jueves, 19 de julio de 2018

EL TRADUCTOR

El traductor se despierta al amanecer. Va a hacer un buen día. El sol despunta sin una sola nube a su alrededor. Claridad. Luz sin ataduras. Calcinación de la materia para el renacimiento del espíritu. El traductor se prepara un café bien cargado. No desayuna, de momento, otra cosa, pues su sagrada labor debe comenzar en ayunas. “¿De qué lengua traduciré hoy?”, se pregunta. Repasa algunas de las menos frecuentes, con tradiciones poéticas sin duda valiosas pero poco conocidas en nuestro idioma. Romanche, galés, corso, esloveno, húngaro, bretón, gaélico, sami, letón, euskera. “Del letón”, dice. “Hoy voy a traducir del letón”. Consulta antologías de la poesía letona contemporánea. Lee a varios autores. Elige a Kārlis Blaumanis. Le seduce en sus poemas la irrupción de un mundo perdido, amado hasta la locura, en medio de la completa desesperación del presente. El traductor repasa su gramática letona. Incide sobre todo en los siete casos, especialmente en la sutil pero importante diferencia entre el instrumental y el locativo. Repasa también el vocabulario. Desempolva el refranero. Revisa sus conocimientos sobre la tradición poética letona, sobre la preceptiva métrica letona, sobre las figuras retóricas más frecuentes en la literatura letona. El sol se despereza. El mar resopla. Va a ser un día espléndido. Uno de esos días en los que cualquier texto que se traduzca reaparecerá mejorado en la lengua de llegada. Kārlis Blaumanis va a tener mucha suerte. ¿No dijo alguien que el mundo existe para desembocar en un poema y que todo poema existe para ser traducido? El traductor selecciona ocho textos de Blaumanis. Enviará sus traducciones a una revista argentina que las publicará en edición bilingüe, con notas al pie y con una breve introducción en la que el traductor resumirá la biografía del poeta y las características principales de su producción lírica. Al traductor le pagarán 8000 pesos argentinos por el trabajo, lo que no está nada mal en los tiempos que corren. El sol escala ya por el balcón. El cielo parece respirarlo y dejarse respirar. Los vencejos se desviven por anunciar la luz. Va a ser un día radiante, único, tal vez el más hermoso del verano. El traductor copia a mano los ocho poemas de Kārlis Blaumanis que va a traducir. Los lee varias veces. Se impregna de su sentido. Penetra entre las líneas. Se pierde en los paisajes de la lejana Letonia. En su pequeño territorio a caballo entre mundos contrapuestos. Se toma un segundo café. Siente un poco de hambre, pero se contiene. Esboza una versión de la primera estrofa de “Atmešana”, el primero de los poemas, que en español significa “El abandono”: “Sólo los que hemos atravesado la aurora de espaldas / sabemos hasta qué punto duele / llevar el corazón al otro lado del pecho / y no escuchar sino de lejos sus latidos.” La lee en voz alta. El resultado no le disgusta, pero hay algo que le rechina. No está seguro de haber conseguido reproducir la aliteración de las íes y úes letonas del primer verso mediante la de las aes españolas. Lee de nuevo el original: Tikai tie no mums, kas šķērsoja auroru mūsu mugurā. Corrige su traducción para incorporar otra a: “Tan sólo los que hemos atravesado la aurora de espaldas”. Ahora hay nueve aes por las diez íes y úes letonas, aunque haya tenido que añadir una sílaba. Retomará el verso más adelante. Se centra ahora en el último, donde la expresión “de lejos” no le termina de convencer. Ensaya: “y no escuchar sino a lo lejos sus latidos”. Esto se distancia un poco del original, pero mejora la prosodia castellana. Es verdad que parece como si ahora los latidos se produjeran fuera del cuerpo, y su sonido llegara desde allí al poeta que los escucha. En el original, sin embargo, los latidos (pārspēj) surgen de una parte del cuerpo a la que se le ha dado la espalda y por eso se escuchan lejanos, apagados. No importa. ¿No debe el auténtico traductor crear su propio poema a partir del original? Latidos provenientes de dentro o de fuera, en definitiva lo importante es que el poema que lean los lectores españoles, o argentinos, sea un buen poema, se parezca o no al escrito en su día por Blaumanis. Por cierto, ¿qué diría Kārlis Blaumanis, se pregunta el traductor, de este cielo que transpira, del mar desordenado allá abajo, del sol helénico cuya luz tamizada entre cortinas acaricia esta mesa en que sus poemas se transmutan y renacen? ¿Escribiría otra vez eso de “la aurora atravesada de espaldas”? “Vaya una manera de desdeñar la luz”, se dice el traductor, “por muy nórdico y letón que se sea”. Definitivamente, no entiende a los poetas que no se desnudan como neófitos para recibir la bendición de la caricia solar. Nunca los ha entendido, es más, los desprecia, por mucho que se vea obligado a traducirlos para revistas argentinas, bolivianas o españolas. “Sólo los que no nos hemos negado a sacrificar un pedazo de alma / en pro de la integridad del corazón / sabemos que los días no nos devolverán jamás / el recuerdo de aquellos a los que abandonamos”. “¿Esto es lo que dice literalmente el cretino de Blaumanis en la segunda estrofa?” Indignado, el traductor le da vueltas a lo que ha escrito. ¿Sacrificar un pedazo de alma no es sacrificar el alma entera? ¿Se puede salvar el corazón sacrificando el alma? ¿Qué empanada mental es esta? “O mis conocimientos de letón no son todo lo buenos que recordaba o este tipo se está contradiciendo”. Lo rehace: “Sólo los que no nos hemos negado a sacrificar el alma / para salvar la integridad del corazón / sabemos que los días no nos devolverán jamás / el recuerdo de aquellos que nos abandonaron”. Siguen pareciéndole unos versos romos, pero ahora al menos tienen sentido. Recuerda haber leído que en algún momento Blaumanis fue abandonado por su novia y que para combatir el dolor “decidió seguir amándola platónicamente para toda la vida”, según su biógrafo Arvis Menedis. ¿Pero no tenía otra forma de expresarlo? El traductor, que lleva ya más de una hora traduciendo estas dos primeras estrofas, decide hacer una pausa para desayunar. En la nevera encuentra huevos revueltos de la noche anterior, que se sirve en unas tostadas de pan integral. En este otro lado de la casa no hay tanta luz como en el despacho y el traductor aprovecha para intentar comprender mejor el mundo de Blaumanis, esas auroras atravesadas de espaldas, esas almas sacrificadas, esos latidos escuchados a lo lejos. Echa de menos los bosques, las estepas, las nubes de plomo, los obuses, los agridulces crepúsculos que asocia con Letonia. “Quizá debí de elegir a un poeta galés”, se dice. Acaso, en el fondo, lo que lamenta es que Kārlis Blaumanis se parezca demasiado a él, al traductor, y que al traducirlo no esté sino poniendo palabras a su propio vacío. Regresa a la zona noble de la casa. El sol está ahora justo delante de su cara, ya a una distancia inalcanzable para el mar. El sol lo mira y lo interpela. Es un rostro con el que, si se tuviera, podría intercambiarse luz. El traductor baja un poco la persiana, se concentra en la última estrofa. “Abandonar o ser abandonado es la clave de la vida, / al menos para quienes viven esperando / alcanzar la pureza que perdieron / a manos del dolor, en brazos del hastío.” Esto ya es demasiado. Las antologías describen a Kārlis Blaumanis como uno de los poetas letones contemporáneos más destacados, pero lo que ha traducido no pasa de ser cursilería en verso. “¿O será que no estoy captando todas las sutilezas?” Lo intenta de nuevo: “Abandonarse al abandono es el secreto de la vida, / al menos para quienes viven en la espera / de una transparencia que no fue nunca suya / en los tiempos de la desolación y del vacío”. No le disgusta esta nueva versión. “Va mejorando, ya lo creo”. La pasa a limpio. Al final, cuando haya traducido los ocho poemas, volverá a corregirla. Se prepara un tercer café. Son ya las once de la mañana. El sol es una gema que cuelga del cuello del cielo. Y el mar, un turbante de color índigo, sedoso. El traductor ya está preparado para abordar el segundo poema. Lo lee detenidamente, lo estudia. Cuando termine este día tan radiante y el sol haya vuelto a hundirse en el mar, convertido ya en un pozo de terrorífica negrura, el trabajo del día brillará en el cuaderno: ocho poemas de Kārlis Blaumanis traducidos por primera vez a nuestra lengua. Como si se les hubiera insuflado nueva luz. Una luz que ellos harán irradiar por el mundo.

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