Como un disco rayado, el sonido circula por la sala cementera –léase sementera–: un azote de partículas dispersas, dispépsicas, con cuya fehaciente levedad hubiera que arramblar para posicionarse –pipicionarse– entre los materiales ubicuos de una trinchera poscoital, oblicua, perfumada.
Fungen aquí tortuosas, como tórtolas en un cielo devastado, las vastas y no vistas ni usadas energías con las que las ceras humanas –y los seres humanos– pr(ovo)camos ab ovo las menesterosas y mesméricas sinergias que, decentemente adocenadas, nos salen al paso en esta visita, a tutiplén, a contraluz, a cortafuegos, a.
Y así. A.
No para que la hormigonera hormiguee ominosa en la dispepsia fronteriza de los nombres borrados, sino para que todo elemento devastador, toda raíz pulposa y repulsiva, sea arrancada de las identidades como una deidad ctónica, como tonificadora umbela de la sinrazón: para eso exactamente, sí.
Cristobalito el Colono, que en vida creyó haber tocado suelo indio, entiéndase bien, indio y no indígena, carga ahora con el sambenito, tan poco bonito, de haber emasculado a troposcientos indígenas como si de alienígenas de sifi se tratase, pobre diablo de tropo fulgurante que en los tratados y crónicas de la época figura como descubridor de un mundo y descorazonador de unas pocas tribus taparrábicas.
Rabioso, corajudo, con pelete, frisando el medio siglo de huesos ateridos, no anda el caletre para jerigonzas ni la jeringa para retretes. Claro que si convenimos en que todo arte es lo que el retrete recibe en un momento de emancipación –por no decir, perdón, de liberación– suprema, entonces estamos leyendo aquí en renglones torcidos lo que en el tiempo utópico figura escrito en tipografía angelical, esto es, en letras de molde. Que no se diga, pues. Que no se diga.
El indiviso foso al que nos llevan en volandas unas escaleras bituminosas diseñadas para la máxima comodidad de los ilustres de antaño es ahora como el foso de los leones del profeta Daniel. Cualquiera sabe lo que allí le espera, pero basta proferir unas cuantas profecías para salvarse por gracia redivina. ¿Unos platanitos, dice alguien? Que los aplaste y los ponga contra un espejo y se verá convertide en une llorose Blancanieves o, si no, en uno de los enanitos: bien alimentado pero paticorto, patidifuso, paticuántico, patídico.
Así no. No.
Y es que allí abajo, en el foso, los azulejos procuram uma visão esquecida, moram na lenta morosidade da separação. Sin embargo, no cabe olvidar que algunos trozos, con inefable gracejo, han quedado colgando de la estructura desconchada, enhiesta, de la que, amenazantes, parecen estar a punto de caer sobre nuestras cabezas. Pies en polvo rosa, para qué os quiero.
Volvamos, volemos, velemos arriba. Como pájaros de mal degüello. Degollémonos, sí, con una de las cintas que cuelgan, voladizas, y que, con indudable pericia, las comisartistas, las sanadoras de la cosa, hacen circular por las instalaciones y los visitantes pisan o pisotean –que no es ni mucho menos lo mismo– como si el mapa proferido tuviera que ser resituado o reciclado cada vez que lo visitable se visita, cada vez que la visita visita la visita o cada vez que la visita visita la visita.
Así sí. Ah. Sí.
En Sao Paolo (sic, sí) hay un parque en el que las palomas se hacinan para defecar. Defecada una, defecadas todas. Hay ahí, ay, una enseñanza. Una enseñanza líquida, paulista.
Todo rastro de colonialismo, poscolonialismo, protocolonialismo, transcolonialismo y policolonialismo debe ser fumigado. Si somos una colonia, una poscolonia, una protocolonia, una transcolonia o una policolonia debemos procurarnos una fumigación lo más barata y eficaz posible. Lo primero que debe fumigarse son las patas, pues es lo que sostiene el entramado. Después, la cabeza, pues es lo que contiene los rastros nocivos de la cosa. Por último, si aún coleara parte alguna del cuerpo, bastará con lanzarle encima unos cuantos sacos de cemento –o una mera piña de plátano– para descuajeringarla.
El coladero por el que nos introducen la jeringa para que comprehendamos lo que es imposible comprehender es una línea rota. No hay nada ahí que, una vez desproblematizado, deje de atizar lo que, en la mesa del pensamiento, provoca con su músculo arenoso, grita a raudales el deseo de una paliza deconstruida. Líneas rotas, broken lines, subyacen en cada oración de esta sintaxis de escombros, escombreras y escombraduras. Pero, para calibrar mejor lo que aquí se desvía de lo articulado, lo que, ¡sobre la mesa del pensamiento, oiga!, desarticúlase y desmiémbrase (siendo aquí culo y miembro meros significantes lacanianos...), conviene ser un poco más meticuloso y recular hasta donde los mimbres de los miembros fulguren en toda su entereza, es decir, más concretamente, hasta la pista de baile.
Así que vuelta al foso, a los leones subterráneos. Es en la pista de baile, iluminada con chorros esporádicos de luz discotecutre, aunada a los chirridos de la hormigonera y a la, mucho más prescindible, música de los vídeos que jalonan la muestra en cada esquina, es ahí, en la pista de baile vacía que, mero significante sin significado, señala hacia un cuerpo ausente, una memoria desfigurada o un descocado –o lo contrario– bailoteo latinoamericano pasado por sangre y mugre tras una balacera, es ahí, repito, en la pista de baile, donde afloran todas las contradicciones, pues, si no somos cobayas de la historia, ¿qué somos entonces? ¿Plátanos machacados? ¿Tostones en vinagre? ¿Sacos de cemento? ¿Cintas pisoteadas? ¿Dibujos empolvados? ¿Mapas sin mito? ¿Negros espejos del absurdo? ¿Blancanieves desfragmentadas?
* Broken line. Galería Lucía Mendoza y Colegio Oficial de Arquitectos de Tenerife, La Gomera y El Hierro, Santa Cruz de Tenerife. Del 5 de diciembre de 2020 al 8 de enero de 2021. Curadores del proyecto: Lecuona y Hernández. Artistas: Lecuona y Hernández (Madrid/Tenerife), Adrián Alemán (Tenerife), Víctor Alemán del Toro (Gran Canaria), Adriana Aranha (Brasil), Camila Cañeque (Madrid), Jaime Davidovich (Argentina), Eugenio Espinoza (Venezuela), Laura González Cabrera (Gran Canaria), Paco Guillén (Gran Canaria), André Komatsu (Brasil), Ding Musa (São Paulo), Manuel Rivera (Madrid) y Juan Javier Salazar (Lima).
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