Se trata tan sólo de una de esas cosas que uno entrevé al
pasar, casi siempre en un cruce de calles, de un rápido vistazo, por medio
quizá de la cruz que forman la calzada y un bloque de viviendas, uno de esos
chispazos que se quedan luego revoloteando en la mente, reconcomiéndose en el
interior de sí mismos, como si un chispazo pudiera tener bordes y todo un
laberinto de capas que se superponen y como si, en esos pocos instantes en los
que el chispazo se prolonga en nuestra mente, esta recorriera muchas de esas
capas en busca de un ilusorio origen, en pos del núcleo original de ese
chispazo, un núcleo que no existe, un fondo que no es más que un abismo, como esa
trastienda desvencijada en la que acaban cayendo todos los recuerdos, tarde o
temprano, para descomponerse y desaparecer: una de esas cosas que se entrevén
al pasar y que contienen acaso mucha más verdad que todo lo que vemos con
claridad en los momentos plenos de la vida, pues esa verdad, por frágil que
sea, por inasible que nos parezca –pues enseguida se disipa y nos quedamos tan
sólo con la sensación de haber vivido un mero escarceo con la verdad y no un
auténtico encuentro con ella–, nos reconforta y nos suspende, nos conmueve y
nos turba como no consiguen hacerlo tantos momentos aparentemente verdaderos
que no son, a poco que se raspe su engañosa superficie, sino un mero,
prescindible relleno. Se trata, digo, de una de esas cosas que la vida nos
brinda como con desgana, a hurtadillas, clandestinamente, en un momento de
iluminación que no acabamos de comprender porque entendemos que algo así no
ocurre en un mundo como el nuestro, o porque creemos que no lo merecemos o
simplemente porque no nos sentíamos preparados para recibirlo. No se trata, sin
embargo, de nada extraordinario, de nada que no podamos encajar sin apenas
notarlo y seguir caminando como si tal cosa, de nada definitivo o insoportable,
de nada brusco o peligroso. O quizá sí, quizá se trate de algo definitivo,
insoportable, brusco y peligroso pero no nos damos cuenta en ese momento, es
decir, de algo que se dulcifica en el instante de darse, de algo que esconde su
lado menos amable para que lo acojamos como un regalo que nos conviene y nos
emociona. Se trata tan sólo de una de esas cosas, fundamentalmente paradójicas,
que ocurren pasado mucho tiempo, como si para darse hubieran tenido que tejerse
durante años las telas de múltiples arañas y entonces, en un momento preciso
que hubiera podido no llegar, zas, la conjunción insólita de todas esas telas
en una posición concreta en la que el sol incide solo un segundo para obtener
un súbito reflejo procura, zas, que ocurra algo, zas, que algo se revele, zas,
el prístino instante de la revelación inesperada. Se trata, creo saber ahora,
de algo que ocurre una sola vez en la vida, de algo que puede dejarse pasar
para que la vida continúe como estaba previsto que lo hiciera o de algo que
puede capturarse al vuelo, como con un cazamariposas, para dejar que continúe
luego su viaje después de habernos impregnado el alma con su maravillosa y
turbadora y obsesiva y letal pigmentación. Se trata de algo así, de algo que se
cruza con nosotros cuando vamos, por ejemplo, a comprar unos tornillos a la
ferretería, o cualquier otra cosa en cualquier otro negocio, algo que, por
haber girado la cabeza en el momento oportuno, se adelanta y nos dice que sí,
que en ese mismo lugar que ahora ocupamos –con la leve y efímera manera de ocupar un
lugar que es propia de los hombres–, podemos asistir, desde el otro lado del
tiempo, a lo que fuimos, a lo que éramos cuando aún no había tenido tiempo el
tiempo de perseguirnos hasta aquí, asomarnos como desde una ventana repentina,
espiar como a través de una mirilla horadada en las puertas del tiempo el tiempo
sin tiempo que nos fue dado vivir ahí mismo, unas pocas calles más allá, en el
mismo barrio, y sentir cómo era todo lo perdido y cómo, si lo perdimos, fue
para llegar a sentirlo perdido como ahora y poder, no recuperarlo, sino
precisamente sentirlo perdido y, de algún modo, recobrarlo. Se trata de algo
así, de algo entre la sumisión y la revuelta, entre la pérdida y la gloria,
entre el desconocimiento y la iluminación, una de esas cosas que uno entrevé al
pasar y luego, casi siempre, termina olvidando.
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