* Alejandro Krawietz, “Ensayo
para una poética insular”, 2023. Dirección de arte: Francisco León. Producción:
Isidro Hernández, Régulo Hernández, Vanessa Rosa Serafín, Sergio Barreto.
Piezas/obras originales: Jun, Carlos Schwartz, Ángel Padrón, Maribel Nazco,
Juan Gopar. Obra incluida en la exposición Volumen,
o cómo pensar el mundo desde aquí, Sala de Arte Contemporáneo del Gobierno
de Canarias. Del 8 de septiembre al 26 de octubre de 2023. Comisarias: Lola
Barrena Delgado y Dalia de la Rosa.
Tras mi primer artículo al respecto –que figura en este mismo blog y cuya lectura recomiendo vivamente–, es útil, me parece, seguir
reflexionando sobre algunas cuestiones suscitadas por la visita a la exposición
Volumen, o cómo pensar el mundo desde
aquí. Limitaré de nuevo mis anotaciones a la pieza “Ensayo para una poética insular”,
de Alejandro Krawietz, incluida en esa muestra. Conste esta aclaración para que
mis palabras no se extrapolen a ninguna de las otras obras integrantes de la
exposición, ni tampoco al trabajo de las comisarias, cuya responsabilidad en
relación con la citada pieza, imagino, no va más allá del hecho
de haber invitado a su autor a participar.
Lo primero que cabe preguntarse
es el propósito de “Ensayo para una poética insular”. Imagine que lo invitan a
usted a participar como artista en una exposición. Usted, sin embargo, no es
artista. Lo sabe, lo asume, quizá lo lamenta, pero lo reconoce y lo manifiesta:
lo siento, mis niñas, pero yo no soy artista y, por tanto, no puedo participar
en la exposición a la que tan generosamente me invitan.
Sin embargo, sabemos que los
límites entre la literatura y el arte son hoy en día difusos. Imagine usted que
es un escritor y que, en sus ratos libres, dibuja, hace fotografías, crea
vídeos. Usted sabe que escribe –y cree hacerlo medianamente bien, considera que
lo que escribe está por encima de la media, pues usted ha asumido el proyecto
moderno, usted ha renunciado al uso pragmático del lenguaje, usted se considera
deudor de las poéticas de la ruptura y la transgresión, y bla bla bla–; sin
embargo, usted, que también se considera y se ha desempeñado como crítico de
arte y comisario de exposiciones, conoce, medianamente al menos, o eso se le
supone, qué es el arte contemporáneo. Y eso que conoce lo lleva a reconocer que
sus pinitos de dibujante, sus tanteos de fotógrafo y sus esbozos de cineasta no
están a la altura, es decir, que son obra de un aficionado, productos caseros
que no deberían traspasar el espacio íntimo del hogar. Ese umbral. (¿Cómo? Sí,
sí, ha leído bien: ese umbral.)
Sin embargo, ah, sin embargo,
usted, pese a reconocer todo eso, acepta el reto y decide participar en la
exposición. Se le asigna un espacio de unos cuatro por cinco metros en el
interior de la sala. Y entonces, ah, entonces se abren ante usted las puertas
del abismo. ¿Con qué voy a contribuir? ¿Qué puedo inventar para estar a la
altura? ¿Ponerme a dibujar ahora? ¿Crear un vídeo ex profeso? ¡No, no y no! Sabe
que en la exposición participarán pintores, escultores, fotógrafos y
videocreadores de prestigio. Pero, por suerte, no será visitada
por demasiada gente –eso también lo sabe–, pues la sala donde se montará no
recibe tanto público como debería. Lee de nuevo el título de la exposición: Volumen, o cómo pensar el mundo desde aquí.
Y piensa (ensayo). Desde aquí (insular). Volumen (poética). Ya lo tiene. ¿El
qué? El título, al menos: “Ensayo para una poética insular”.
Claro que un título no es una
obra, lo mismo que un rectángulo marcado en una sala de arte tampoco es una
obra. Hay un vacío que lo llena todo. Una poética que requiere de poemas,
textos, imágenes. Volumen. Ah, claro, montemos un diorama. (¿Que qué es un
diorama? Búsquelo en Wikipedia, si lo tiene a bien.) De momento, voy a llamar a
mis amigos, piensa usted. Uno será director de arte (¿y eso qué es?; yo tampoco
lo sé); otros cuatro serán productores (¿como los de una película?; ¿pero… y el
dinero de toda esta broma no lo aporta el Gobierno de Canarias, de quien
depende la sala de exposiciones? Ah, misterios. Por cierto, ¿habrán cobrado
estas personas por su trabajo?)
Los amigos aceptan el reto,
proponen ideas, se frotan las manos. Usted tiene una idea vaga de lo que
quiere. Su propósito es a la vez historiográfico, arqueológico, poético,
mitológico, sociológico y artístico. Quiere crear una pieza en la que se
articule un panorama lo más completo posible de su dilatada contribución personal a la
poética de lo insular. Las revistas, los suplementos, los libros, los
festivales, las exposiciones, los ciclos de lecturas, las revistas, los
suplementos, los libros, los festivales, las exposiciones, los ciclos de
lecturas, las revistas, los suplementos, etc. ¡Chicos, tráiganlo todo! ¿El qué
es todo? ¡Todo lo que tengan en casa!, clama el director de arte. Levantaremos
unos paneles y lo pegaremos todo en ellos, propone uno de los productores. Hasta
que un día, de pronto, aquel rectángulo se convierte en el baúl de los
recuerdos. ¿Para qué han traído aquí todo eso?, pregunta la vigilante de la
sala. Es un ensayo para una poética insular, le contestan.
Los seis –el artista, el director
de arte y los cuatro productores– empiezan a pegarlo todo en los paneles. El
presupuesto, por suerte, contemplaba muchos metros de cinta adhesiva. ¿Sólo por
fuera? ¡Por dentro y por fuera!, ordena el director de arte. ¿Al fondo también?
¡Al fondo sobre todo!, susurra el artista. La emoción les hace temblar de
emoción (¿y de qué iban a temblar?, preguntará usted con toda razón). ¡Hacía
tanto tiempo que queríamos ver todo esto junto! ¿Eres tú el de esa foto? Sí, en
aquella época me había dejado el pelo a lo Kurt Cobain. ¡Anda, o a lo Félix
Francisco Casanova! Pero esto último no le hace a usted la menor gracia. ¿Y
estos quiénes son? Este soy yo con veinte años junto al miglior fabbro, dice uno de los productores. ¿Y este señor de aquí?
Este es el mejor amigo de nuestro maestro, un poeta de apellido francés, por nada del mundo se
les ocurra ponerle la tilde sobre la o. ¿Y este de aquí? Ah, no, a este hay que
recortarlo. Menudo es. Trae acá la tijera. Pero sólo tengo un cúter... ¡Pues el
cúter, leñe! Vaya un careto, con esas gafotas, como si no fuera a romper un
plato en su vida. ¡Zas!
¿Y tienes enmarcado ese poema
manuscrito de Manuel González Sosa? ¡Sí, claro! Me gusta enmarcar los poemas manuscritos.
¿Incluso los de los poetas que no han escrito nunca un libro? Sobre todo esos, pues se trata del preciado testimonio de autores que
han querido borrarse y desaparecer. ¡Qué pasada, tío! ¿Y este cuadro de unas
casas de quién es? ¡De Jun, como si no fuera obvio! ¿Y quién es Jun? Jun soy
yo. Jun somos todos. Jun no es nadie. Jun es Jun. Jun-tos. Juntos todos. Yo
pensé que era un Oramas, o un Salvo, o un Palmero, o un Padrón, o un Beltrán. ¡No: es un Jun, un
Jun, un Jun! Ponlo aquí y no se hable más.
El artista revisa lo montado
hasta entonces. Ha quedado mucho mejor de lo que esperaba. La gente va a flipar. Él y el director de
arte aparecen en al menos seis fotografías de diversas épocas. El treinta por
ciento de los textos, manuscritos o impresos, es de ellos. El resto es de
poetas amigos o de inspiradores y precursores
de la poética insular: Nelly Sachs, Sophia de Mello (¡necesitamos mujeres, director!), Haroldo de Campos, poetas todos, como se sabe, insulares a rabiar. Alonso Quesada mira al horizonte desde una fotografía.
Basil Bunting inspira desde un recorte de periódico el fresquito del Valle de
la Orotava. Un grupo de poetas iluminados posa frente a los acantilados de
Teno. “Vamos a menos”, dice Juan Goytisolo en un artículo, como si propusiera
un título alternativo –mise en abîme–
a la piecita.
¡Exlibris! ¡Trasluz! ¡El agua y
el fuego! ¡El mirador! ¡Vulcanes! ¡Oh piedra, oh cielos! La poética del
espacio, si lo consideran bien, dice uno de los productores, no es sino una
nota al pie de la poética insular. Es posible que Bachelard viera en sueños las
Canarias y se inspirara en ellas para sus visionarias reflexiones. ¿Y dónde
está Breton? ¿Pero cómo han podido olvidarse de Breton, carajo?
¿Qué ponemos aquí en medio? ¡Un
Juan Gopar! ¿Uno cualquiera? No, el mío, el mío. ¿Y en aquel fondo? Un Ángel
Padrón. ¿Pero ese artista no participa ya en la muestra? Sí, pero lo mismo da.
Irá aquí y rodearemos su carretera pintada de carreteras fotografiadas por mí,
por todos, por nadie. Carreteras y casas y fincas y páramos. Iremos a menos, cada
vez más abajo, como espeleólogos que somos de las simas insulares. Bajaremos hasta
el fondo. Nos hundiremos en un mar de… luz.
¿Pero y ese recorte qué pinta
ahí? ¿Donde pone “Para Rafael”? Sí, ¿no habíamos quedado en que ni una sola
mención, que mutis por el foro, que como si nunca hubiera existido? Bueno, déjalo,
ahí no le hace mal a nadie. Así no nos acusarán de ninguneo. Y de paso lo
ponemos en su sitio. ¿Qué ha aportado ese señor a la poética insular? Mecachis,
siempre parodiando, dinamitando, menospreciando, ridiculizando nuestras iniciativas.
¿Quién se habrá creído que es? Déjalo ahí, proscrito, pobrecito.
Y no tacharon su nombre.
Recortaron fotografías, ¿y por qué no iban a recortarlas? Este es nuestro
collage de recortes insulares, dijo el artista. Sólo están los que se lo
merecen, dijo el director de arte. Los que han hecho méritos. Los socios
numerarios. Los que pagamos religiosamente las mensualidades. Los que nos hemos lanzado, intrépidos, a las corrientes syntácticas.