TRAVESÍAS
Cuaderno de apuntes de Rafael-José Díaz
miércoles, 14 de mayo de 2025
sábado, 10 de mayo de 2025
LAS CAGADAS
Las ganas iban en aumento a medida que me acercaba al muro junto al que había decidido agacharme para cagar. Llevaba en un bolsillo de la chaqueta el trozo de papel que había arrancado del rollo que siempre llevaba en el maletero del coche. Entre donde lo había aparcado y el muro junto al que había decidido cagar mediarían unos doscientos metros. Había que atravesar la urbanización por un sendero flanqueado de matorrales a través de un solar que se prolongaba ya en campo abierto por una zona en la que estaba prohibido edificar debido a su proximidad con el aeropuerto. Se trataba de un conjunto de antiguas fincas que debían de haber sido expropiadas y que ahora constituían un descampado que se extendía a lo largo de varios kilómetros hasta la siguiente zona residencial. Las ganas habían hecho su tímida aparición la primera vez que me bajé del coche y recorrí ese sendero que conocía de otras ocasiones y por el que, poco antes de que me bajara, había salido un chico cuya cara me era conocida de paseos anteriores. Se dirigió a su coche, que estaba aparcado frente al mío, arrancó y desapareció. Todavía no había caído la noche. En mi primer recorrido no vi a nadie más, pero las ganas fueron en aumento y pensé que lo mejor era aprovisionarme del trozo de papel con que me limpiaría el culo después de cagar. Por eso me dirigí lo antes posible al camino que devolvía con más celeridad a la calle en la que había aparcado el coche. Volví a entrar en el descampado por el camino por el que había salido el chico cuya cara me era conocida de paseos anteriores y me dirigí, cada vez más deprisa, al muro junto al que había decidido agacharme para cagar. Miré a mi alrededor: por allí no había nadie. Me quité la bufanda y la coloqué en lo alto del muro, que me llegaba hasta la cintura. Lo mismo hice con la chaqueta. Me bajé los pantalones, luego los calzoncillos, y me agaché junto a unas piedras. Ni siquiera fue necesario que empujara ni que hiciera apenas esfuerzo alguno, pues las cagarrutas salieron instantáneamente. Fueron cuatro, la última de ellas más pequeña que las anteriores, y su color era marrón café con leche. Sin embargo, cuando estaba saliendo la segunda me di cuenta de que en el mismo lugar había otros cuatro moñigos del mismo color y de las mismas dimensiones que los míos: tres medianos y uno más pequeño. Estaban exactamente en el mismo lugar, eran exactamente del mismo color y medían exactamente lo mismo que los míos. Además, eran, sin lugar a dudas, recientes, pues su color y textura no habían cambiado y aún no había moscas posadas sobre ellos. Todo esto sólo podía significar dos cosas: que alguien había cagado allí, en el mismo lugar, poco antes que yo; o que yo había cagado allí, en el mismo lugar, poco antes que yo. Descarté esta última opción, pues la lógica no invitaba a aceptarla. Me pareció evidente que el chico que yo había visto salir del descampado había sentido la misma urgencia que yo acababa de sentir, pero lo incomprensible o, más bien, lo más difícil de asimilar, era que hubiera elegido exactamente el mismo lugar que yo había elegido al azar y que sus deposiciones coincidieran en número, tamaño y color con las mías. El muro se prolongaba a lo largo de muchos metros ¿y tanto él como yo habíamos ido a cagar exactamente a la misma altura, junto a las mismas piedras? Resultaba una coincidencia muy difícil de entender, sobre todo porque a ella se unía la sincronía de ambas cagadas: apenas unos minutos las separaban. Además, ¿cómo era posible que ambos expulsáramos unos zurullos tan absolutamente idénticos en cantidad, dimensiones y tonalidad? Cualquiera de estas coincidencias por separado habría sido perfectamente asumible por una mente sensata, pero todas ellas juntas impedían considerar esa explicación, la de que aquellas heces hubieran sido expulsadas por otra persona, como plausible. Estaba claro que había que aventurar una hipótesis distinta. Retomé entonces la posibilidad de que yo me hubiera equivocado y que, mientras estaba expulsando la que creía mi segunda cagarruta, hubiera depositado ya en realidad cuatro más y que todos aquellos moñigos fueran de mi propia y exclusiva cosecha. Esta hipótesis planteaba, sin embargo, dos problemas cruciales: el primero era que yo estaba seguro de que, en el preciso momento en que estaba depositando mi segundo zurullo, me di cuenta de que ya había allí varias cagarrutas que no era yo quien había cagado porque precisamente en ese momento yo estaba empezando a cagar; el segundo problema era que, por muchas que fueran mis ganas, era imposible que, al finalizar mi deposición, hubiera cagado un total de seis moñigos de mediana extensión y otros dos de menor tamaño. Descartada, por tanto, esta segunda hipótesis que sólo podríamos atribuir a un lapsus de memoria o a un despiste circunstancial, pero que, por las razones que acabo de exponer, parecía completamente inverosímil, tuve que recurrir a la posibilidad de que otro yo hubiera cagado allí antes que yo. Quiero decir: que yo mismo, pero desdoblado en otro, hubiera sido el autor de las cuatro cagarrutas idénticas a las cuatro que yo mismo, sin desdoblamiento alguno, había depositado allí poco después. Estaríamos entonces no ante un suceso paranormal o fantasmagórico sino frente a lo que los físicos consideran como la existencia de mundos paralelos o multiversos en los que las identidades pueden estar desdobladas y los tiempos se superponen o colindan, lo mismo que lo hacen los espacios. A pesar de que mis conocimientos sobre esta teoría son escasos, precarios, puedo imaginarme que lo realmente ocurrido es que, cuando durante el primer paseo sentí las primeras ganas de cagar, mi yo de ese momento lo hizo en el lugar junto al muro que había elegido: depositó allí los tres moñigos y medio y continuó paseando como si tal cosa. Cuando regresé al coche a buscar el papel para poder limpiarme el culo tras notar que las ganas de cagar iban en aumento, ese acontecimiento, que había tenido lugar en un mundo –tiempo y espacio–paralelo, ya había ocurrido y yo no tenía memoria de ello. Fue entonces cuando las ganas, que aumentaban precisamente debido a la ausencia de memoria y a que el yo, llamémoslo así, principal no había cagado todavía, precipitaron mi rápida aproximación al muro, exactamente al mismo lugar en el que el yo, llamémoslo así, secundario ya había descargado la totalidad de sus heces, lo que implicaría que cierto hilo de conexión reminiscente seguía existiendo entre ambos mundos, entre ambos yoes, y que esa conexión quedaba expuesta y demostrada por haber elegido ambos el mismo lugar para cagar. La segunda deposición, por tanto, venía a ser una suerte de un reflejo, huella o proyección de la primera, o viceversa. Hay, sin embargo, un pequeño detalle en esta tercera hipótesis que impide aceptarla como completamente plausible. Es lo que yo llamaría “el dilema del trozo de papel”. Si la primera vez que cagué no disponía de papel con el que limpiarme el culo, ¿cómo es posible que el culo estuviera limpio la segunda vez que cagué? Ya en su momento escribió alguien, alguien bastante ilustre, que “el culo mío es mío”; pero aquí ocurre que si ambos mundos paralelos son un reflejo el uno del otro y lo único que cambia son determinados detalles que tienen que ver exclusivamente con las condiciones espaciotemporales en que se produjeron ambas cagadas, el culo del primer yo debería haber quedado tan limpio como el del segundo. Sin embargo, la inexistencia del papel en la primera cagada invalida la posibilidad de que la segunda sea una copia o reflejo de ella. Esto nos lleva a plantear la cuarta y última hipótesis, que es quizá la más plausible: la que se sustenta en la idea de que “el culo mío no es mío”; es decir, justo lo contrario de la ilustre tautología. Esta hipótesis conlleva necesariamente la existencia o inexistencia del trozo de papel tras la terminación de ambas cagadas. O bien lo hubo o bien no lo hubo, pero no pudo haberlo en un caso y en el otro no. Imaginemos que en la primera cagada no había un trozo de papel para que me limpiara el culo: esto supondría un culo sucio que sería el que cagaría en la segunda cagada. Imaginemos, por el contrario, que en la primera de ellas me limpié el culo con un trozo el papel: esto implicaría un culo limpio que luego cagaría en la segunda cagada. Pero las cosas, me temo, no son tan sencillas. ¿Por qué no podemos imaginar, siguiendo la idea de que “el culo mío no es mío”, que el culo que caga en la primera cagada es un culo distinto del que caga en la segunda? Es decir, que si bien la coincidencia de ambas deposiciones es completa excepto en sus parámetros espaciotemporales, pueda haber, además, otra divergencia relativa al ojete concreto del que se desprenden en cada caso cuatro cagarrutas: en el primer caso está limpio y en el segundo, sucio, o viceversa. No son el mismo culo, no son el mismo ojete, aunque por ambos salen los mismos zurullos y, por lo tanto, las dos cagadas son exactamente la misma, sólo que desdobladas en el espaciotiempo. Si no hubo un trozo de papel en la primera cagada, tampoco lo hubo en la segunda. Si hubo un trozo de papel en la segunda, también lo hubo en la primera. Sin embargo, al tratarse de dos culos distintos, aunque pertenecientes a la misma persona (“el culo mío no es mío”), en un caso el culo queda sucio y en el otro, limpio, sin que importe en cuál de las dos cagadas ocurre lo uno o lo otro. Después de reflexionar mucho al respeto, creo que hay muy pocas posibilidades de que esta última hipótesis no sea la correcta. Y ahora permítanme, si lo tienen a bien, un final bucólico. Las moscas, como suelen hacer, olieron poco después los moñigos depositados en terreno tan agreste. Se posaron –duplicadas o no– en cuatro o en ocho moñigos, eso nunca se sabrá y, en el fondo, poco importa. Los excrementos se fueron transformando en abonos para la hierba que crece entre las piedras. Cuando volví al coche, aliviado, dejé caer en el asiento un culo que, fuera o no fuera mío, había contribuido, aun en escasa medida, a la supervivencia de la naturaleza, del mundo, del cosmos.
martes, 22 de abril de 2025
lunes, 14 de abril de 2025
SUCESOS DE UN SOL QUE SE DESLIZA ENTRE LOS DEDOS
1
Mientras la plata de los árboles quemados suelta su ceniza en bosques disueltos en el atardecer, un hombre se sienta a esperar que la resina desaparecida brille en su recuerdo como un oro sin principio ni fin.
2
No en todos los jardines habrá flores esta primavera, lo mismo que no cualquier flor ostentará su corola como un cofre de aromas. A veces habrá que buscar las flores y los aromas bajo tierra. Allí, agazapados como animales adormecidos, los pétalos frotados por olfatos sedientos se transformarán en las nuevas semillas de la resurrección.
3
¿Y si se hiciera vital un pensamiento sigiloso obtenido tras una transfusión de ideas repentinas? ¿Y si, al levantarnos a dar unos pasos por la habitación donde ya no estamos, cediera la habitación y el suelo flotara unos segundos sinuoso entre las piernas? ¿Y si con toda la alevosía de las noches en que nos perdimos halláramos un resto de cristal incrustado en nuestra cara pasmada frente al espejo poroso?
4
¿Así que ahí dentro no hay sino un resto de polvo?
5
Conviene andar con mucha precaución alrededor de los óvalos. Hubo una tarde, dijiste, en que proyectaron su sombra hasta la que dejaban nuestros cuerpos a medida que avanzábamos. Las sombras se superpusieron y, al hacerlo, se tragaron los cuerpos. Pasó un rato y, al separarse las sombras, supimos que lo que ahora se desplazaba alrededor de los óvalos no eran cuerpos ni sombras, sino el reverso de lo que había sido un cuerpo sin sombra (o viceversa).
6
Pon tú el culo y yo pondré la flor (o viceversa).
7
Cuelgan a una altura inaccesible para los petimetres las huellas de una miríada de soles.
8
El acceso, la acupuntura, el cerco, la cesura, el rasgo, la rasgadura, el antro, la angostura, el rabo, la raspadura, el boquete, la embocadura, el fisco, la fisura, el hielo, la hendidura, el rapto, la rapadura, el camino, la comisura, el salto, la soldadura, el treno, la ternura. ¿Seguimos, hermosura?
9
Abrirse camino en los instantes de la revelación sin por ello destruir el asombro que brindan, es decir, mantener intacta la chispa intangible del éxtasis a la vez que nos introducimos en él para abrazarlo como a un amigo al que perdimos de vista durante muchos años.
10
Instrucciones para llevarse el sol a la boca: tiemble usted durante más de treinta años como un colibrí suspendido en la ingrávida cascada del aire; raspe un día con su pico de ónice las cortezas más ligeras de los árboles quemados de un bosque en el que se han perdido muchos caminantes; libe la savia reseca que en el interior de las cortezas rezuma todavía tras tantas hecatombes sufridas en su propia piel, en la piel de los árboles y en la piel del universo; extraiga de esa savia el zumo de luz solar que aún quedaba atesorado en las vejigas exquisitas de los valientes insectos que siguen escarbando los troncos cabizbajos; libere en su boca ese zumo solar y disuélvalo lentamente en las papilas gustativas hasta que se convierta usted en insecto, en corteza, en savia, en árbol, en bosque, en sol, en luz, en universo, ¡en universo!
11
Vi los anillos de oro que se enroscaban en el cuerpo de la serpiente que se enroscaba en mi cuerpo que se enroscaba en el cuerpo de un amigo imaginario que se enroscaba en el cuerpo de la imagen sin cuerpo que se enroscaba en el cuerpo de un amigo sin vida que se enroscaba en el cuerpo de un árbol quemado que se enroscaba en el cuerpo de un amigo desnudo que se enroscaba en el cuerpo de un pájaro de fuego que se enroscaba en el cuerpo de una serpiente emplumada que se enroscaba en el cuerpo de un amigo deseado que se enroscaba en el cuerpo de mi cuerpo sin vida que se enroscaba en el cuerpo de los anillos de oro.
12
¿Y por qué dice que si introduzco las manos me quedaré sin dedos?
13
Caliente, caliente, frío, frío, frío, caliente, frío, frío, caliente, caliente. ¡Caliente!
14
Hemos de husmearlo todo como si la lavanda lo hubiera impregnado con su luz diluida, como si en todo hubiera un olor de viejas casas a las que nunca volvimos, como si las madres que no tuvimos lo hubieran dejado todo intacto para nuestro regreso, como si fuéramos los forasteros que cultivan en la frontera un jardín efímero de imágenes.
15
Cuando entré a ese jardín aún había jardín y, sin embargo, el jardín al que yo creía haber entrado no era el mismo jardín que recordaba. Otro jardín, superpuesto al jardín que yo había ayudado a cultivar, se había apoderado de las plantas originarias y ahora se hacía pasar por el jardín aquel que, lo sabía, no era en realidad aquel jardín. Cuando salí del jardín ya no sabía si había o no había jardín, si había estado o no había estado en él, si el jardín era yo o si yo era el jardín.
16
Mi querido Doppelgänger: ni se te ocurra hacerte pasar por mí de un modo tan zafio como sería adoptar mi misma figura, imitar mi voz, remedar los gestos que hago cuando hablo, acoplar tu cintura al inimitable ritmo de la mía, respingar tu envidioso trasero como hago yo siempre con el mío y simular, en definitiva, que eres yo cuando la realidad es que no eres sino un pésimo falsificador de mi persona. Mientras tú existes, sin vida, en los espejos, yo gozo de la vida de verdad en este verde valle bajo el cielo. Así que: jódete.
17
¿Y hay modo de saber cuánta ceniza necesito para dibujarte el rostro?
18
Niebla de los atardeceres, / adoleces de sombras en las que no sabemos perdernos. / Si perduras, nos vamos. / Si te vas, no duramos.
19
Y entonces alguien dijo que era muy difícil encontrar el camino de vuelta. Decidimos poner en práctica una técnica que nos habían enseñado de niños: cada uno de nosotros se arrancaría una pequeña parte del cuerpo y la dejaría como un rastro para volver al punto de partida. Así lo hicimos, e incluso algunos se esmeraron en despedazarse hasta que el punto de partida, el lugar donde debían hallarse juntos todos los huesos, se dibujó, turbio, a lo lejos.
20
Nunca se supo si lo que brotaba en el tajo era un atisbo de flor o un borbotón de sangre.
* Texto escrito tras la visita a Temblando, me llevo el sol a la boca, exposición de Jesús Hernández Verano. TEA Tenerife Espacio de las Artes, 4 de abril-18 de mayo de 2025.
lunes, 7 de abril de 2025
jueves, 27 de marzo de 2025
martes, 25 de marzo de 2025
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