La felicidad es un momento imperceptible que se encuentra justo entre un cuadro de Francis Picabia y un libro de Cristóbal Serra.
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Si existe una razón de peso por la que no deseo morirme es porque no quisiera convertirme en objeto de un obituario de Juan Cruz Ruiz.
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Todo escritor que se precie debería ser capaz de escribir al menos uno de estos tres tipos de textos: un obituario, un pregón o una sextina.
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Uno de los miembros del jurado preguntó a sus cofrades si no se le podía conceder a él el premio pese a que ya lo había recibido hacía unos años.
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La editorial y la empresa funeraria lo contrataron al alimón para redactar obituarios de escritores a razón de un euro por lágrima.
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Lo que más destacaba en su forma de escribir era lo que un crítico denominó sus "metáforas fúnebres". Con alguna de ellas estuvo a punto de matar a algún lector.
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El escritor presentó su libro en un restaurante. Sus amigos lo invitaron a cenar y compraron el libro. El escritor dejó abundante propina.
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El escritor presentó su libro en una nevera. Sus amigos estornudaron y compraron el libro. Luego fueron todos servidos en bandeja para cenar.
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El escritor presentó su libro en el vientre de una ballena. Jonás le dijo: te denunciaré por plagio. Melville le dijo: sal de aquí "immediately".
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El escritor presentó su libro en un acuario. Con cada palabra que leía, soltaba una burbuja. La última burbuja decía: "socorro". Luego murió.
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El escritor presentó su libro en una floristería. Sus amigos le compraban flores y él les regalaba libros. Alguien le preguntó por su flor favorita.
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El escritor presentó su libro en una lavandería. Durante una hora, dio vueltas y retruécanos en el tambor de una lavadora. Al salir, recitó el final del Apocalipsis.
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