Mecánica
de niebla y de silencio
en
la afásica zona de diciembre
en
que el candor perdido,
transformado
en una cáscara sensible,
se
desdibuja bajo nuestros rostros,
los
rostros de los hijos huérfanos
de
la mendacidad
de
las sonrisas huecas. ¿Cuántas
pollas
caben, me pregunté,
en
ese coño ebrio, cuántas omisiones
resiste
aún el ano complaciente,
cuántas
vísperas faltan
para
la alocución definitiva,
preguntaste?
Y
voy a a responderte, a respondernos:
caben,
resisten, faltan
todas
las pollas, omisiones, vísperas
(respectivamente
o no)
que
ahora mismo dilatan la impaciencia
de
quienes nunca supimos
hacer
otra cosa que separarnos
de
la muerte ajena,
rezagarnos
en la minucia restallante
de
los intersticios (¿viste?),
tozudos
como alimañas apostadas
en
el umbral de un suceso
siempre
aplazado, siempre
intempestivo
(¿me comprendes?),
justo
este instante
de
niebla y de silencio
del
que nunca podremos escapar.
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