miércoles, 3 de agosto de 2022

MUESTRARIO

El independiente, a la hora de vincularse, no lo hace a otros independientes, sino a algún cenáculo ya consolidado y medianamente poderoso. Esto es así por dos razones: la primera es que de este modo palia las penurias económicas que su supuesta independencia le ha obligado a afrontar; y, de paso, y esta es la segunda razón, se aleja de quienes, por ser de verdad independientes, no lo dejarían brillar si se acercara mucho a ellos. (Aforismo.)

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Estos eran unos pollitos que, después de nacer y salir del cascarón, quisieron seguir sintiendo el calor de mamá gallina y volvieron a metérsele debajo. Clueca y satisfecha de nuevo, mamá gallina los mantuvo bajo sus alas hasta que los pollitos empezaron a ahogarse: no les llegaba suficiente aire, empezaron a apretujarse tanto unos contra otros que se lastimaban. Habiendo sentido aquella extraña opresión allá abajo, y creyendo que sus pollitos ya habrían crecido y madurado, mamá gallina comprobó, sin embargo, con gran tristeza, que su descendencia y legado no eran más que un montón de cadáveres. (Cuento infantil.)

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No considera que lo que escribe pueda llegar a entenderse cabalmente sin la mediación de un exégeta que, por muy experimentado que sea, adolecerá siempre de un relativo desconocimiento y una considerable incertidumbre en lo que a sus escritos se refiere, por lo que debería ser guiado por su propia interpretación de las obras, lo que lo lleva a cuestionarse la idoneidad de todo exégeta, de toda exégesis. Se da cuenta de que nadie, excepto él mismo, es capaz de interpretar cabalmente lo que ha escrito, por lo que se propone elaborar una serie de guías y manuales explicativos de sus propios textos. Para cada guía o manual será necesario luego otra guía o manual que lo interprete. Y así sucesivamente hasta que la apremiante necesidad de redactar interpretaciones de sus propias interpretaciones, etc., etc., etc., le acabe impidiendo escribir una sola línea de pura creación. (Ensayo en miniatura.)

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Sale al escenario a declamar un poema. Pero en el patio de butacas ya no hay nadie. Decide declamarlo igualmente, a modo de un ensayo para la próxima actuación. Días más tarde, en la siguiente actuación, cuando sale al escenario, tampoco hay nadie en el patio de butacas. Pero no cree perder el tiempo si declama el poema a modo de ensayo para su próxima actuación. Le ocurre así, durante un tiempo, enésimas veces. Acaba concluyendo que lo más importante es lo bien ensayado que lleva su poema, la fluidez que ha conseguido, la textura perfecta de la voz, los gestos comedidos pero hábiles, rotundos, la forma en que se inclina al final como agradecimiento ante el público. (Farsa.)

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Se ha comprado un cuaderno nuevo para escribir. Lo estrena con lo que considera un buen comienzo para su próxima novela. Pero al día siguiente, al volver al cuaderno para continuar, se encuentra en blanco todas las páginas. Aun así, decide seguir la novela en el punto en que la dejó y escribe tres o cuatro páginas. Al día siguiente, se encuentra de nuevo el cuaderno en blanco. Retoma, sin embargo, la novela en el punto de la trama en que la había dejado el día anterior. Y así hasta que, meses después, termina la novela. El día después de terminarla se da cuenta de que ha escrito una novela pero también de que, al mismo tiempo, no ha escrito absolutamente nada. (Texto metaliterario.)

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Se les llena la boca de palabras cuando dicen que hay que dejarse llenar por las palabras. ¿Qué otros lugares del cuerpo, aparte de la boca, hay que dejar que se llenen de palabras? "Los oídos" sería la respuesta más fácil. Ahora aventuren ustedes las difíciles. (Adivinanza.)

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El escritor que sabe / de lo que habla / siempre habla / de lo que sabe. / Hasta que un día / se le dobla el sable. (Trabalenguas procaz arromanzado.)

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Carajo, me han descubierto. No soy el autor de los libros que firmé con mi nombre. Yo no soy más que un heterónimo o un negro mal pagado. Es ella, la verdadera autora, la que se lleva los honores y la gloria. Yo no soy nadie sin ella, sin el ama malvada que me somete y esclaviza. Ya saben de quién hablo. ¿Debo decirlo? Su nombre es Inspiración. (Confesión bajo tortura.)

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Cada poema que escribe se lo atribuye a un poeta distinto, inventado por él. No le estimula simplemente escribir el poema sino, sobre todo, inventarle después un autor, su nombre eufónico, sus hitos biográficos y hasta bibliográficos, inventarle, también, su muerte. Porque ese poema que ha escrito es el último texto de ese autor, una especie de testamento vital. Es como si tuviera la necesidad de darle a cada autor la última palabra. Los crea y los mata, los crea y los mata. Y va componiendo así una obra que es moribunda y póstuma a la vez. Los crea y los mata, los crea y los mata. Sus muertes le dan vida, pero esa vida sólo existe para él. (Drama em gente.)

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Le vino la inspiración cuando viajaba en taxi. ¡Pare!, le dijo al taxista. Y este arrimó el coche a la acera. ¡No, que pare de hablar, le digo! El taxista lo miró con cara de pocos amigos. Habían estado hablando de fútbol, de toros, de mujeres, de política, de fútbol, de toros, de mujeres. ¡Y ahora lo mandaba a callar! El poeta intentaba que no se le desvanecieran la idea, esas metáforas sutiles, desconocidas, esos ritmos novedosos, frescos, arrebatadores, que habían aparecido de pronto mientras iba en el taxi, ese poema, ese poema aún no escrito que intentaba atrapar en una libretita mientras el taxista lo fusilaba con sus ojos bovinos, ese texto que, cuando sus amigos lo leyeran, antes de publicarlo, calificarían de extraordinario, de obra maestra, de otra genialidad de las suyas, pero que él sabía que era lo mejor que escribiría nunca, sí, esa obra que aquel estúpido taxista se proponía destruir con su cháchara aun antes de que existiera. "Quién se ha creído que es", le dijo el taxista. Entonces él soltó la libreta, se desabrochó el cinturón y en un tris se lo pasó por el cuello al taxista. Mientras apretaba con todas sus fuerzas, sentía cómo se le escapaban aquellas divinas metáforas, aquellos símiles sublimes… (Microrrelato policial.)

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Llegó temprano a la oficina. Llevaba el manuscrito bajo el brazo, encuadernado. La empleada lo hojeó, comprobó que cumplía con las normas de presentación y se lo llevó hasta una habitación interior llena de archivadores metálicos. Tras abonar la cantidad correspondiente, que en este caso era la más elevada posible, pues había querido darle a aquella obra la categoría más alta entre las suyas, la empleada le entregó un recibo en el que se leía: “La obra [y aquí el título] será salvaguardada con garantía de posteridad durante los próximos mil años.” (Microrrelato de ciencia ficción.)

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Cuando volvió a casa, se encontró con un cuaderno abierto. En él había varias páginas garabateadas. Era el sueño de la noche anterior. Había querido escribirlo nada más despertarse porque intuía que ese sueño escondía la clave de su vida. Ahora intentaba leer lo que había escrito, pero no lo entendía. Todavía era de noche cuando lo había hecho, y en la oscuridad no había podido sino trazar garabatos, palabras ilegibles, líneas de signos sin significado. (Sueño ilegible / Tragedia.)

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Desde el balcón, antes de tirarse, escribió un poema. Lo hizo en un trozo de papel que traía en la mano. Lo leyó, lo revisó, le quitó o añadió lo que consideró oportuno, lo pasó a limpio en la parte de atrás del papel, lo releyó, se lo aprendió de memoria, incluso se lo recitó a sí mismo en voz baja, varias veces, con distintas modulaciones. Luego rompió el papel en mil pedazos, que se guardó en la mano. Mientras caía, los soltó, y su último pensamiento fue para la posible belleza de la poesía que caía como una nieve sobre su cadáver tendido en la acera. (Naturlyrik.)

 

NUEVO LIBRO: DUÉRMETE, CUERPO MORDIDO


 


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