hormigas. Se dirige con ellas hacia el interior del tronco, bordeando los goterones resecos de resina que son para ellas —y para él— como gruesas venas por las que el árbol obtiene y rezuma vida. Todo un mundo desconocido lo está esperando allí dentro. Y, sin duda, es mucho más interesante que el de los muebles de cocina.

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